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No tan rápido, Elon Musk: el auge de la 'astroética' ante la colonización espacial
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UN 'NUEVO MUNDO' FUERA DE LA TIERRA

No tan rápido, Elon Musk: el auge de la 'astroética' ante la colonización espacial

Como respuesta a las ambiciones de establecer colonias en el planeta rojo, un grupo creciente de intelectuales demanda una mayor atención sobre los peligros morales y éticos de la conquista espacial

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La mayoría de ficciones cinematográficas que tratan del espacio exterior tienden a presentar al ser humano como un ser que debe enfrentarse a múltiples desafíos que el propio ambiente le plantea. Salvo algunas excepciones, las películas más taquilleras de los últimos tiempos versan sobre astronautas perdidos en la inmensidad del espacio ('Gravity' o 'The Martian') o, incluso, atados a enormes saltos temporales que les impiden regresar ('Interstellar'). Pocas veces se plantea un argumento que cambie el enfoque, pues al final resulta prácticamente imposible (o de una proeza imaginativa sin igual) trazar una historia desde el punto de vista no humano. Incluso aquellas en las que son 'ellos' quienes nos visitan a nosotros, como la célebre 'Mars Attacks!', el planteamiento sigue siendo el mismo. Lo desconocido de ahí arriba, tan vasto, oscuro e imposible, nos cautiva a la vez que nos pone la piel de gallina. ¿Qué peor sensación que imaginarse en la piel de George Clooney en 'Gravity', quedando confinado en su traje de astronauta y dando vueltas perpetuas en mitad de la nada?

Ahora, cabría preguntarse, sin querer entrar en polémicas, qué pensarían los primeros colonos que llegaron al Nuevo Mundo de las tierras, las gentes, la fauna y el clima de aquellos paisajes habitados por tribus. Si regresamos al presente, la colonización espacial, tal y como viene planteada por sus principales adalides (generalmente multimillonarios) no asume las posibles consecuencias catastróficas que podría tener para los hipotéticos ecosistemas planetarios y con ello para las formas de vida precarias (al menos microbacterianas) que pueden habitar en planetas como Marte.

"Si las empresas recreativas o comerciales llegan a Marte antes que las científicas, los humanos podrían llevar consigo microbios terrestres que contaminarían el medio ambiente marciano"

En 2018, Simon Lewis y Mark Andrew Maslin, dos reputados investigadores del University College de Londres, publicaron un estudio titulado 'The Human Planet: How We Created the Anthropocene' en el que sostienen la teoría de que la era del Antropoceno (definida por el momento en el que el ser humano ha modificado tanto el entorno y tal ha sido su influencia en el ecosistema que se ha llegado a una nueva etapa geológica posterior a la del Haloceno) en realidad empezó en el momento en el que Cristóbal Colón, junto con tantos otros exploradores y conquistadores, pisó América por primera vez y él y sus gentes se mezclaron con sus habitantes. Esto contradice la versión oficial de cuándo empieza realmente el Antropoceno, situado más bien en el lanzamiento de las primeras bombas atómicas o en las revoluciones industriales, que llenaron nuestro aire de grandes cantidades de carbono y nuestros mares de plástico.

¿América o Marte?

Ahora bien, si conectamos estos dos momentos históricos (el descubrimiento y colonización de América junto con la futurible colonización de Marte, fijada por Elon Musk para 2030), ambos tienen aspectos en común y diferencias. Evidentemente, no es lo mismo descubrir otro continente y habitarlo que tener en cuenta la posibilidad de que algún día haya vida humana más allá de la Tierra; sin embargo, ambos plantean preguntas éticas que necesitan resolverse. Tal vez la colonización de América en el futuro, cuando nuestros descendientes ya hayan establecido colonias fuera de la Tierra, sea vista como el aviso histórico más inmediato de las consecuencias que se podrían haber producido en caso de cometer los mismos errores en los que cayeron nuestros antepasados en su día.

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"La llegada de los europeos, en particular de los británicos y españoles, tuvo un profundo impacto en el centro y sur de América", aseguró Mark Andrew Maslin en una entrevista concedida a 'The Guardian'. "Llevaban gérmenes de la viruela, el sarampión, la gripe, la fiebre tifoidea y muchas otras enfermedades que provocaron la muerte en unas pocas décadas de más de 50 millones de personas que no habían estado expuestas previamente a estos patógenos. La sociedad de Estados Unidos en ese momento colapsó y la agricultura que servía de subsistencia fue aniquilada".

