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El cielo y el infierno, a un paso: los cabarets ocultos del París de la Belle Époque
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"Entrad en las tinieblas"

El cielo y el infierno, a un paso: los cabarets ocultos del París de la Belle Époque

El siglo XIX en París no suele asociarse con el oscurantismo. Sin embargo, se trata de una percepción equivocada, porque la "ciudad de la luz" también tuvo entonces un lado muy oscuro

Foto: Fachada del Cabaret du Ciel y del Cabaret de l'Enfer. Fuente:  Wikipedia
Fachada del Cabaret du Ciel y del Cabaret de l'Enfer. Fuente: Wikipedia

¡Entrad y sed condenados!, ¡entrad y sed condenados!. Es ya la Belle Époque en París, y el mito de los barrios colindantes a su muralla, de la peligrosidad de los suburbios, ha dado paso al gusto por la bohemia, a una curiosidad burguesa por trascender las calles prohibidas. Artistas sin dinero, alcohol, cortesanas o demi-mondaines y grisettes, artistas de todo tipo o filósofos que pululan los rincones de la ciudad, encuentros desafortunados, otros afortunados, peleas y bailes, muchos bailes transcurren generando nuevas diásporas locales.

La etapa del siglo XIX en la capital francesa no suele ser asociada con el oscurantismo o ciertos gustos neogóticos por los que sí se recuerda a la sociedad inglesa de la época bajo su era victoriana. Sin embargo, se trata de una percepción equivocada, un retrato empañado de romantización a la romantización: en el París del siglo XIX no todo era jarana colorida, ni todo giraba en torno a un único estilo de ocio. La "ciudad de la luz" también tenía un lado bastante oscuro ensombreciéndola.

Foto: Fuente: Wikimedia.

El distrito de Montmartre se había construido a sí mismo en todas direcciones, como los márgenes que carecen de cuadrícula. Allí, en el barrio de Pigalle, cualquiera podía conocer el cielo y el infierno. Aquel lugar era conocido por sus cabarets, sus burdeles y los espectáculos que recargaban sus calles, donde podía pasar cualquier cosa. Fue también el hogar de 'Le Théâtre du Grand-Guignol', cuyo nombre desde entonces se ha convertido en sinónimo de espectáculos de gore. Se rumoreaba que el teatro estaba obligado a tener un médico entre el personal en todo momento, ya que muchos clientes vomitaban o se desmayaban por la conmoción de lo que veían en el escenario.

placeholder Boulevard Montmartre en 1897, por Camille Pissarro. Fuente: Wikipedia
Boulevard Montmartre en 1897, por Camille Pissarro. Fuente: Wikipedia

Entre el cielo y el infierno

Aquellos lugares fueron eclipsados en 1890 por dos edificios como dos espectros iluminados: el 'Cabaret du Ciel' y el 'Cabaret de l'Enfer', uno con luces azules y elegantes arcos decorados con estrellas, nubes y ángeles; el otro, de rojo averno iluminado con luces rojas, con llamas ardientes y una entrada en forma de fauces grotescas. Ambos fueron fundados por el mismo hombre, concretamente en el número 53 del Boulevard de Clichy. Sus puertas espantaban tanto como atraían a escurrirse por ellas.

placeholder 'Bohemian Paris of Today'. Fuente: Paris as drawns
'Bohemian Paris of Today'. Fuente: Paris as drawns

Abrían todas las noches desde las ocho y media hasta las dos de la mañana, y la entrada costaba 1,25 francos más un suplemento de 0,50 por la primera copa. Aún se conserva alguna tarjeta de aquellas como pasajes al más allá en el pasado. Gracias, entre otros, a Eugene Atget, uno de los grandes maestros de la fotografía, hoy podemos conocer qué ocurría cuando se ponía el sol y comenzaba el espectáculo de la noche. Atget retrató el interior de estos cabarets para una serie de postales que nos dejan una idea aproximada del placer oculto de parisinos y turistas.

