Es noticia
Los Gelves y el maestre Álvaro de Sande: la heroica resistencia española en el infierno
  1. Alma, Corazón, Vida
DRAMA EN EL MEDITERRÁNEO

Los Gelves y el maestre Álvaro de Sande: la heroica resistencia española en el infierno

En 1560 se dio uno de esos sorpresivos y trágicos desastres que dejó en estado de shock a los españoles de la época, acostumbrados a contar las batallas por victorias

Foto: Puesta de sol en Djerba (Túnez). (CC/SuperManu)
Puesta de sol en Djerba (Túnez). (CC/SuperManu)

"El arena quemaba, el sol ardía,

la gente se caía medio muerta"

–Garcilaso de la Vega, 'Égloga II'

El Mediterráneo es como una bañera grande con un intenso color azul índigo, o verde si estas en una las siete mil islas griegas. Es un lugar de tránsito donde docenas de civilizaciones se han batido el cobre por el control del comercio, se han librado guerras incontables, y rapsodas como Homero, Kavafis o Elýtis, el llorado Miguel Hernández, Dante Alighieri o Petrarca han escrito sus mejoras líneas a ese Dios líquido que hace temblar los sensores del alma. También, el Mare Nostrum es el lugar donde miles de soñadores de color, huyendo de la explotación y del expolio europeo y de sus compinches del hemisferio norte, desnudan de identidad y futuro sus países de origen, condenándolos a buscar paradójicamente amparo tras el goteo de migas que sobran en la mesa de una Europa anciana y con unos valores poco oreados, jibarizados y en cloroformo, valores que por un egoísmo extremo y falta de imaginación para dar soluciones al resultado de su propia criminalidad –unas veces por omisión, otras impulsadas directamente–, la convierten en una confederación de intereses genocida y deshumanizada cuando deberíamos ser el referente mundial por la experiencias vividas y difundir nuestros tan cacareados valores, los principios de la Revolución Francesa, el respeto a los Derechos Humanos y todas esas zarandajas que nos hemos inventado para parecer los más buenos. El caso es que donde solo hay indiferencia y vacío ante ese éxodo multitudinario, millares de desgraciados mueren en sus maldecidas aguas contra su voluntad recorriendo en un escalofrío aquellos corazones que aún laten.

La insistencia española era obsesiva en su ansia por controlar Djerba. La soberanía española se asentó entre 1520 y 1540 y de 1551 a 1560

Pero también es un mar pequeño y enorme a la vez por la historia. En el siglo XVI, España, que estaba muy subida cabalgando sobre una oleada de victorias encadenadas y sin precedentes, emocionada de tanto repartir estopa a granel, se dio de bruces en un episodio que le supuso una cura de humildad.

El Imperio Otomano contraataca

Al norte de la actual Túnez hay una isla de espectacular belleza donde la naturaleza lo ha cuadrado todo. Se llama este trozo de tierra de poco más de 500 kilómetros cuadrados Djerba. Antaño se llamó Gelves o Los Gelves y fue el punto o demarcación donde los dos bandos enfrentados en aquella época se zurraban de lo lindo. Atravesar la demarcación de Los Gelves definía el concepto de provocación, reto o escupitajo provocador del adversario; eso era más que frecuente en los siglos XVI y XVII. En 1560 se dio uno de esos sorpresivos y trágicos desastres que por imprevisto, dejó en estado de shock a los españoles de aquel entonces acostumbrados a contar las batallas por victorias.

En los albores de la Edad Moderna, el colosal Imperio Otomano ayudaba a los corsarios berberiscos a hacer el trabajo sucio y de desgaste psicológico. La razias costeras en el sur de Italia, Malta, Sicilia, Lampedusa, etc, la captura de esclavos en el litoral español, el saqueo de naves mercantes en las peligrosas rutas transmediterráneas; obligarían a establecer al recién fusionado Reino de Aragón y el de Castilla a fijar una base permanente en la isla para mitigar la fanática belicosidad de los devotos de Allah.

Fernando el Católico se percató de lo estratégico de la isla y fue el primero en el siglo XVI en dictar doctrina geoestratégica en aquel vergel en medio del Mare Nostrum. Tras conquistar Trípoli, Argel, Orán y Bugía, la Monarquía hispánica puso sus ojos sobre Djerba.

