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El as en la manga de Trump: un plan de infraestructuras para evitar la recesión
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EEUU lleva 10 años de expansión

El as en la manga de Trump: un plan de infraestructuras para evitar la recesión

El presidente de Estados Unidos quiere esquivar el fantasma de la recesión en 2021 que vaticinan ya buena parte de los economistas estadounidenses, sin importar su ideología

Foto: Un cartel de apoyo a Trump en mitad de una carretera helada en EEUU. (Reuters)
Un cartel de apoyo a Trump en mitad de una carretera helada en EEUU. (Reuters)

El estamento de analistas, financieros y adivinadores de la economía está en modo “alerta de recesión”. Estados Unidos lleva ya 10 años y medio de ciclo expansivo, el más largo de su historia, y pese al paro mínimo y el poderoso consumo, más de un observador percibe en las hojas de té indicios de tormenta. La administración Trump valora opciones en caso de peligro. Entre ellas, recuperar una de sus grandes promesas de campaña: el plan de inversión masiva en infraestructuras.

“Desde hace años Estados Unidos no ha invertido adecuadamente, ni de lejos, en las infraestructuras”, declaró la Casa Blanca el pasado abril. “Tenemos que invertir en el futuro de este país y llevar nuestras infraestructuras al mejor nivel de su historia”. Corría la primavera y hasta los demócratas estaban por la labor. Ambos partidos habían acordado un plan de dos billones de dólares; hasta que los detalles de cómo pagarlo, y disputas colaterales en el Congreso, dieron al traste con la iniciativa.

Foto: Un trader en Nueva York este agosto. (Reuters)

Ahora que tres de cada cuatro los economistas vaticinan una recesión antes de 2021, resurgen las voces que piden recuperar dicho plan: tanto conservadoras como progresistas. “Las cosas no van bien, y el presidente Trump se ha puesto a la defensiva”, escribe el financiero John S. Tobey . “Irónicamente, esa posición forzada podría hacer que resucitara su plan de infraestructura donde todos ganan”.

En la otra punta del espectro político, el senador socialista y candidato presidencial Bernie Sanders se muestra favorable, y ofrece su propio proyecto de reconstrucción. Otra demócrata, Elizabeth Warren, adalid de los programas sociales, propone tasar la gasolina para pagar la renovación de aeropuertos y carreteras. Una medida en la que coincide, excepcionalmente, con sus adversarios republicanos.

Quizás el apetito general por este plan se deba a la ruina evidente de las infraestructuras en la primera potencia del mundo. Cualquiera que haya viajado en coche, digamos entre Colorado y Nuevo México, esquivando familias de renos en la oscuridad, metiendo las ruedas en los socavones y bañando con los faros a las pobres criaturas que pastan en las cunetas, sabe de qué se trata.

placeholder El presidente de EEUU, Donald Trump, en una rueda de prensa. (Reuters)
El presidente de EEUU, Donald Trump, en una rueda de prensa. (Reuters)

La mayor parte de las infraestructuras estadounidenses fueron construidas entre 1933 y 1970. Solo la administración de Franklin D. Roosevelt, que llegó al poder en un país donde el PIB había caído a la mitad y uno de cada cuatro trabajadores estaba en paro, construyó un millón de kilómetros de carreteras, 78.000 puentes y 125.000 edificios públicos y militares. Muchas de estas infraestructuras siguen funcionando, mucho más allá de la vida útil que sus arquitectos habían estimado.

En esta nación plana y bien conectada, que se expandió hacia el interior gracias a los trenes a mediados del siglo XIX, la seguridad ferroviaria es un indicador del estado general de la logística. Si comparamos los datos de accidentes ferroviarios entre 2004 y 2012, a los dos lados del Atlántico, vemos que un norteamericano tiene 58 veces más posibilidades de sufrir una herida, viajando los mismos kilómetros, que un francés, y 48 veces más que un alemán, según datos del American Enterprise Institute. “Incluso los peores sistemas ferroviarios de Europa son superiores”.

“Los ingenieros están haciendo lo que pueden para parchear las viejas infraestructuras y garantizar su seguridad, pero, al final, nuestra infraestructura necesita una modernización que solo ocurrirá con un aumento de la inversión”, declaró Kristina Swallow, presidente de la Sociedad Americana de Ingenieros. Según los cálculos de la organización, el esqueleto de EEUU requiere una baño de 4,5 billones de dólares para actualizarse. Más del doble de lo calculado en Washington.

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La red de autopistas interestatales data de los años 50, y la Ley de Aguas Limpias, responsable de cuidar los ríos y otras vías acuíferas, es de la década de los 70. Estas fueron las últimas grandes iniciativas del Gobierno estadounidense. Desde entonces ninguna tentativa ha fructificado, como se aprecia en el paisaje.

“Si te pusiera una venda en los ojos y te llevase al Aeropuerto LaGuardia en Nueva York, pensarías: ‘debo de estar en algún país del Tercer Mundo’”, dijo el actual candidato presidencial Joe Biden en 2014. “¡No estoy bromeando!”. Sus palabras son tan válidas hoy como entonces, o incluso más, a tenor de los atascos de acceso al aeropuerto. A veces la cola para entrar es tan larga que los pasajeros se bajan del taxi, con sus niños y sus maletas, y cruzan a pie la autopista de cuatro carriles

El camino hacia el plan de inversión masiva, sin embargo, está lleno de baches y curvas (y renos pastando en la noche). Uno de ellos es la polarización política; Donald Trump decidió enterrar el plan la pasada primavera dado que los demócratas se resistían a abandonar su investigación de la presunta conspiración con Rusia. Otro es el estado, no mucho mejor que las infraestructuras, de las cuentas federales.

placeholder Donald Trump, en un acto en la Casa Blanca. (Reuters)
Donald Trump, en un acto en la Casa Blanca. (Reuters)

“La pregunta es, realmente, ¿de dónde sacas el dinero?”, dijo el senador de Kentucky, el republicano Rand Paul, en mayo. No todos los congresistas se muestran entusiasmados con gastar una vez y media el PIB de España en rehacer las carreteras. La respuesta a esta pregunta, cómo se paga el plan, fue precisamente lo que no llegaron a discutir los demócratas y el presidente. La oposición propuso rescindir el recorte del impuesto corporativo, lo cual es un tabú para la Casa Blanca, y Donald Trump sugiere ofrecer un hueco más generoso a la inversión privada.

El déficit presupuestario ha crecido a un ritmo más rápido de lo previsto, hasta romper, por primera vez en la historia, la barrera del billón de dólares. Una consecuencia del recorte fiscal de 2017, la ralentización del crecimiento y el impacto de la guerra arancelaria con China. La Oficina Presupuestaria del Congreso estima que el déficit seguirá aumentando por los menos hasta 2023.

Puede que las diferencias políticas y los escrúpulos fiscales se dispersen por la fuerza de las circunstancias, si Estados Unidos acaba deslizándose cuesta abajo en un nuevo cambio de ciclo. Sería la séptima recesión de los últimos sesenta años.

El estamento de analistas, financieros y adivinadores de la economía está en modo “alerta de recesión”. Estados Unidos lleva ya 10 años y medio de ciclo expansivo, el más largo de su historia, y pese al paro mínimo y el poderoso consumo, más de un observador percibe en las hojas de té indicios de tormenta. La administración Trump valora opciones en caso de peligro. Entre ellas, recuperar una de sus grandes promesas de campaña: el plan de inversión masiva en infraestructuras.

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