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La belleza de lo enfermo: Bacon arrebata en el Guggenheim
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del 30 de septiembre al 8 de enero

La belleza de lo enfermo: Bacon arrebata en el Guggenheim

50 obras del pintor dublinés, muchas de ellas nunca exhibidas en España, llegan a Bilbao junto a trabajos de artistas que lo influenciaron, como Picasso, Velázquez o Goya

"No hay ni arbolitos ni flores bonitas en esta exposición", avisa Martin Harrison, comisario de 'Francis Bacon: de Picasso a Velázquez' -y uno de los mayores expertos en el mundo sobre la obra del pintor británico-, entre chascarrillo y explicación. No, no hay ni arbolitos ni flores bonitas. Hay rostros desdibujados, cuerpos amorfos a medio desvanecer, figuras fantasmagóricas enjauladas, miembros mutilados como piezas de matadero, sodomía, onanismo y, también, papas. Sí, papas. Pontífices. Varios Inocencios X en distintos grados de descomposición y descoyunte. ¡Ah! Y un bonito óleo sobre lienzo de una casa en Barbados, con un patio interior, en un día soleado y tranquilo.

Francis Bacon desembarca este viernes en el museo Guggenheim de Bilbao con 'Francis Bacon: de Picasso a Velázquez', una exposición que hasta el 8 de enero de 2017 exhibirá 50 pinturas del dublinés -quizás el único dublinés célebre sin estatua ni callejón que lo celebre en Dublín- junto a obras de los autores que más lo influenciaron y con los que más se le relaciona: Picasso y Velázquez obviamente, pero también Goya, Miró, Juan Gris, Georges Braque, El Greco, José de Ribera, Zurbarán, Murillo, Zuloaga, Rodin e incluso Toulouse-Lautrec. Algunas de las obras, sobre todo las que inciden en las influencias francesas para el autor, proceden de la reciente exposición que ha dedicado el Fórum Grimaldi de Mónaco, clausurada el pasado mes de septiembre.

"Si tratas la emoción de la vida de un modo tan directo, a la gente le parece que tiene un lado horrible"

"Ojalá el señor Bacon nos pintara una rosa", pedía el crítico de arte Raymond Mortimer. "Cuando ves una rosa, por hermosa que sea, en un par de días también se muere, se le caen los pétalos. Se marchita. ¿De verdad hay tanta diferencia entre una rosa y mi obra?", pregunta el artista en una entrevista de 1979. "Es tan sólo un matiz, son diferentes puntos de vista. No sé por qué creen que elijo temas tan espeluznantes. No me parece que sean espeluznantes. Si tratas la emoción de la vida de un modo tan directo, a la gente le parece que tiene un lado horrible".

Si Bacon hubiese pintado una rosa, sería, efectivamente, una rosa marchita.Y también deconstruida y remezclada. Y evanescente. Pero Bacon no pintó una rosa. Bacon pintó sus obsesiones, una y otra vez, porque las obsesiones son como picores y uno no puede parar de rascar. En sus primeros cuadros -los que sobrevivieron a las inseguridades de la primera juventud-, aparece el material manufacturable, elementos arquitectónicos, al estilo de De Chirico, como en 'Gouache' (1929) -de la columna dórica al muro de hormigón- o en 'Painting' (1930) -un título cargado de ironía-, en el que la materia prima de un árbol es el propio árbol manufacturado en planchas y puertas de madera.

Una primera etapa de cuadros muy espaciados -debido a la ya mencionada destrucción intencionada- en la que se aprecia la influencia de su trabajo como diseñador de muebles modernos, una ocupación que odió y a la que "rechazaba como basura", en palabras de Harrison. Formateado absoluto de 1936 a 1944. Probablemente, esas inseguridades tuvieran algo que ver con su formación autodidacta y por no haber nacido de una escuela de arte. Y probablemente, gracias a haberse librado de la máquina aplastadora del academicismo, Bacon se hizo Bacon.

"Es una obra psicológica y extraña, que es lo que era el propio Bacon", resume Harrison

Aunque no se considera postmodernista, el arte del pintor dublinés es una amalgama de referencias pictóricas, arquitectónicas, escultóricas e incluso cinéfilas, pasadas por un tamiz de oscuridad y provocación. Esas obsesiones, que iban desde el coito hasta la corrida -en todas sus acepciones-, de la ornitología al mundo del entretenimiento. Todas catalizadas gracias a un flechazo con la obra de Picasso -sólo del 28 al 33, justificaba el propio Bacon-, influencia indiscutible de las figuras biomórficas que pueblan sus lienzos. 'Cabeza' (1949), 'Estudio para una figura' (1950), el hombre queda reducido a 'cabeza' y despersonalizado en 'figura', como si Bacon hubiese decidido desfigurar el cuerpo humano a base de pinceladas en vez de a puñetazos. "Es una obra psicológica y extraña, que es lo que era el propio Bacon", resume Harrison.

