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La guerra civil andaluza e Ibn Hafsún, el muerto al que tuvieron que matar dos veces
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La guerra civil andaluza e Ibn Hafsún, el muerto al que tuvieron que matar dos veces

La leyenda del levantamiento de este muladí es sumamente curiosa y probablemente tergiversada por los cronistas árabes y cercanos al poder. ¿Qué sucedió de verdad?

Foto: Ilustración de Omar Ibn Hafsún. (CC)
Ilustración de Omar Ibn Hafsún. (CC)

Hacia el año del Señor de 917, la actual Andalucía había ardido por los cuatro costados tras una cruenta guerra civil entre los muladíes (descendientes de cristianos convertidos al islam) y los musulmanes de toda la vida radicados en la luminosa Córdoba. Un rebelde y contumaz contestario se había echado al monte y había fundado una ciudad inaccesible en un lugar llamado Bobastro, a día de hoy un lugar mágico del cual incluso se duda de su existencia o sencillamente, se confunde su posición geográfica.

Esta misteriosa ciudad era la causa de los dolores de cabeza del califa cordobés Abd Alláh, que no daba con la tecla para acabar con la sublevación mientras que en la capital del califato empezaban a escasear las vituallas y la situación empezaba a ser comprometida. La cosa estaba bastante fea, cuando una mañana de primavera, Ibn Hafsún, el rebelde, nieto de cristianos, le dio por morirse, así, de la noche a la mañana y por sorpresa, relajando su cuerpo para los restos. Pero la cosa no acabó ahí.

Lamentablemente los comportamientos irracionales es lo que tienen; cuando se desbocan, devienen en incontrolables

Los cabreados moritos, recelosos de que el interfecto pudiera seguir adoctrinando tras el óbito y desde el más allá, dándole más cuerda al tema, descubrieron que el muerto era un osado, pues tras la ceremonia, enterrado según el rito al uso, su cuerpo apuntaba hacia Jerusalén por lo que profanaron su tumba y lo clavaron así, como quien no quiere la cosa, de una de las puertas de la más grande ciudad de Occidente para escarmiento de los insurrectos y aviso a navegantes.

placeholder Foto: iStock.
Foto: iStock.

Este correoso caudillo, que había conseguido concitar en torno a sí mismo a más de tres millares de devotos incondicionales, había creado perturbaciones sin cuento en el califato desde Algeciras hasta Murcia, que no es poco. ¿Que había ocurrido para llegar a este punto de no retorno? En la Córdoba de aquel tiempo, dos iluminados cristianos fundamentalistas, un tal Eulogio y un tal Álvaro, la emprendieron contra el califa de turno porque en aquella ciudad integradora y cosmopolita las chilabas proliferaban como una plaga y les restaban una notable cuota de adeptos y en consecuencia, de circulante “en la caja de resistencia”.

La muerte del combativo y correoso Ibn Hafsún fue el bálsamo que aplacó la rebelión

Abderramán II, buscando una conciliación entre sus contribuyentes de tan dispares posiciones y para no perder comba en su patio trasero, favoreció el Concilio de Toledo con la idea de que de él saliera alguna derivada con cordura. Pues no. A pesar de que los obispos tenían buena disposición y colaboraron para apaciguar los ánimos; algunos recalcitrantes no se dieron por aludidos y la espiral de violencia continuó. Lamentablemente los comportamientos irracionales es lo que tienen; cuando se desbocan, devienen en incontrolables.

En busca de la cordialidad

Muhammad I, sucesor del anterior, algo más expeditivo, igualó hombros sin que le temblara el pulso. Algunos centenares de cabezas cambiaron radicalmente su orientación y los buenos entendedores empezaron a silbar discretamente haciéndose los despistados.

A pesar de la mano dura con la que se empleaba el califa recién entronizado, era obvio que la administración local buscaba una entente cordial entre las religiones al uso, que convivían plácidamente en aquellos pagos, hasta que estos dos piezas la liaron parda. Ocurrió que algunos enfervorizados adeptos de estos dos paladines de la religión cristiana la emprendieron a base de epítetos subidos de tono, esto es, blasfemias puras y duras.

placeholder Mezquita de Córdoba. (Wikimedia Commons)
Mezquita de Córdoba. (Wikimedia Commons)

Lógicamente, ante esta situación, los alfanjes comenzaron a funcionar a pleno rendimiento, pues como el Profeta dicta en el Corán de manera inapelable, los blasfemos van al cadalso sin más preámbulos. Quiso el destino, la fortuna o el infortunio, según sea la distancia con la que se observan las cosas; que a la postre, la muerte del combativo y correoso Ibn Hafsún fuera el bálsamo que aplacara la rebelión. Paulatinamente, el movimiento se iría diluyendo en la nada de las cosas que pasan a segunda página discretamente. El tiempo, de a poco, se ocuparía de sepultar aquel nombre que tuvo un momento brillante y un final anónimo.

Hacia el año del Señor de 917, la actual Andalucía había ardido por los cuatro costados tras una cruenta guerra civil entre los muladíes (descendientes de cristianos convertidos al islam) y los musulmanes de toda la vida radicados en la luminosa Córdoba. Un rebelde y contumaz contestario se había echado al monte y había fundado una ciudad inaccesible en un lugar llamado Bobastro, a día de hoy un lugar mágico del cual incluso se duda de su existencia o sencillamente, se confunde su posición geográfica.

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