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Pizarro, contra los hijos del sol: un trágico encuentro entre dos mundos
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Pizarro, contra los hijos del sol: un trágico encuentro entre dos mundos

Francisco Pizarro no era el elegante diplomático y estratega que definía a Hernán Cortés. Este es el relato de un héroe con zonas erróneas

Foto: Encuentro del emperador Carlos V con Francisco Pizarro en Toledo, pintura de Ángel Lizcano Monedero (Fuente: iStock)
Encuentro del emperador Carlos V con Francisco Pizarro en Toledo, pintura de Ángel Lizcano Monedero (Fuente: iStock)

Somos espuma y licor, somos arte y sudor / Que nos pinten en cuadros / Tú, mi sitio, el mejor / Cuando quieras, me llamas, y yo te abro.

Pablo del Águila Fernández (Músico y poeta).

En la primavera de 1527, todos los sueños del incombustible extremeño Francisco Pizarro, se desmoronaban a la velocidad de la luz, como un castillo de naipes, al quedar atrapado tras un naufragio en una pequeña isla en la bahía de Tumaco, llamada, la Isla del Gallo. Esta localización, está próxima a la frontera oeste colombiana con el actual estado de Ecuador y fue probablemente el punto de inflexión donde se forjo desde la más absoluta desesperación, una de las hazañas - hay quienes lo ven de otra manera -, más espectaculares de la historia militar de la humanidad.

Huelga decir que, por mucho que tengamos un determinismo perfecto, hay lagunas que nuestro conocimiento no puede predecir como proyección ante el futuro, más allá, de lo meramente especulativo. La insolencia del caos estaba bloqueando a uno de los hombres mas decisivos en la exploración de América en un momento de desconcierto absoluto. Sus paseos por la orilla de la playa con las manos atrás y cabizbajo, lo asemejaban más a un perdedor sin respuesta, abducido por un pensamiento neurótico en bucle.

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El imperio incaico, el estado más poderoso de aquel enorme continente, un estado conformado por una elite militar que con mano de hierro tenía sometida a una enorme población de algo más de 10.000.000 de habitantes, abarcaba de forma difusa bajo el férreo control del miedo que inspiraba su peculiar forma de gobernar a sus súbditos, una superficie de unos cuatro millones de kilómetros cuadrados de impenetrables bosques y de una belleza salvaje que reducía a la mínima expresión a cualquier ser humano. Este enorme conglomerado se articulaba en torno a una calzada llamada el Camino Inca o El Qhapaq Ñan , esto es, una red viaria de más de 30.000 kilómetros de recorrido que unía los lejanos territorios que hoy configuran los estados de Colombia, Ecuador, una mínima parte del oeste de Brasil, Perú, Chile, Bolivia y Argentina; para situarnos, unos 5.500 kilómetros de norte a sur hasta las cercanías de Tierra de Fuego, esto es, por encima del ecuador y hasta donde nace la muerte.

Aquello era simplemente, una hazaña de ingeniería civil como pocas. Hay que recordar que el famoso Camino Español sito en Europa (una vital red estratégica por la que la logística de los ejércitos del imperio circulaba entre la Lombardía y Flandes (Milán y Bruselas), no llegaba a los 1.200 km de largo.

La consideración de la teoría eurocéntrica, siempre estuvo teñida de cierta superioridad racial y la denigración de los adversarios de España en particular y del resto de naciones europeas, contra todo aquello que no fuera un espejo de nuestro ombligo, era denostado con artillería pesada.

placeholder Pizarro exhortando a la tropa (Fuente: iStock)
Pizarro exhortando a la tropa (Fuente: iStock)

Tanto en Centro América en la colosal lucha contra el imperio Mexica, así como en las sucesivas batallas contra los Incas, se combatió contra culturas o formas de civilización en muchos aspectos, más adelantadas que las europeas. Si España se impuso en esta - en puridad -, I Guerra Mundial, fue por la enorme preparación de sus soldados, la resistencia ante la adversidad y un armamento muy superior en potencia de fuego y, por ende, en disuasión e innovaciones, independientemente sin duda, de la habilidad de sus capitanes y en particular de Hernán Cortés y Francisco Pizarro.