Más allá de las polémicas en las que se suele caer sobre las diferencias entre los procesos de conquista de las distintas potencias coloniales, cabe destacar una colonización más indirecta que afectó a los seres humanos y a su ecosistema. Por primera vez, los agentes patógenos que residían y habían evolucionado en un punto determinado del planeta llegaba a la otra orilla del océano, así como los productos agrarios y textiles.

Una globalización interplanetaria

Así, arrancó la globalización hasta tal y como la conocemos hoy en día, como ese trasvase no solo de personas, identidades y culturas al principio muy distanciadas geográficamente, sino también como una homogeneización de las formas de vida más primitivas o de los procesos de producción de materias primas que antes estaban relegados a una sola superficie. Y esto, a su vez, implicó cambios en el ecosistema que aún se pueden descubrir a día de hoy. "En China, por ejemplo, la llegada del maíz permitió cultivar en tierras más secas, lo que provocó nuevas oleadas de deforestación de sus bosques y un aumento de la población", esgrimen Maslin y Lewis en el medio británico.

"Edificar viviendas bajo la superficie de Marte interrumpiría los procesos geológicos de miles de millones de años de forma drástica"

Teniendo en cuenta esta teoría, una colonización espacial como la que se plantea desde los círculos tecnológicos y empresariales más altos del mundo, nos empujaría a cometer los mismos errores que tuvimos al principio solo que, al tratarse de algo tan grande y abismal como un planeta desconocido (con otras condiciones atmosféricas y geológicas), las consecuencias tanto para las posibles formas de vida que allí residan como para nosotros, podrían ser inabarcables. De ahí que desde hace unos años cada vez esté más en auge la urgencia de trazar una "ética espacial" o "astroética" general para aplicar a las ambiciones de Musk y los suyos.

Una de las personalidades más influyentes en el mundo actual sobre este tema es Chelsea Haramia, profesora de filosofía en la Spring Hill College de Alabama, quien ha escrito un interesante e inspirador texto sobre el tema en la revista 'Noema'. En él, señala directamente a Musk, mostrándose tajante: "Si nos apresuramos a colonizar Marte antes de que pueda realizarse una exploración científica suficiente, es posible que hayamos perdido la oportunidad para siempre de hacer descubrimientos sobre la naturaleza del universo y nuestro lugar en él".

placeholder Una imagen de esa futurible colonización de Marte, según SpaceX, prevista para dentro de no muchos años. (SpaceX)
Una imagen de esa futurible colonización de Marte, según SpaceX, prevista para dentro de no muchos años. (SpaceX)

"Si las empresas recreativas o comerciales llegan a Marte antes que las científicas, los humanos podrían llevar consigo microbios terrestres que contaminarían el medio ambiente marciano", impidiéndonos determinar si esa vida microbiana estaba allí antes que nosotros", argumenta Haraima, haciendo especial énfasis en que todo apunta a que, efectivamente, debe de haber una intensa vida microbiana en el planeta rojo. En lo que respecta a las edificaciones que SpaceX, la empresa de Musk, ya ha imaginado con construir e incluso ha plasmado en imágenes, "hacer viviendas bajo la superficie del planeta interrumpiría los procesos geológicos de miles de millones de años de forma drástica, contaminando de forma fatal las observaciones científicas y destruyendo cruelmente aquello que no es nuestro".

"Un imperativo moral"

La filósofa tan solo pide que antes de destinar miles de millones a ese proyecto colonizador, se dé prioridad a la ciencia, y no a la ingeniería, para resolver enigmas que no dejan de afectar a toda la humanidad en su conjunto. A fin de cuentas, somos los únicos habitantes conocidos (por el momento) en el Sistema Solar y su galaxia, la Vía Láctea, por lo que dejar algo tan serio y determinante para nuestro futuro como especie en manos privadas más que una temeridad resultaría una locura. "Deberíamos regular y prohibir temporalmente los proyectos que inhiban, contaminen o impidan en gran medida el estudio científico del espacio hasta que se hayan realizado suficientes investigaciones, es un imperativo moral", sentencia Haramia.