Ya, hacia 1510, el ejército aragonés de Pedro Navarro, al que se habían sumado cerca de 7.000 castellanos al mando de García Álvarez de Toledo, que sería padre del célebre III Duque de Alba, iniciarían un fallido desembarco terrestre, en el que el calor, la falta de agua y la inexperta temeridad de Álvarez de Toledo desembocarían en un grave desastre. Algo más de 4.000 hombres morirían durante una marcha forzada por el desierto para efectuar una maniobra de pinza.

La insistencia española era obsesiva en su ansia por controlar Djerba. La soberanía española se asentó en distintos periodos entre 1520 y 1540 y de 1551 a 1560. En realidad el dominio de la isla fue más nominativo que real pues el Imperio Otomano tenía el Mediterráneo bajo control férreo con una superioridad aplastante. Ya allá por el año 1558, el almirante corsario Pialí arrasaría Menorca sin resistencia realizando una carnicería deliberada sobre la indefensa población como aviso a navegantes. Tras este agravio, Felipe II apeló al Papa Pablo IV y a los aliados católicos para que se preparasen para una expedición combinada en 1560 contra Trípoli, arrebatada una década atrás por otro corsario llamado Dragut.

Cuando se puso la operación en marcha, los anatolios ya habían preparado una enorme flota para el contragolpe

Una coalición formada por España con tercios provenientes de Nápoles y Sicilia, Génova, Florencia, los Estados Pontificios y los centrifugados Caballeros Hospitalarios expulsados años atrás de Trípoli, lo intentarían. Probablemente 15.000 hombres de armas (de ellos 9.000 españoles) y en torno a 50 galeras y 40 embarcaciones de alto bord, intentarían el asalto.

Sancho de Leyva se quejaría amargamente a su emperador por la dilatación de los preparativos que acabarían dando al traste con el factor sorpresa. Cuando finalmente se pudo poner la operación en marcha, los anatolios ya habían preparado una enorme flota para generar un contragolpe.

El sobrino del célebre y longevo almirante Andrea Doria, Giovanni, se encargaría de capitanear la flota reunida en Messina. Cuando la flota había arribado a las costas de Trípoli –acabando febrero de 1560–, Doria, que no era de mucho coraje por no entrar en el insulto, mando volver a la flota sobre sus pasos. Hay que destacar que en Lepanto fue el único de los almirantes congregados que dijo que había que evitar el enfrentamiento. Llovía sobre mojado.

placeholder Juan de la Cerda, retratado por Claudio Coello.
Juan de la Cerda, retratado por Claudio Coello.

Entonces, el grueso de la flota optó por refugiarse en Djerba. Juan de la Cerda, duque de Medinaceli y líder de las fuerzas españolas, ordenó construir un fuerte en el norte de la isla, probablemente en las inmediaciones de la actual Houmt Souk. Esta fortificación en teoría debía estar finalizada en el plazo de seis meses echando toda la carne en el asador; pero Piali Pacha se presentó de improviso al mando de 86 galeras un 11 de mayo al alba y cayó sobre los desprevenidos españoles, hundiendo más de la mitad de la flota cristiana y capturando un numero ingente de prisioneros cuya cifra a día de hoy ningún historiador ha podido determinar con exactitud pero que podríamos situar en 9.000 soldados, que se dice pronto. Con el viento encontrado y al tener que navegar de ceñida pocas galeras pudieron escapar a aquel ataque sorpresa, entre las que curiosamente estaba la de Giovanni Andrea Doria y el duque de Medinaceli, quienes dejaron atrás a la suerte de su fatal destino a 2.000 hombres atrincherados entre la naciente estructura del fuerte.

La torre de cráneos

Tres meses duró el extenuante y fatídico asedio hasta que en su fase terminal, cuando ya no quedaban más dátiles que colectar ni agua que llevarse al gaznate, la guarnición de Los Gelves rindió armas el 31 de julio de 1560 en medio de una atroz canícula cercana a los 40º de temperatura a un ejército de más de 35.000 musulmanes. La resistencia extrema vivida por estos 2.000 soldados roza no lo heroico, lo siguiente. A sabiendas de que no tenían escapatoria, ni condumio, y finalmente, ni agua- la poca que bebían la filtraban del mar con sus camisas -, mantuvieron en alto el elevado patrón de un epitafio cuya sentencia todavía hoy tiene ecos sobre las ruinas de la fortaleza fantasma en la que se dejaron el pellejo.