El episodio de la Isla del Gallo a pesar de su aparente tamaño e intranscendencia como parte de un todo, fue determinante en los acontecimientos ulteriores.

Por aquel entonces, Pizarro, envió a Almagro a Panamá solicitando refuerzos al gobernador, pues el reto de la conquista de Birú (Perú) requería algo más que el centenar largo de soldados y caballerías de que disponía antes de iniciar la incursión final. Sin embargo, la solicitud fue denegada y no solo eso; se le ordenó volver grupas. Pizarro no era el elegante diplomático y estratega que definía a Hernán Cortés. Su azotea era lo más parecido a un árido llano donde la fe en sus sueños anidaba y agrandaba a pesar de las granizadas, contratiempos, vientos encontrados, el estilete del frio y la dureza de la tierra en la que se había criado, Extremadura.

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Entonces, ocurrió que, a este tosco y enjuto soñador de verbo recortado y narrativa casi binaria, en un ataque de inspiración que ha pasado a la historia por lo contundente del discurso y su brevedad, vino a decir según los cronistas algo así como…(sic) «Camaradas y amigos, esta parte es la de la muerte, de los trabajos, la del hambre, de la desnudez, de los aguaceros y desamparos; la otra la del gusto.

Pero a Pizarro, hay que darle lo justo pues, aunque héroe, tenía sus zonas erróneas. Junto con el vengativo y envidioso elemento llamado Pedrarias (Pedro Arias de Ávila), ya fuera coartado por el miedo escénico de un ambiente hostil – Panamá era un nido de conspiradores y una ciudad sin ley en su momento-, o ya por oscuros intereses, contribuyó a que al digno capitán Vasco Núñez de Balboa, descubridor del Océano Pacifico, se lo llevara por delante una espada teñida de mentiras e intereses muy cuestionables.

En la Isla del Gallo se expresó en un referéndum ad hoc, lo que era más que evidente; que la amistad es fidelidad y compromiso. De aquella consulta, salieron trece hombres dando un paso adelante. Fueron los que seguirían a Pizarro en su osada exploración de las profundidades de Sudamérica y, que quedarían para la historia que se escribe con trazos gruesos, como “los Trece de la Fama”.

placeholder Ilustración de Francisco Pizarro (Fuente: iStock)
Ilustración de Francisco Pizarro (Fuente: iStock)

Solo hacia el año 1532 los planes de esta expedición prosperarían, justo en el momento en el que las tensiones de grupo, los egos sobredimensionados amainaran y el sentido común pactado movieran aquella formidable apuesta en la correcta dirección.

Pero como a Hernán Cortes, la suerte le sonrió y a base de bien. La enorme hostilidad de la naturaleza no era un obstáculo para aquellas curtidas gentes - alrededor de dos centenares de soldados -, momento en el que los historiadores determinan el comienzo de la conquista del imperio Inca. Pero algo invisible, diminuto, imperceptible, y tremendamente letal, se había esparcido hacia el sur como una avanzadilla fantasma en una transmisión indetectable para la época, pero de una lamentable eficacia. Era un arma biológica de destrucción masiva.

La viruela había llegado hacía unos pocos años para quedarse. En Europa había cierta inmunidad de grupo que ocasionalmente exterminaba a algunos miles de desgraciados en brotes más o menos controlados con medidas traídas un poco por los pelos. Pero allá, en el “Nuevo Mundo”, la letalidad era terrible.

"La población estaba tan diezmada que ni siquiera era posible recoger las cosechas"

Cuando Pizarro iba bajando por los caminos andinos o próximo al océano, se encontró con aquel infernal Armagedón que exterminaba sin miramientos allá donde sus fúnebres trompetas tocaban la sinfonía de la muerte. La población inca, comenzaba a desmoronarse ante la arrolladora ola de una epidemia incontrolable. Cuando Francisco Pizarro entró en el Perú, además de caminar entre sepulturas y cadáveres sin enterrar, veía que aquel horror jugaba en su equipo. La población estaba tan diezmada que ni siquiera era posible recoger las cosechas. Una hambruna monumental se manifestaba en toda la extensión de su tragedia apara apuntalar aquel Kali Yuga. Para más sangría, una guerra civil – al igual que le sucedió a Cortés con los pueblos sometidos por los Mexicas -, enfrentaba a dos candidatos que buscaban el poder desesperadamente.

