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A todo subidón le llega su bajón: cómo conservar la alegría post-pandémica
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PSICOLOGÍA SOCIAL

A todo subidón le llega su bajón: cómo conservar la alegría post-pandémica

Casi un mes después del final del estado de alarma cabe analizar cómo valoraremos la vuelta a la normalidad una vez pase el tiempo. ¿El subidón durará para siempre?

Foto: Foto: iStock.
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Tras casi un mes después del final del estado de alarma, las ciudades españolas parecen haber recuperado el pulso que tenían antes de la pandemia. Si bien es cierto que todavía hay una serie de restricciones dependiendo de cada región, en general hemos vuelto a recuperar la libertad de poder movernos por todo el territorio nacional a la par que la de poder estar en los bares y terrazas con nuestros amigos y conocidos hasta bien entrada la noche. Las sonrisas y los abrazos en los reencuentros entre seres queridos han regresado con más intensidad que nunca, junto con los botellones nocturnos y jolgorios colectivos. El tráfico ha vuelto en las carreteras rumbo a las playas de la costa levantina, norteña y andaluza. Como si no hubiera pasado nada o hubiera pasado algo muy gordo que quisiéramos dejar atrás, hemos ido recuperando poco a poco nuestras vidas de antes, no sin miedos, preocupaciones o algún que otro exceso.

Ahora, cabe preguntarnos: ¿qué sucederá en los próximos meses? Más allá de las consecuencias socioeconómicas que dejará la pandemia a nivel global y nacional (según la situación y contexto de cada país), merece la pena echar un vistazo al estado mental, anímico y emocional de una población que ha sufrido cuantiosas pérdidas económicas y humanas, que ha visto sus libertades civiles restringidas y que de la noche a la mañana parece haber recuperado la forma de vida previa a la crisis sanitaria. Una de las opiniones que se cuela en los debates a pie de calle es si habría que haber enfrentado la vuelta a la normalidad más gradual. ¿Cómo ha afectado el fin del estado de alarma a nivel psicológico en la población? Y lo que es más importante, ¿podremos mantener la alegría de haber vuelto a vivir de una manera más parecida a la de antes de la pandemia?

Corremos el riesgo de volver a desdeñar todas esas 'pequeñas cosas' que perdimos con la cuarentena y que tanto idealizamos en su día

A toda fiesta le sucede su resaca. Y a pesar de que una gran parte de la población sigue siendo prudente y no se está dejando llevar por la euforia, en las últimas semanas hemos visto imágenes de calles abarrotadas de jóvenes festejando el fin del toque de queda, celebraciones en las que la pasión futbolera se ha comido al miedo al contagio o terrazas llenas en las zonas del centro que han vuelto a quitar el sueño a sus vecinos. Podríamos decir que una parte de la gente ha actuado de forma irresponsable, no solo a nivel cívico, sino a nivel psicológico, pues los grandes saltos emocionales nunca son buenos. Había muchas ganas de abrazar a nuestros amigos y celebrar con ellos el comienzo del fin de la pandemia, pero ¿ahora qué?

Ganar no siempre es lo mejor

La felicidad es muy relativa y siempre momentánea. Al ser unos seres de costumbres, las personas tendemos a adaptarnos a cualquier escenario, procurando extraer lo que se supone que es mejor para nosotros de cada situación. Imponernos a las circunstancias está en nuestro gen evolutivo y adaptativo, aquel que precisamente nos ayudó a sobrellevar la larga cuarentena del año pasado para no dejarnos llevar por la incertidumbre y la desesperación. Esta facultad de hacer frente al momento que nos ha tocado vivir corre a nuestro favor, pero también en nuestra contra cuando los golpes del destino son favorables: no somos capaces de mantener la alegría o los niveles de satisfacción por mucho tiempo.

Los seres humanos tendemos a ilusionarnos mucho con algo bueno que nos ha pasado pero esa alegría se desvanece muy rápido

Todo lo que sube vuelve a bajar. Hay ganadores de lotería que a pesar de contar con todo el dinero del mundo vuelven a su vida cotidiana a las pocas semanas con las mismas caras largas de siempre, así como hombres y mujeres de éxito que después de haberse alzado con el trofeo de campeón siguen siendo los mismos, los de siempre: personas corrientes con problemas mundanos, como cualquier otro. Y, por supuesto, y quizá estos sean los casos más visibles, gente que teniendo toda la fama, los recursos y las capacidades físicas y mentales de pronto se echan a perder, fracasando en la vida como si tuvieran todo en contra, cuando en realidad tenían el mundo a sus pies. Como decía un sabio ilustre, "la felicidad no se produce por grandes golpes de fortuna, que ocurren raras veces, sino por pequeñas ventajas que ocurren todos los días".

