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Los 'trabajos postureo': por qué cuanto más útil eres en tu empresa, menos cobras
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la estupidez laboral, según DAVID GRAEBER

Los 'trabajos postureo': por qué cuanto más útil eres en tu empresa, menos cobras

Cinco años después de la publicación de uno de los artículos más importantes de la década, el antropólogo publica el libro en el que expande la teoría de los 'bullshit jobs'

Foto: Graeber, un anarquista en la LSE. (Melville House Publishing)
Graeber, un anarquista en la LSE. (Melville House Publishing)

Imagínese que, como en la serie 'The Leftovers', de buenas a primeras el 2% de la población mundial se esfumase. Pero no serían elegidos al azar. Los desaparecidos serían bomberos, dependientes de tiendas de alimentación, conductores de autobús, barrenderos, mecánicos, enfermeras y profesores. Los resultados, probablemente, serían dantescos: los servicios públicos se vendrían abajo y dejaríamos de tener educación, sanidad y de disponer de otros servicios básicos que damos por garantizados. Ahora imagínese que los que desapareciesen fueran consultores políticos, los abogados que trabajan para grandes compañías, los gurús del 'marketing' o inversores. ¿Le importaría a alguien más que a sus seres queridos? Muy probablemente, no.

La gran ironía, recuerda el antropólogo anarquista David Graeber, antiguo profesor de Yale y actualmente en plantilla de la London School of Economics, es que el primer grupo de trabajadores está terriblemente peor pagado que el segundo. Como si, perversamente, cuanto más necesario sea tu empleo para la sociedad, menos remuneración percibirá; y mientras más prescindible sea, más beneficios económicos y laborales recibirá, salvo contadísimas excepciones como los médicos. Es un proceso imparable desde los años ochenta, recuerda el que fuera rostro visible de 'Occupy Wall Street'. A partir de entonces, “cualquiera que tenga un trabajo de verdad habrá visto cómo se ha recortado, acelerado y 'taylorizado”, en referencia a la división del trabajo ideada por el ingeniero y economista Frederick Taylor.

El desencanto era común: querían mejorar la vida de los demás, pero al final terminaban en trabajos mal pagados, sin poder formar una familia

Esta división entre trabajos de verdad y trabajos de mentira es la base de la célebre teoría de los 'bullshit jobs' —trabajos 'absurdos', 'mentira' o 'de postureo', a falta de otro término mejor—, que apareció por primera vez en un viral artículo de 2013 y que acaba de tomar forma de libro, bajo el contundente título de 'Bullshit Jobs: a Theory'. ¿En qué consisten exactamente? Es “un empleo que la persona que lo lleva a cabo considera que es inútil, y que si no existiese no cambiaría nada o, incluso, convertiría el mundo en un lugar mejor”. ¿Cuáles suelen ser? Graeber prefiere que cada cual juzgue por sí mismo, pero se parecen sospechosamente a los empleos de cuello blanco, de oficina y gestión, que no producen nada en concreto. Son puestos prestigiosos y aspiracionales que podrían desaparecer por completo y nadie los echaría de menos.

El profesor expone un ejemplo muy claro —el libro está plagado de ellos— en un reciente resumen publicado en su cuenta de LinkedIn. Muchos de los jóvenes con los que se encontró en el verano de 'Occupy' compartían un mismo desencanto. Uno de ellos explicaba que simplemente querían “hacer algo que mejorase la vida de los demás”, pero tarde o temprano se daban cuenta de que de ser así, “terminabas cobrando mal y tan endeudado que no podías formar ni tu propia familia”. Por otro lado, estaban los jóvenes 'traders' de Wall Street, que les daban la razón a sus coetáneos en que su trabajo no solo era inútil, sino que perjudicaban al resto de la sociedad, pero matizaban que tan solo se irían “si alguien develase cómo vivir en Nueva York cobrando menos de 100.000 dólares”.

placeholder Una huelga de basuras puede paralizar una ciudad. Desde luego, no es un 'bullshit job'. (EFE)
Una huelga de basuras puede paralizar una ciudad. Desde luego, no es un 'bullshit job'. (EFE)