El maestre de campo Álvaro de Sande pasaría a la historia como un líder titánico e icónico. Hubo una última salida desesperada antes de la rendición, pero los pozos de agua habían sido tomados por los turcos, solo quedaba rendirse. Cerca de 1.000 soldados –la mitad de la guarnición– fueron aniquilados a sangre fría in situ. Una macabra e ingente pila de cadáveres, la llamada Burj al-Rus (torre de las calaveras) sería el testimonio ultimo de aquella fatídica y desigual batalla que durante cerca de tres siglos permaneció expuesta en las inmediaciones de una paradisiaca playa como exposición del horror padecido por aquellos hombres sobrados de agallas pero faltos de compañeros de la misma talla. El dantesco monumento estuvo visible hasta el año 1848, cuando los británicos en un acto que les honra, dieron tierra a los restos de aquellos héroes.

Sande era para los otomanos el mismísimo demonio y fue sometido a pesar de su rango a infames y múltiples humillaciones

En el balance entre el ataque sorpresa a las naves cristianas y el trágico desenlace, alrededor de 10.000 hombres pasaron a mejor vida. El resto, o se dieron a la fuga –los conspicuos venecianos–, o fueron al mercado de esclavos de Gálata en Estambul.

Más de 5.000 prisioneros se llevó Piali a la capital del imperio otomano. Entre el conjunto de los capturados, Sancho de Leyva, Lope de Figueroa, Berenguer de Requesens, Sancho Dávila, Rodrigo de Zapata y Álvaro de Sande fueron moneda de cambio por su elevado estatus; mas no fue así para Álvaro de Sande que sería liberado por el sultán tras la mediación del rey Carlos IX de Francia, aliado de los turcos. Sande era para los otomanos el mismísimo demonio y fue sometido a pesar de su rango a infames y múltiples humillaciones.

El extremeño Álvaro de Sande recordaría el resto de su vida los horrores vividos en Los Gelves, actual Djerba. El enorme desastre causó el pánico en todos los puertos de la cristiandad y España desalojaría Orán, su cabeza de puente más preciada África al considerarla indefendible. Afortunadamente, la guerra que libraban los otomanos en el este de sus fronteras, en Persia, impidió que el sultán lanzara el grueso de sus fuerzas en una contraofensiva de resultados imprevisibles.

Foto: Estebanico fue una estrella rutilante por su peculiar color de piel, su porte singular y sus inseparables galgos.

Es sabido que la noche es más oscura justo antes de amanecer. Este serio revés en medio de tanta victoria, bajó las ínfulas del rey emperador Felipe II, lo que le acercó de sopetón a la realidad y la envergadura del problema en el Mediterráneo. El Imperio español comenzaría una intensa reforma de la flota artillando convenientemente naves de amura elevada o alto bordo, naos, cocas de mercadería, fragatas, etc; y gracias a ello, la memoria de los caídos en Djerba, pudo ser reivindicada, primero en Malta en 1565 y años más tarde en la dramática y brutal victoria de Lepanto, probablemente la más sangrienta de la historia conocida de la humanidad hasta entonces, en la que perecieron cerca de 40.000 musulmanes en menos de seis horas, quizás, en términos contables, una de las carnicerías más increíbles y breves conocidas en los anales militares. Hay recalcar que tal grado de mortandad solo fue posible porque en el lado de la Liga Santa iban embarcados dos tercios españoles, fuente inagotable de buen oficio.

El historiador William H. Prescott, tras hacer una exhaustiva investigación sobre los hechos acecidos en Los Gelves, dice que nunca en su carrera profesional encontró tantos hechos tan contradictorios en lo que respecta a los factores numerales y la narración de lo ocurrido por diferentes fuentes.

Tras la antológica batalla de Lepanto, los turcos irían cediendo por mar y tierra en un largo cuentagotas todas sus posiciones marítimas y terrestres.

En Los Gelves se dieron enormes contradicciones. Al igual que Doria se dio a la fuga, Sande intentó controlar aquel desbarajuste y ordenar el caos subsiguiente. Su resistencia heroica habla de la madera de un militar de raza y no de algunos que se ponen el uniforme al revés.

"El arena quemaba, el sol ardía,

Menorca Malta Libia Toledo
El redactor recomienda