¿Cómo ser responsables con nuestras emociones y no derrochar toda la alegría a la primera de cambio? Después de haber idealizado tanto nuestra vida de antes de la pandemia corremos el riesgo de volver desdeñar o restar importancia a todas esas pequeñas cosas que perdimos en su momento y que tanto echamos de menos durante la cuarentena. Incluso, a más de uno le inquietará no tener la obligación civil de estar en casa antes de las diez de la noche, teniendo que aguantar veladas que se alargan sin ningún propósito, solo por no quedar mal delante de conocidos y amigos.

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Parece que, en ocasiones, no nos contentamos con nada, y tanto como hace unos meses echábamos de menos juntarnos con gente y disfrutar de nuestra vida social, dentro de poco podemos acabar idealizando aquellos días en los que tan solo debíamos estar en casa, sin necesidad de quitarnos el pijama ni mantener las responsabilidades propias del mundo moderno. Sin crear expectativas ni tener que cumplir con planes y plazos. Ahora aquellos que están empleados vuelven a sentir la premura de tener que programar vacaciones y los que ya estaban sin trabajo antes de la crisis sanitaria habrán vuelto a echar currículums como locos, añorando esos días en los que podían regocijarse en que por primera vez no eran los únicos que quedaron náufragos de su propio hogar y, por ende, de su propia vida. Esta carrera sin freno (ni meta) ha vuelto a echar andar, y el tiempo ya no pasará tan despacio como cuando salíamos de casa solamente para adquirir víveres con los que alimentarnos.

El 'locus de control'

Uno de los mejores libros para entender cómo los humanos funcionamos a nivel interno, tanto a nivel psicológico como filosófico, es 'El hombre en busca de sentido' de Viktor Frankl. En él, el autor reflexiona sobre cómo salió adelante en un contexto tan terrible como es el haber estado encerrado en un campo de concentración nazi. A pesar de estar inmerso en unas circunstancias tan difíciles, el autor fue capaz de crear un refugio mental e íntimo a partir de sus propios recuerdos y los vínculos que tenía hacia su familia y amigos. Gracias al testimonio de Frankl, podemos confirmar la enorme capacidad que tiene el ser humano de sobreponerse a las circunstancias. Pero, ¿qué pasaría en caso contrario? ¿Por qué nos cuenta tanto adaptarnos a lo bueno y en cambio a lo malo tendemos a hacerlo por necesidad?

"Los efectos de los cambios positivos en nuestras circunstancias pierden su intensidad más rápido que los cambios que hacemos por nosotros mismos"

"En psicología solemos trabajar la agencia del individuo, es decir, buscamos que este sea agente de su propio destino, contacte con su 'locus de control'", asegura Loreto Barrios, psicóloga del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid (COP) y doctora". Este 'locus' de control' al que se refiere puede encontrarse dentro (cuando creemos que tenemos las riendas de nuestro propio destino) o fuera (cuando atribuimos que nuestro futuro viene determinado por algún factor externo a nosotros, como puede ser un Dios o la mera suerte). "Las mentalidades más fuertes siempre se hacen responsables de sus actos y suelen llegar más lejos que aquellas que simplemente ven que todo está fatal y por tanto no tienen margen de maniobra", advierte.

Cambios circunstanciales y cambios personales

Uno de los estudios más interesantes de analizar es el realizado por los doctores Sonya Lyubomirsky, de la Universidad de California, y Kennon Sheldon, de la Universidad de Missouri, dos de los psicólogos que más a fondo han estudiado cómo se comporta lo que podríamos llamar un 'cerebro feliz'. Según ellos, los seres humanos tendemos a ilusionarnos mucho con algo bueno que nos ha pasado y que en última instancia no depende de nosotros, como bien puede ser el final del estado de alarma; sin embargo, esta sensación de alegría cesa muy rápidamente, al contrario que aquella que podemos obtener en un período muy largo y que puede resumirse en un cambio positivo y duradero en nuestras propias costumbres.