Una de las muestras palpables de lo innecesario de sus trabajos es que nunca hacen huelga. ¿Para qué? Como recuerda Graeber, el paro del sector bancario irlandés en los años setenta, que duró seis meses, no supuso ningún impacto en el país. Sin embargo, una huelga de recogida de basuras puede convertir una ciudad en inhabitable en cuestión de días. El antropólogo criado en Nueva York cita un estudio publicado el pasado año por tres economistas en el 'Journal of Political Economy' que calculaba los costes y beneficios de un gran número de profesiones, y que concluía que sectores como el financiero, el del derecho de empresa o el del 'marketing' tomaban de la sociedad más de lo que daban, mientras que otros, la minoría (investigadores, profesores, ingenieros), la beneficiaban.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Olvidémonos del discurso que asegura que los robots nos van a robar los trabajos, sugiere Graeber: ya lo han hecho, tan solo que hemos sustituido esos puestos perdidos por otros que no valen para nada. Son “empleos imaginarios”, como los denomina en una entrevista reciente, cuyo único objetivo es tenernos ocupados, “porque vivimos en una economía irracional que hace que la gente trabaje ocho horas haya algo que hacer o no”. Un principio paradójico y “misterioso” en una economía capitalista de competencia, en la que se supone que “lo último que haría una empresa sería pagar a trabajadores que no necesita”.

“Es como si alguien se estuviese inventando empleos absurdos solo para mantenernos ocupados”, sintetiza Graeber

La razón, por lo tanto, no puede ser económica, sino política y moral, como proponía en aquel artículo pionero. Las clases altas descubrieron a finales de los sesenta que grandes masas de trabajadores felices y productivos, y sobre todo con mucho tiempo libre en sus manos gracias a la automatización de su labor, podían convertirse en “un peligro moral”. Graeber descarta la recurrente teoría de que ha sido el crecimiento exponencial del consumo lo que ha provocado la aparición de empleos inútiles, puesto que la mayor parte de ellos no producen nada concreto ni servicios útiles, y se decanta por la utilidad de seguir promoviendo una moral del trabajo que nos lleva a pensar que “aquellos que no desean someter la mayor parte de su tiempo a una disciplina laboral no merecen nada”. Un argumento también esgrimido por los detractores de la renta básica.

“Es como si alguien se estuviese inventando empleos absurdos solo para mantenernos ocupados”, sintetiza el autor. De ahí que la mayoría de sectores que han sufrido recortes hayan sido aquellos en los que “se fabrican, se reparan y se mantienen cosas de verdad”, mientras que los puestos administrativos se han expandido hasta abarcar casi tres cuartas partes del mercado laboral. Como si de repente Occidente se hubiese convertido en la URSS, donde todo camarada tenía derecho a un puesto de trabajo, por inútil que fuese. Esa burocracia soviética tiene su traducción capitalista en industrias como el 'telemarketing', los servicios financieros, los recursos humanos, las relaciones públicas o el 'marketing'… Pero también en esa industria de los marrones que existe solo porque el resto dedica demasiado tiempo a trabajar en otra cosa.

placeholder Como no hay nada que hacer, pasan el tiempo viendo vídeos, publicando en Facebook o acudiendo a seminarios inútiles. (iStock)
Como no hay nada que hacer, pasan el tiempo viendo vídeos, publicando en Facebook o acudiendo a seminarios inútiles. (iStock)

Según la clasificación de Graeber, hay varios tipos de trabajos absurdos, que configuran una llamativa galería de los horrores del mundo laboral moderno. Están los lacayos ('flunkies'), cuyo objetivo es que “los jefes estén guapos” (por ejemplo, los recepcionistas mal pagados de una empresa o los asistentes personales); los “de la cinta adhesiva”, cuya labor exclusiva es solucionar problemas organizativos que en teoría no deberían existir, como ocurre con algunos cargos intermedios; los bobos ('goons'), como los trabajadores de relaciones públicas, lobistas o profesionales de 'marketing' que solo existen porque todas las empresas tienen uno; los marcacasillas, que “permiten que una empresa pueda afirmar que está haciendo algo que no hace de verdad”, y, por último, los capataces, que supervisan a gente que no necesita supervisión. En definitiva, mucho mando intermedio, poca productividad.