"Habría que disponer de instituciones planetarias que hagan cumplir con los hipotéticos proyectos que entren en conflicto, situando como principal objetivo el estudio científico del espacio"

"No se trata simplemente de un choque de intereses culturales con intereses científicos", prosigue la filósofa. "Es el producto de generaciones de sistemas jerárquicos opresivos que dañan a personas injustamente subordinadas. Los seres humanos en posiciones de poder no solo han degradado y oprimido a pueblos indígenas y a sus tierras, sino que también han perturbado y en ocasiones destruido especies nativas y ecosistemas enteros en pos de la expansión".

Una exploración espacial justa y ética

Lo que está claro es que desde hace un tiempo a esta parte la idea de la colonización espacial resulta ser una prioridad para cierto sector de las grandes fortunas empresariales del planeta. Hace no mucho, dos filósofos de Oxford relacionados con el Instituto para el Futuro de la Humanidad de Toby Ord, que presume de un fuerte componente moral y altruista para evitar las más variadas y posibles extinciones de la civilización humana, lanzó un estudio en el que abogaban por el 'largoplacismo' radical, una corriente que pide, entre otras cosas, dirigir las inversiones filantrópicas a proyectos de investigación relacionados con la exploración espacial en vez de a otros problemas reales más acuciantes en el presente, como podría ser la transmisión de enfermedades infecciosas en África (que según los datos mata a un niño por minuto en el planeta).

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Ante este empuje de ciertas élites por llegar cuanto antes a Marte para colonizarlo, Haramia propone crear un gran consejo interplanetario y público de expertos en ética espacial para "ayudarnos a sopesar las inquietudes esenciales y a veces contrapuestas". Como es obvio, el estudio científico del cosmos o los proyectos turísticos en Marte son asuntos que trascienden no solo las fronteras nacionales e internacionales, sino planetarias, "por lo que habría que disponer de instituciones planetarias que hagan cumplir con los proyectos que entren en conflicto, situando como principal objetivo del estudio científico del espacio".

Aunque parezca ciencia ficción, estas ideas ilustran un futuro que cada vez está más cerca. Volviendo al inicio del artículo y a las referencias cinematográficas, tal vez la película que más se ajuste a esa visión 'no humana' del espacio sea 'Alien' (1979) de Ridley Scott. Básicamente porque, al margen de otras interpretaciones mucho más acertadas, pone de manifiesto la vulnerabilidad humana frente a una forma de vida desconocida procedente de un planeta muy lejano (hablando así de los profundos miedos que entraña algo que, en la mente del ingeniero más avezado, implica ante todo una nueva y rompedora forma de seguir amasando su fortuna). ¿Qué pasaría si como imaginó Scott, esos gérmenes marcianos entraran en contacto con la Tierra tras el descubrimiento? Tal vez, lo único que podríamos hacer, después de tantos pasos en falso, sería asistir a nuestra propia destrucción. Menos mal que siempre hay una teniente Ripley que, siendo mucho más inteligente que todos sus compañeros, logra echar de la nave a la criatura. Pero en el mundo real y sin monstruos terroríficos de por medio... ¿tendríamos tanta suerte?

La mayoría de ficciones cinematográficas que tratan del espacio exterior tienden a presentar al ser humano como un ser que debe enfrentarse a múltiples desafíos que el propio ambiente le plantea. Salvo algunas excepciones, las películas más taquilleras de los últimos tiempos versan sobre astronautas perdidos en la inmensidad del espacio ('Gravity' o 'The Martian') o, incluso, atados a enormes saltos temporales que les impiden regresar ('Interstellar'). Pocas veces se plantea un argumento que cambie el enfoque, pues al final resulta prácticamente imposible (o de una proeza imaginativa sin igual) trazar una historia desde el punto de vista no humano. Incluso aquellas en las que son 'ellos' quienes nos visitan a nosotros, como la célebre 'Mars Attacks!', el planteamiento sigue siendo el mismo. Lo desconocido de ahí arriba, tan vasto, oscuro e imposible, nos cautiva a la vez que nos pone la piel de gallina. ¿Qué peor sensación que imaginarse en la piel de George Clooney en 'Gravity', quedando confinado en su traje de astronauta y dando vueltas perpetuas en mitad de la nada?

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