Su 'Estudio según Velázquez' (1950) junto a la copia del 'Papa Inocencio X' de Velázquez a cargo de Amédée Ternante-Lemaire. Su 'Pollo' (1982) desplumado que mira de reojo a 'Un pavo muerto' (1808-1812) de Goya. Un 'Retrato de hombre con gafas III' (1963) que recuerdan a las ilustraciones médicas del siglo XIX que describían los estragos físicos de las enfermedadades contagiosas -fotografías de las cuales que se encontraron entre el material que guardaba el pintor en su taller-. Los 'Estudios del cuerpo humano' (1975) con la mandíbula ósea saliente de una de las mujeres onanistas, en un eco de la calavera de José de Ribera en 'San Pablo ermitaño' (1635-40). 'La musa Whistler, gran modelo', 1908 (1994 Fonte Coubertin) de Rodin en las figuras desmembradas. El 'Estudio sobre un retrato de Van Gogh I', (1956). O la tauromaquia de Goya y de Picasso en el 'Estudio de un toro' (1991), una de sus últimas obras antes de morir en Madrid durante un viaje en 1992.

Oscurísimos cuadros los de los comienzos -casi monocromáticos, nada que descuelle del ocre, el negro o el gris-. que poco a poco se van abriendo al color y a la experimentación. "Podemos hacer todo lo que queramos en el arte, no hay normas" era el leitmotiv. El lienzo ocre sin pintar como fondo o capas de pintura muy fina o los contornos bosquejados o la narrativa o contranarrativa o la no narrativa del cuadro. La pincelada es agresiva, desordenada, una especie de mal sueño reflejo de una personalidad convulsa plasmada en el 'Estudio para autorretrato' (1981) en el que el autor se define a sí mismo como un hombre con dos rostros, uno blanco y uno negro, una especie de yin yang anatómico y psicológico.

Sus cuadros van avanzando, mutando al tiempo que el artista, que va vomitando su vida en los lienzos

Sus cuadros van avanzando, mutando al tiempo que el artista, que va vomitando su vida en los lienzos. Aquí su amigo Lucian Freud, aquí su amante Peter Lacy, sus fantasías y sus fobias masoquistas. Aquí espejos -o marcos dentro del marco- aberrantes que deforman las figuras. Figuras estáticas, inmóviles, tumbadas o enjauladas. Claustrofobia.

En 1962, la Tate de Londres programó la primera retrospectiva de Bacon en un museo de primera línea. El pintor, de nuevo carcomido por sus inseguridades, se encerró a crear nuevas obras en una etapa que viró al color, a los contornos más definidos y a las pinceladas más homogéneas y arenosas, casi sin rastro, con fondos que pueden conectarse con Rothko. De esta época es el tríptico 'Tres estudios para una crucifixión' (1962), en el que Bacon se encomienda al rojo y al naranja como colores centrales. Y aquí, como en el mostrador de las carnicerías que visitaba -por placer- en su juventud. Piernas humanas que se extienden como patas de cordero y torsos como el costillar de un cerdo. Carne, músculo, hueso y ternilla que apelan al observador, eróticos y sugerentes.

Y también cuerpos contorsionados en posturas grotescas, incluso blandos, como con el esqueleto hecho papilla. Rostros y posturas animalizadas, simiescas, mientras un líquido blanquecino rebosa entre las piernas, como en 'Dos estudios del cuerpo humano' (1975). Como su homónimo del siglo XVI -padre del empirismo filosófico y científico-, al Bacon del siglo XX le gustaba probar, experimentar, que se entrega a la libertad. Bacon pasa del estatismo de su obra inicial al movimiento que insufla a las figuras humanas, estudiando la representación que Muybridge hacía de ello a través de la fotografía. Llama particularmente la atención el tríptico de 'Tres estudios de figuras sobre camas', una especie de kamasutra reducido a tres secuencias en los que Bacon introdujo incluso flechas representando el movimiento.

Cuerpos contorsionados en posturas grotescas, incluso blandos, como con el esqueleto hecho papilla. Rostros y posturas animalizadas, simiescas

'Francis Bacon: de Picasso a Velázquez' -exposición patrocinada por Iberdrola- repasa las más de seis décadas de trabajo del controvertido pintor, que en sus comienzos despertó sentimientos encontrados entre los críticos y que se ha erigido como uno de los artistas más importantes de la segunda mitad del siglo XX -sus cuadros ahora se cotizan por encima de los tres millones de euros-. Con un carácter inequívocamente único y personal en su obra y polémico en su vida personal, vivió una intensa vida de excesos que transmitió a través de sus pinceles. En sus propias palabras, trató de reflejar la naturaleza violenta de la vida y de la muerte. "Cuanto más violentamente se siente la vida, más consciente se es de la mortalidad".

"No hay ni arbolitos ni flores bonitas en esta exposición", avisa Martin Harrison, comisario de 'Francis Bacon: de Picasso a Velázquez' -y uno de los mayores expertos en el mundo sobre la obra del pintor británico-, entre chascarrillo y explicación. No, no hay ni arbolitos ni flores bonitas. Hay rostros desdibujados, cuerpos amorfos a medio desvanecer, figuras fantasmagóricas enjauladas, miembros mutilados como piezas de matadero, sodomía, onanismo y, también, papas. Sí, papas. Pontífices. Varios Inocencios X en distintos grados de descomposición y descoyunte. ¡Ah! Y un bonito óleo sobre lienzo de una casa en Barbados, con un patio interior, en un día soleado y tranquilo.

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