¿Ansiedad, vacío vital? Eres uno de ellos

Si no hay nada que hacer, ¿a qué se dedica el tiempo en estos trabajos? Efectivamente, responde Graeber, a nada. O, como le comentó uno de sus conocidos, a mirar 'memes' de gatitos y de vez en cuando trabajar un poco, no más de 15 horas a la semana, como predijo Keynes. Algo que todos tienen en común es que, de manera más o menos consciente, saben que su trabajo no sirve para nada, aunque pocos lo admitirían. La consecuencia más evidente es una terrible furia y resentimiento cocinados a fuego lento a lo largo de los años. Como recuerda Graeber, son profundamente desgraciados porque jugar el juego de las ilusiones es “inherentemente desmoralizador”: “Están mal todo el tiempo. Me hablaban de depresión, de enfermedades complicadas, de problemas psicológicos, físicos e inmunitarios que claramente tienen que ver con la tensión, la ansiedad y la depresión”.

El objetivo de la furia causada por la frustración son sus compañeros, pero también los trabajadores del sector público (conductores, profesores)

Ello produce entornos laborales tremendamente tóxicos. Se tratan mal, se gritan, se envidian y, en definitiva, se odian. “Cuanto menos sentido tenga tu trabajo, más personas habrá que sufran mientras lo hacen y peor se tratarán las unas a las otras”, señala el autor de 'En deuda: una historia alternativa de la economía'. A menudo, el objetivo de su furia ya no son los compañeros de trabajo, sino los trabajadores de aquellos sectores cuyos empleos sí parecen tener sentido, como suele ocurrir con los funcionarios o los trabajadores del sector servicios (conductores, profesores), víctimas habituales del populismo de derechas. “Es como si les dijesen '¡pero por lo menos tú tienes un trabajo de verdad! ¿Y aun así quieres una pensión de clase media y Seguridad Social?”.

“No he conocido a ningún abogado de empresa que no pensase que su trabajo no es una gilipollez”, explicó Graeber en aquel artículo que lo cambió todo. Hay una gran diferencia con los trabajos basura (o “de mierda”, 'shit jobs'), igual de destructivos, pero por otras razones. El lado oscuro de los 'bullshit jobs' —ligados al cuello blanco, muchas veces de autónomos— es el sinsentido, mientras que en los tradicionales empleos basura —cuello azul, asalariados—, lo son las malas condiciones materiales. Paradójicamente, aunque estos últimos tengan menos prestigio social y no prometan la realización profesional de los empleados, son cruciales para la sociedad, lo que alivia dicho malestar. Es mucho más indigno ser consciente de que tu empleo podría desaparecer y nadie lo echaría de menos.

Foto: La sede central de Al Jazeera en Doha. (Reuters/Fadi Al-Assad) Opinión

¿Cómo es el infierno para David Graeber? Un lugar donde un montón de personas pasan la mayor parte de su tiempo haciendo una tarea “que no les gusta y en la que no son especialmente buenos”. Por ejemplo, les han contratado para fabricar muebles, pero de repente se dan cuenta de que lo que les piden es que pasen mucho tiempo friendo pescado, algo que no saben hacer muy bien y que tampoco es el objetivo de la empresa. El resultado es un montón de gente cocinando pescado infumable y furiosos ante la posibilidad de que su compañero de al lado pueda dedicar más tiempo al artesanado que a la fritanga, así que todo el mundo termina pringando. Los muebles, en la nueva realidad laboral, terminan convirtiéndose en una utopía inalcanzable; y el pescado podrido, el símbolo de toda la energía y tiempo que malgastamos en algo que no sirve para nada… pero por lo que nos pagan al final de cada mes, aunque no sepamos muy bien por qué.

Imagínese que, como en la serie 'The Leftovers', de buenas a primeras el 2% de la población mundial se esfumase. Pero no serían elegidos al azar. Los desaparecidos serían bomberos, dependientes de tiendas de alimentación, conductores de autobús, barrenderos, mecánicos, enfermeras y profesores. Los resultados, probablemente, serían dantescos: los servicios públicos se vendrían abajo y dejaríamos de tener educación, sanidad y de disponer de otros servicios básicos que damos por garantizados. Ahora imagínese que los que desapareciesen fueran consultores políticos, los abogados que trabajan para grandes compañías, los gurús del 'marketing' o inversores. ¿Le importaría a alguien más que a sus seres queridos? Muy probablemente, no.

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