Asimismo, y sobre todo, fue el inglés William Chambers Morris el que recogió la experiencia en palabras, con un pulso todavía intimidado por lo vivido. En su libro 'Bohemian Paris of Today', publicado en 1899 e ilustrado por E. Cucuel. Morrow dice: "Un pequeño diablillo rojo protegía la garganta del monstruo en cuya boca habíamos entrado; estaba haciendo cabriolas extraordinarias y hacía un gran espectáculo al avivar los fuegos. El diablillo rojo abrió la puerta de metal pesado para dejarnos pasar mientras gritaba: '¡Ah, ah, ah! Todavía vienen! ¡Oh, cómo se asarán!'".

placeholder Fachadas del Cabaret du Ciel y del Cabaret de l'Enfern. Fuente: Wikipedia
Fachadas del Cabaret du Ciel y del Cabaret de l'Enfern. Fuente: Wikipedia

La boca del diablo

Se trataba de la boca del diablo. Aquel edificio recreaba con todo tipo de relieves el infierno mismo, desde una clara inspiración por la representación que había realizado Hieronymus Bosch (El Bosco) en su 'Jardín de las delicias'. Un diablo, como el monstruo que abre la boca en la escena de 'Cristo en el limbo' del pintor flamenco, se tragaba a los clientes que acudían.

placeholder Detalle de 'Cristo en el limbo', por El Bosco. Fuente: Wikipedia
Detalle de 'Cristo en el limbo', por El Bosco. Fuente: Wikipedia

La figura recordaba de esta forma a la tradición de las efímeras y costosas decoraciones de los Misterios durante la Edad Media, apunta la historiadora del arte Nadia Barrientos en 'Paris Sortilèges' realizadas sobre grandes escenarios construidos a expensas de la ciudad (el hourdement) en los que tenían lugar las distintas estaciones, es decir, episodios religiosos, como relato vivo de una procesión hacia la salvación.

Para representar el infierno se utilizaba la metáforica boca del infierno, inspirada en el monstruo leviatán del 'Antiguo Testamento', una forma que enmarcaría todas las representaciones futuras hasta, al menos, principios del siglo XX.

La condena de tomar algo

El 'Cabaret de l'Enfer', el más llamativo por dichos juegos de imágenes en su fachada, se convirtió en una sala de visiones sobrenaturales y diabólicas, en la estirpe de las fantasmagorías y los espectáculos de prestidigitación que desde la Revolución Francesa disputaron el monopolio ilusionista de los teatros parisinos. Por lo que no, de nuevo no era nuevo (ni extraño) que la oscuridad fuera incluso comprada para gusto de una parte de la población parisina de entonces.

Mientras el portero, un señor disfrazado de Satanás, según describe W. C. Morrow, te daba la bienvenida invitándote a tu propia condena, las paredes del lugar te recibían con los brazos abiertos, nunca mejor dicho, porque de ellas sobresalían diablos y criaturas infernales, que parecían abrazar a sus huéspedes.

placeholder Clientes en le interior del Cabaret de l'Enfern. Fuente: Wikipedia
Clientes en le interior del Cabaret de l'Enfern. Fuente: Wikipedia

"Cerca de nosotros había un caldero suspendido sobre el fuego, y saltando dentro había media docena de músicos diabólicos, hombres y mujeres, tocando una selección de 'Fausto' en instrumentos de cuerda, mientras los diablillos rojos estaban parados, danzando con hierros al rojo vivo a los que rezagados en su desempeño", cuenta Morrow en su libro.

Como en la 'Divina Comedia'

Allí todo era como creerían que sería en el averno: tanto las bebidas como las comidas de la carta recibían nombres propios para la ocasión. Morrow recuerda, en este sentido, que al pedir junto a sus amigos tres cafés negros con coñac, el camarero que les atendió se dirigió al bar gritando : "¡Tres vasos hirviendo de pecados fundidos con una pizca de azufre reforzante!".

En el boulevard de Clichy el infierno rozaba su propio muro con el cielo, y aquello se parecía a un recorrido anticipado, una penitencia con paradas obligatorias. Como comentó el escritor Jules Claretie, colocaron "el poema de Dante a poca distancia".

placeholder Fuente: Wikipedia
Fuente: Wikipedia

El "poema de Dante": una referencia a la 'Divina Comedia' que, del Infierno al Paraíso, pasando por el Purgatorio, narra la aventura iniciática de un poeta en busca del Misterio divino al que finalmente el velo del amor le da acceso. el disfraz de la transfiguración de la mujer amada, Beatrice. Sobre un trasfondo neoplatónico de búsqueda del alma y narración alegórica en boga en las novelas de finales de la Edad Media, el largo poema de Dante atraviesa las tinieblas del Infierno, cuyos numerosos círculos rebosan de malditos e infames castigos a los que unirse, bajo la protección de Virgilio que lo guía, las cumbres más sutiles de las almas purificadas donde el Amor y lo Divino pueden fundirse.

