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La razón por la que el tiempo parece que pasa más deprisa a medida que envejecemos
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la paradoja vacacional

La razón por la que el tiempo parece que pasa más deprisa a medida que envejecemos

La sensación de que el tiempo se acelera conforme van pasando los años es uno de los mayores misterios​ de la percepción humana

Foto: ¿Por qué tenemos la sensación de que nuestros primeros años pasaron más lentamente que los posteriores? (iStock)
¿Por qué tenemos la sensación de que nuestros primeros años pasaron más lentamente que los posteriores? (iStock)

Cuando éramos niños, las vacaciones de verano parecían no terminar nunca. Y qué decir de la espera antes de las navidades, una eternidad. Ahora en cambio parece que estas fiestas de invierno llegan cada vez más pronto. Los días, semanas y meses se suceden a una velocidad pasmosa y desechamos calendarios como quien cambia de camisa. No hace falta, por tanto, acudir a Einstein o a su reloj en movimiento para confirmar la relatividad del tiempo, pues basta con nuestra peculiar percepción humana.

Foto: En lugar de fichar en el trabajo, fichas en la playa. (EFE/M. L.) Opinión

Desde que el fenómeno fue acreditado por los psicólogos Marc Wittmann y Sandra Lenhoff en 2005, según 'Scientific American', la sensación de que el tiempo se acelera a medida que envejeces es uno de los mayores misterios. Pero afortunadamente, los intentos de la ciencia por desentrañarlo ya han dado sus frutos. Por un lado, se dice que podría ser una alteración gradual de nuestro ritmo circadiano, comúnmente denominado biológico o interno. En efecto, la ralentización del metabolismo conforme envejecemos coincide con el bajón del ritmo cardíaco y la respiración, lo que significa que si cada vez notamos menos latidos y tomamos aliento con menos frecuencia, podría parecer que el tiempo fuese más despacio.

Almacenamos entre seis y nueve recuerdos en dos semanas cargadas de rutina. Los mismos que en solo un día durante las vacaciones

En cambio, otra teoría sugiere que está relacionado con la cantidad de información que absorbemos. Nuestros cerebros tardan más en procesar los nuevos estímulos, por lo que el tiempo podría parecer más largo. A su vez, registramos recuerdos más ricos y detallados al enfrentarnos a nuevas situaciones. Esta hipótesis explicaría por qué hay gente que ha tenido un accidente de coche o que ha experimentado una caída libre (por ejemplo, practicando puenting) que asegura que todo parecía haber pasado “a cámara lenta”. También por qué el primer día de trabajo se hace eterno o por qué no recuerdas lo que comiste hace tres días pero sí esa comida tan especial durante tus vacaciones.

Tempus fugit

Como dice el escritor y periodista Martín Caparrós, viajar es la mejor manera de engañar al tiempo, algo que la psicóloga Claudia Hammond ha denominado como la “paradoja vacacional”. Durante dos semanas cargadas del confort de la rutina y experiencias ordinarias, una persona puede almacenar entre seis y nueve recuerdos. Pero en tan solo un día de asueto podemos alcanzar un número equiparable. Es cierto, por tanto, eso de que el tiempo vuela cuando uno se divierte. Todo es inédito, fresco y merece la pena atesorarlo en la mente.

placeholder Seguro que algo así no se te olvida. (iStock)
Seguro que algo así no se te olvida. (iStock)

¿Y esto qué relación tiene con el envejecimiento? A medida que pasan los años, nos familiarizamos con nuestro entorno, sobre todo si tenemos una rutina definida. En cambio, para los más jóvenes el mundo es un lugar desconocido lleno de experiencias nuevas, por lo que deben dedicar mucho más esfuerzo cerebral a procesarlas. El elemento clave que sostiene este supuesto es la dopamina que se libera cuando percibimos estos estímulos inéditos. Al parecer, una vez superamos la barrera de los 20, los niveles van decayendo, lo que hace que los días pasen más y más deprisa.

Según esta teoría, tendría más sentido dividir la vida de una persona en cuatro etapas: de cinco a diez, de diez a 20, de 20 a 40 y de 40 a 80 años

En un intento por racionalizar la percepción del tiempo, los científicos aseguran que se podría dar con una escala logarítmica que lo explicase, que sería parecida a la de Richter, que se utiliza para medir la intensidad de los terremotos. Es decir, el paso de la nueve a diez no corresponde necesariamente a un aumento del 10%. Para un niño de dos años, 365 días son la mitad de su vida. Para uno de diez, un 10%. Para uno de 20, un 5%. Algo que se entiende a las mil maravillas con la línea de tiempo interactiva realizada por el diseñador Maximilian Kiene.

Por lo tanto, consideran que es un error entender nuestras vidas en términos de décadas, pues esto sugiere que cada periodo tiene un peso equiparable. Bajo esta teoría, la vida de una persona se tendría que dividir en cuatro etapas: de cinco a diez, de diez a 20, de 20 a 40 y de 40 a 80 años. Sea como fuere, de todo este galimatías podemos sacar en claro que la rutina hace que los días pasen más rápido, así que el mejor método para aprovechar el tiempo finito que se nos da sería llenarlo de eventos únicos y memorables, como lo haría un niño.

Cuando éramos niños, las vacaciones de verano parecían no terminar nunca. Y qué decir de la espera antes de las navidades, una eternidad. Ahora en cambio parece que estas fiestas de invierno llegan cada vez más pronto. Los días, semanas y meses se suceden a una velocidad pasmosa y desechamos calendarios como quien cambia de camisa. No hace falta, por tanto, acudir a Einstein o a su reloj en movimiento para confirmar la relatividad del tiempo, pues basta con nuestra peculiar percepción humana.

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