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"Los efectos de los cambios positivos en nuestras circunstancias pierden su intensidad más rápido que los cambios que hacemos por nosotros mismos", como empezar un proyecto largo o llevar una rutina más sana. Aquí es donde emerge la estrategia psicológica que hay que desarrollar para que no nos sobrevenga el bajón después del subidón propio de que la pandemia vaya progresivamente terminando: si implementamos un cambio personal a mejor ahora que ha habido un cambio positivo circunstancial, tendremos muchas más posibilidades de sostenerlo a largo plazo que si solo prestamos atención a la emoción fácil y pasajera del momento.

La gratitud y los cuidados

Pero, por otro lado, atribuir toda la potencia al individuo para que cambie a mejor peca de ser un argumento individualista. Hay otro término que es clave y al que debemos prestar atención si queremos implementar un cambio positivo y duradero en nuestra vida cotidiana: la gratitud, el cual también se relaciona con la importancia de mantener vínculos fuertes y duraderos hacia otras personas, y sobre todo, sentirnos agradecidos por estar junto a ellas, lo que acaba expresándose a través de los cuidados. Así lo cree Barrios, quien no duda en apoyarse en distintos estudios que ratifican que el hecho de sentir agradecimiento hacia los demás previene de enfermedades no solo mentales, sino también físicas.

"Cuando un hombre viene al psicólogo lo hace arrastrándose porque ya no puede más"

Precisamente, la psicóloga no duda en señalar a otro colectivo especialmente vulnerable en esta pandemia: el personal sanitario, cuyas secuelas psicológicas tardarán mucho más tiempo en desaparecer que en otros gremios profesionales. Y dentro de este colectivo hay que reparar en que más del 90% está compuesto de mujeres, tanto enfermeras como médicas o auxiliares. En general, la inmensa mayoría del personal hospitalario está conformado por el género femenino, que es además el más asociado a la práctica de los cuidados.

Foto: El teletrabajo, alternativa laboral en tiempos de pandemia. (EFE)

"Todo se debe a una cuestión evolutiva y cultural, la mujer siempre aparece como 'cuidadora' y el hombre como 'explorador'", asevera Barrios, una cuestión de género que también se aprecia en su sentido inverso, es decir, los hombres tardan mucho más tiempo en pedir ayuda psicológica. Cuando le preguntamos a la psicóloga si ha apreciado mejoría entre sus pacientes a raíz del fin del estado de alarma, ella reconoce que "no podría extraer conclusiones" dado que la población que atienden la mayoría de los profesionales de la salud mental es "una muestra muy baja y generalmente mujeres". En este sentido, añade que "cuando un hombre viene al psicólogo lo hace arrastrándose porque ya no puede más, no pide ayuda porque eso sería admitir que no es autónomo ni capaz de resolver sus problemas".

Por tanto, y más allá de estas cuestiones de género, la clave para tomar la agencia de nuestras vidas, hallar ese 'locus de control' interno y no dejarnos arrollar por la amargura de la vuelta a la normalidad pasa por valorar esas pequeñas cosas que tanto echábamos de menos hace unos meses y que bien podrían resumirse en cuidar los vínculos que tenemos hacia otras personas, así como tampoco perder de vista la responsabilidad social que tenemos con otros individuos a los que a simple vista no nos unen lazos tan fuertes. Más allá de la euforia propia de las celebraciones futbolísticas, el desenfreno puntual de una noche loca que muchos jóvenes (y no tan jóvenes) llevaban ansiando o de la posibilidad de hacer escapadas de fin de semana una vez cada cierto tiempo, destaca la facultad de cuidarnos para ser más fuertes y, en caso de que vuelva a haber otra pandemia, no conformarnos con el mundo anterior que esta pareció llevarse, sino preocuparnos por el que está por construir.

Tras casi un mes después del final del estado de alarma, las ciudades españolas parecen haber recuperado el pulso que tenían antes de la pandemia. Si bien es cierto que todavía hay una serie de restricciones dependiendo de cada región, en general hemos vuelto a recuperar la libertad de poder movernos por todo el territorio nacional a la par que la de poder estar en los bares y terrazas con nuestros amigos y conocidos hasta bien entrada la noche. Las sonrisas y los abrazos en los reencuentros entre seres queridos han regresado con más intensidad que nunca, junto con los botellones nocturnos y jolgorios colectivos. El tráfico ha vuelto en las carreteras rumbo a las playas de la costa levantina, norteña y andaluza. Como si no hubiera pasado nada o hubiera pasado algo muy gordo que quisiéramos dejar atrás, hemos ido recuperando poco a poco nuestras vidas de antes, no sin miedos, preocupaciones o algún que otro exceso.

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