El cielo, el infierno y... La nada

Según recoge Amelia Soth en 'Daily Jstor', del Cabaret du Ciel se conocen menos detalles porque tuvo menos éxito. ¿Otra constatación de la Belle Epoque quiso ser más oscura de lo que quisieron recordar de ella?. Un visitante británico, Trevor Greenwood, describió el lugar como "la esencia misma de la vulgaridad". Una música sombría de órgano resonaba en la habitación. Cielo azul y nubes adornaban el techo; jarrones dorados y candelabros llenaban el espacio de abajo. Meseros con alas de encaje y halos torcidos se movían entre la multitud, distribuyendo "borradores burbujeantes del brebaje del cielo". Ocasionalmente, un "St. Peter" asomaba la cabeza a través de un agujero en el cielo para sacudir a los bebedores debajo de él con "agua bendita", y damas con alas de ángel torcidas se abalanzaban sobre las mesas con cables.

placeholder Tarjeta del Cabaret du Ciel. Fuente: Paris Musees Collections
Tarjeta del Cabaret du Ciel. Fuente: Paris Musees Collections

Al relato edificado no podía faltarle su purgatorio. En este caso, no separaba uno y otro lugar, sino que era este el que se alejaba de ambos, parecía un aviso latente de la posibilidad de quedar atrapado para siempre en la nada. Así mismo se hacía llamar: El 'Cabaret de la Nada'. En francés, 'Cabaret du Néant', se encontraba bajando el boulevard. Allí lo que se celebraba era la muerte en sí misma.

Anunciaba su presencia con luces verdes que proyectaban una palidez cadavérica en los rostros de los transeúntes que pasaban por delante. Su fachada era sencilla, nada de figuras y formas como en las otras. Negra, sin más detalles que postigos enrejados. En realidad, solo el cartel sobre la puerta podría augurar lo que pasaba dentro. Era, sin embargo, tan simple como el morir.

placeholder Fachada del Cabaret du Néant. Fuente: Wikipedia
Fachada del Cabaret du Néant. Fuente: Wikipedia

"Entrad, mortales, entrad"

En su interior, se escuchaba un coro de voces que invitaban a pasar (o no): "Entrad, mortales de este pecaminoso mundo, entrad en las tinieblas de la eternidad. Escojan su féretro…pónganse cómodos dentro y reposen en la solemnidad y tranquilidad de la muerte; y que Dios se apiade de sus almas!", decían.

La sala principal del Néant se llamaba "Salle d’ Intoxication", la "sala de intoxicación". En ella, las mesas tenían forma de ataúd y las paredes estaban decoradas con todo tipo de motivos macabros, calaveras, cuadros de guillotinas, cuerpos sin cabeza, frases de Macbeth… Incluso un candelabro hecho con huesos humanos que proporcionaba una fina luz tenue y tintineante.

placeholder Clientes en el interior de la sala de intoxicación. Fuente: Wikipedia
Clientes en el interior de la sala de intoxicación. Fuente: Wikipedia

Los ataúdes servían como mesas, y de las paredes colgaban imágenes de espantosas batallas y ejecuciones. Allí los camareros estaban vestidos comoaquellos que portan los féretros y se dirigían a los invitados como "macabeos", según la jerga parisina para hablar de los cadáveres encontrados en el río Sena. Si pedías una bebida en este lugar, te ofrecerían cosas como "un microbio del cólera asiático" o "una muestra de nuestro germen de consumo".

Espacios para el surrealismo

¿Y quiero podría frecuentar semejantes rincones del pánico? Cualquiera, a ellos todo el mundo estaba invitado, pero si hay un tipo de personas que lo hicieron con frecuencia fueron aquellos nuevos vecinos del barrio de las afueras que empezaban a generar corrientes intrincándose entre unos y otros, dónde, aquí, en los cabarets que bailaban con el destino.

