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El heroico Tercio de Sarmiento perdido en Castelnuovo
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La amnesia de una nación

El heroico Tercio de Sarmiento perdido en Castelnuovo

Un ejemplo de las muchas gestas que a veces quedan difuminadas en el olvido por la falta de eco en la memoria de las naciones

Foto: Vista de Castelnuovo y las Bocas de Kotor hacia 1700, por el grabador neerlandés Pieter Mortier (1661–1711)
Vista de Castelnuovo y las Bocas de Kotor hacia 1700, por el grabador neerlandés Pieter Mortier (1661–1711)

Junto al árbol carcomido mil flores reverdecen, junto al barco hundido mil veleros se pasean.

Lao Tse.

Los acontecimientos ocurridos en el verano de 1539 en la costa adriática o Ribera Dálmata, zona hoy ocupada por lo que es la República de Montenegro, probablemente han quedado diluidos por el paso del tiempo quizás por la desidia con respecto a nuestra propia historia -mal endémico patrio-, y también por la falta de relato respecto a lo allá acontecido.

Muchas gestas a veces quedan difuminadas en el olvido por la falta de eco en la memoria de las naciones para las que la historia es una nota a pie de página. El fatuo maquillaje que sobrevuela con cuatro líneas deslavazadas unos libros que deberían de tener rigor y profundidad, queda reducido a lo anecdótico y nada más.

Centenares de episodios son desterrados con la consiguiente penalización para con sus protagonistas infravalorando cuando no condenando al olvido el esfuerzo de los que en situaciones extremas deberían haber trascendido el tiempo proyectándolos en el imaginario popular.

"Un Tercio extraordinariamente motivado que logró llevar hasta al extremo el significado de heroísmo"

Habría que añadir que la Ilíada del gran poeta ciego Homero, la osadía de Aníbal, la Anábasis de Jenofonte, los hechos de Pizarro o Cortés contra ejércitos colosales, o sin irnos muy lejos, la increíble resistencia del pueblo de Vietnam contra el Sansón de turno; ponen de manifiesto como unos pocos individuos de sólida convicción y con una idea hipnótica de la victoria casi rayana con la mística, son capaces de generar hechos de una épica incuestionable dignos de un guion cinematográfico más que rentable.

Las probabilidades matemáticas más rigurosas se quedan a veces en el umbral del principio de incertidumbre de Heisenberg pues las quinielas y sus pronósticos saltan por los aires con toda su carga de especulación.

Hace más de 400 años en un lugar llamado Castelnuovo, un Tercio extraordinariamente motivado dirigido por un líder carismático consiguieron llevar hasta al extremo el significado de la palabra heroísmo.

Foto: París bien vale una misa. (Foto: Wikipedia)

A mediados del siglo XVI los turcos arrasaban a placer hasta llegar a las puertas de Viena en varias ocasiones. Las hordas de anatolios se derramaban cono el aceite a sangre y fuego devastando con una crueldad inaudita no solo a aquellos pueblos que ofrecían resistencia sino también a los que se rendían creyendo poder salvar sus vidas. Los pobladores del Este de Europa eran abducidos por aquella horda sin compasión mientras acababan bajo tierra o en regímenes de esclavitud implacables. Todo era literalmente arrasado y aquella voracidad no tenía visos de remitir.

El terror se apoderaba del inmenso gentío en fuga hacia el Oeste y la fatalidad transmitida por miles de voces anunciaba el holocausto de la civilización cristiana. Hacia el año 1529, en Viena, las tropas de elite de Solimán el Magnífico, los jenízaros, habían sitiado la ciudad que a duras penas resistía un asedio que declinaba su ayuda a los europeos de entonces. Más de 100.000 exaltados seguidores de Allah acampaban en un imponente campamento que rodeaba casi íntegramente la ciudad.

Los Tercios españoles apoyados en los últimos avances de la tecnología militar y unos lansquenetes alemanes traídos a marchas forzadas, habían salvado la bella ciudad que rodeada en parte por el Danubio se había convertido en un baluarte imponente ante el insaciable poder del sultán turco. Las capillas, santuarios e iglesias más recónditas de cualquier pueblo por remoto que fuera desde Portugal a Irlanda o desde Italia a España rebosaban de creyentes que a golpe de plegarias, rezadas en voz queda en una atmosfera irreal, procuraban llevar a las fuerzas sitiadas el aliento indispensable a la capital centroeuropea cual si de vasos comunicantes fueran, se antojaba en aquel entonces que el Apocalipsis se había presentado con las credenciales de los del turbante y sus alfanjes. La Santa Sede en Roma había reunido un millón de velas y cirios que en un ambiente espectral cubrían el pavimento. Se pretendía convocar al Altísimo y transmitir voluntad de resistencia a aquellos que sabían que iban a perecer indefectiblemente a manos de las hordas de turbantes.

"La Corona Española contaba con una organización militar impecable, bien adiestrada y equipada"

Hacia el año 1535, una gran flota turca había invadido el sureste de Italia por la región de Apulia, saqueando y pasando a cuchillo a los aterrorizados habitantes de varias ciudades, entre las que estaba Otranto, el límite geográfico y divisorio entre el mar Jónico y el Adriático. La entera guarnición aragonesa tras agotar sus víveres de reserva y el agua de sus aljibes había perecido exhausta por deshidratación o inanición. La sensación de desasosiego se acercaba al colapso. El temible Barbarroja había tomado en una campaña sorpresa las islas de Siros, Paros, Egina, Kárpatos, Tenos, Kasos y Naxos poniendo asedio a Corfú

La Corona contra el ejército del horror

En aquel tiempo, la Corona Española contaba con una organización militar impecable, bien adiestrada y eficiente, además de ser la mejor equipada de toda Europa. Los reputados tercios habían presentado sus credenciales incontestables en más de una ocasión, y eran muy temidos pues no solían dar muchas oportunidades.