Atahualpa, uno de ellos, fue capturado en Cajamarca tras vencerlo con los métodos del Gran Capitán contra los franceses instalados en Italia. Pero, ¿Cómo es que unos cientos de hombres vencieran a tan descomunales ejércitos? Obviamente, la tecnología era un punto determinante en aquellos lances en el que un numero minúsculo de guerreros bien entrenados fueron subestimados por las descomunales cifras de los adversarios. Pensaban los incas que aquello iba ser un paseo militar pero estaban equivocados.

No hay que olvidar que los españoles de aquel entonces, llevaban perros alanos o mastines leoneses, armas de fuego que a corta distancia eran de una precisión incuestionable, caballería para asestar mandobles a tutiplén desde una montura segura, y finalmente, unas formaciones de combate que, en superficies adecuadas, eran invencibles. Es, cuando ya la conquista del continente del sur llega a territorio araucano cuando en zonas geográficas hostiles y con una orografía muy adversa, se ven en las primeras complicaciones.

"No fue un pueblo fácil de dominar, pero su resistencia testimonial, loable por otra parte, fue inútil ante el avance de los ejércitos españoles"

Las diferencias entre las tácticas entre uno y otro ejercito eran tan notables (los Incas no manejaban este concepto pues se sostenían en el simple argumento de la superioridad numérica), que mas allá del voluntarismo y la capacidad individual de los guerreros nativos, no había nada que arrascar.

Es posible que la muerte de Atahualpa, no fuera un episodio de fácil digestión, pero Pizarro por razones de difícil comprensión, aunque al alcance de criterios meramente estratégicos pensara que “muerto el perro se acabó la sarna”, entendiendo este dicho castellano, sin ánimo ofensivo hacia la sensibilidad del pueblo peruano hoy hermano. Lamentablemente, el fabuloso rescate exigido por el extremeño, fue el réquiem de aquel formidable pueblo, autor de una ingeniería civil incontestable, de una breve existencia, pero de hermosas herencias en sus constructos.

La verdad sea dicha, no fue un pueblo fácil de dominar, pero su resistencia testimonial, loable por otra parte, fue inútil ante el avance de los ejércitos españoles. Los factores determinantes para esta derrota tan rápida no se pueden imputar a una negligente resistencia, pero no hay que olvidar que Pizarro, al igual que Cortés, entraron por la puerta de atrás en sendas guerras civiles.

Foto: Fuente: iStock

Los conflictos internos entre los autóctonos por un lado y los españoles por otro, permitieron y obstaculizaron a la vez, aquella compleja y grandiosa conquista para la Corona. Diego de Almagro, caería a manos del clan de los Pizarro y los supervivientes del decapitado capitán español, tal que un 26 de junio del año 1541 en Lima le dieron una salvaje respuesta, de tal modo que Francisco Pizarro quedaría prácticamente irreconocible.

La historia siguió su curso y aquel enorme pueblo enfrascado en una compleja sucesión, legaría al futuro desafiando en ocasiones las más elementales leyes de la física, obras tan espectaculares como cripticas e indescifrables. La fortaleza de Sacsayhuamán, una obra casi de corte alienígena, Machu Picchu, un místico enclave que estaba más cerca del cielo que de la tierra, Ollantaytambo la ciudad sagrada del gran ingeniero social y avanzado rey Pachacútec; en fin, un largo etc. de cuentas de un collar arquitectónico y de ingeniería de impecable factura ante la cual los actuales arquitectos, arqueólogos e ingenieros – y restos de mortales -, quedan hoy admirados.

Conclusión, todo lo que sube baja, la vida es una dolorosa experiencia descncertante y efímera, y el futuro no deja de ser un punto y seguido más en la dilatada y asombrosa eternidad; sepulta o descubre a capricho lo que existe o dejó de existir para ser admirado.

Somos espuma y licor, somos arte y sudor / Que nos pinten en cuadros / Tú, mi sitio, el mejor / Cuando quieras, me llamas, y yo te abro.

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