Por aquel entonces, Carlos V decidió aparcar sus diferencias con los protestantes para crear la Santa Liga, con objeto de hacer frente al corsario otomano Barbarroja que campaba a sus anchas por todo el Mediterráneo.

Entre las antiguas ciudades de Ragusa (actual Dubrovnik)la de Cattaro (Kotor) en la costa de Dalmacia, actual Montenegro–, se hallaba una imponente plaza fuerte llamada Castelnuovo, y que más allá de su colosal construcción estaba resguardada por cerca de 4.000 soldados del tercio viejo de Nápoles a las órdenes del ilustre Francisco de Sarmiento. Éste militar de autoridad indiscutible y capacidades casi milagrosas en combate, era un experimentado general conocido por su proverbial valentía. Entre sus méritos figuraba el haber dado de baja a millares de turcos, piratas berberiscos y a otros incautos.

Los venecianos no se sentían cómodos con aquella fortaleza intrusa en lo que se suponía era zona de influencia de La Serenísima. Por otro lado, los turcos no podían permitir que una fuerza de esa envergadura se instalara en los Balcanes. A los primeros les entró un pataleo que por lo que entendían como injerencia española en su patio trasero. Entonces, el sultán Solimán el Magnífico organizaría la primavera siguiente una potente operación para reconquistar la amenazante fortaleza. Los venecianos encantados de que los del turbante les hicieran el trabajo sucio se abstuvieron de intervenir y proporcionar vituallas a los soldados del Tercio de sarmiento mientras negociaban con los turcos la no intervención de sus propias tropas.

Barbarroja que a la sazón estaba bastante cabreado, se había tomado como una afrenta personal que un militar infiel le tocara sus partes nobles.

Castelnuovo, una ceremonia sin flores

Castelnuovo era una cabeza de puente de la Corona Española, un grano molesto para todos, aliados y enemigos, y su presencia era un incordio que perturbaba a los tradicionales hegemones turcos y venecianos, ciudad estado esta que nunca se sabía de qué pie cojeaba. La precariedad defensiva de la fortaleza de Castelnuovo radicaba en las líneas de suministro marítimas pues por tierra no había esperanza alguna. De recibir nada.

Barbarroja no era un villano al uso, dentro del islam tenía una reputación de diplomático antes que guerrero y prefería negociar antes que arrasar. Por todos los medios intentó respetar las vidas de los sitiados llegando incluso a ofrecer fuertes cantidades de dinero y creando ingeniosas fórmulas para permitir a su adversario salvar la cara sin tener que llegar a la matanza. Más todo fue en vano. Sarmiento y su oficialidad despacharían sin muchos miramientos a los mensajeros de Barbarroja.

Durante los días 23 y 24 de julio se perdieron cerca de 4.000 vidas, siendo los turcos los que se llevaron la peor parte. Llegado el día 25 –día del apóstol Santiago – la guadaña ya trabajaba a ritmo frenético; más de 6.000 otomanos cayeron en los varios intentos de asalto y en las expeditivas salidas extramuros de los defensores. Barbarroja invertiría veintidós días para recuperar Castelnuovo y en el sumatorio de los caídos por ambas partes más de 12.000 hombres habían muerto.

En la fortaleza nunca escaseó el agua, pero si las vituallas y sabiendo los sitiados lo que les esperaba, se comieron literalmente a todos los equinos que pululaban por allá. Las mulas, caballos, desparecieron por ensalmo.

Dragut, un extraordinario almirante otomano junto con Barbarroja se pusieron de acuerdo para bombardear a placer día y noche las murallas de la fortaleza. Los sitiados soportaron hasta doce asaltos y cerca de diez mil impactos de gran calibre. Tres grandes cañones con una boca de medio metro de diámetro entraron en combate rugiendo lamentos de muerte en una fúnebre letanía de ritmo infernal.

Antes de que se produjera el último asalto, solo quedaban 400 hombres de los 4.000 que originalmente defendían la fortaleza, todos ellos estaban en deplorables condiciones por las penurias vividas y por la proximidad de un final más que evidente. La inmensa mayoría de ellos estaban heridos o con altas e intratables fiebres.

La caída del Tercio que defendía Castelnuovo, el llamado Tercio de Sarmiento causó un impacto enorme en occidente además de admiración por su heroica resistencia. Para rematar la tragedia de aquel holocausto, la mitad de los capturados serían ejecutados sumariamente mientras la otra mitad fueron vendidos en el mercado de esclavos de La Gálata en Estambul. No hubo bandera blanca, tampoco sudarios para los caídos. La entera construcción fue demolida para que los cristianos no pudieran venerar a sus muertos. Más de 35.000 soldados otomanos fueron necesarios para doblegar a aquellos inmortales.

En honor a su memoria.

Junto al árbol carcomido mil flores reverdecen, junto al barco hundido mil veleros se pasean.

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