Se sabe que la casa de André Breton, poeta del movimiento surrealista, se situó en el número 42 de la rue Fontaine, es decir, según indica el mapa, justo en la esquina del Cabaret de l'Enfer. De manera que las ventanas del poeta, allí por donde miraba para crear, estaban ubicadas justo encima del Cabaret. Breton veía lo que el mismísimo demonio, y como a él también le atraía la oscuridad.

placeholder El público asiste a una representación fantasmal en el Cabaret du Néant. Fuente: Wikipedia
El público asiste a una representación fantasmal en el Cabaret du Néant. Fuente: Wikipedia

El mismo poeta recuerdaba: "En el taller de al lado que entonces se dominaba los cabarets du Ciel et de l'Enfer de Montmartre (…) por la noche, alrededor de la mesa, nuestros amigos, con las manos apoyadas en la madera, hacían lo que en lenguaje hipnótico se llamó 'la cadena' y esperábamos en silencio en la oscuridad a que ocurriera el fenómeno (…) Con los ojos cerrados, Robert Desnos (cuya frente acababa de golpear la mesa de un golpe sordo) exigió un lápiz y un papel del que se apresuró a cubrir muchas hojas de escritura. Las improvisaciones verbales fueron siempre de carácter oratorio. Los diseños eran de naturaleza simbólica y, en la mayoría de los casos, de intención profética".

El "Fin del Mundo" existió

No fue el único. Según aparece recogido en la web del magazine online 'Agente Provocador' de la editorial 'La Felguera', otro bohemio frecuentó los cabarets del terror, el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, un artista vinculado al movimiento bohemio en España que alcanzó su fama al casarse con la reconocida cupletista Raquel Meller, y de quien se llegó a decir que mantuvo un romando con la mismísima bailarina espía Mata Hari. "Durante una de sus visitas al París más tenebroso, visitó los cabarets más sórdidos y noir de la capital (los cabarets de La Nada, del Infierno y el del Fin del Mundo) publicando esta crónica en 'El Liberal' en enero de 1900".

Así pues, aparece aquí otro cabaret oculto, el "Fin del Mundo", que según apuntan desde dicha web, fue "un lugar híbrido que participa de los caracteres del cielo, del infierno y del neant. Los camareros tienen cabelleras inconmensurables, y no dirigen la palabra al público sino en verso: 'Mortal que acabas de entrar, dime, ¿qué quieres tomar?'. Un gran cuadro presenta al astrónomo alemán, contemplando espantado el vuelo ígneo de los cometas. En las paredes mil objetos grotescos tienen etiquetas pomposas: 'El sombrero de copa de Nerón, el paraguas de Cleopatra, las muletas de Carlos V...'. Todo eso es muy tonto, no hay duda. Pero es de una tontería alegre, sonriente, casi infantil".

placeholder Pase informativo del Cabaret de l'Enfern. Fuente: Wikipedia
Pase informativo del Cabaret de l'Enfern. Fuente: Wikipedia

Actualmente solo queda su recuerdo empañado por los escaparates de un supermercado de la cadena 'Monoprix'. Su dueño compró ambos cafés, los destruyó, amplió y reemplazó las dos fachadas con su propia entrada principal. El supermercado ocupa actualmente la longitud de la planta baja entre la esquina con la rue Pierre-Fontaine y el número 51. La entrada se encuentra donde solía estar el Cabaret de l'Enfer. Los otros tuvieron una suerte similar.

Si ahora caminas visitando el barrio y quieres comprar una botella de agua, recuerda que si te acercas a este establecimiento, alguna vez alguien en su entrada te habría dicho: "Aunque en el infierno hace calor, tenemos bebidas frías si lo desea".

¡Entrad y sed condenados!, ¡entrad y sed condenados!. Es ya la Belle Époque en París, y el mito de los barrios colindantes a su muralla, de la peligrosidad de los suburbios, ha dado paso al gusto por la bohemia, a una curiosidad burguesa por trascender las calles prohibidas. Artistas sin dinero, alcohol, cortesanas o demi-mondaines y grisettes, artistas de todo tipo o filósofos que pululan los rincones de la ciudad, encuentros desafortunados, otros afortunados, peleas y bailes, muchos bailes transcurren generando nuevas diásporas locales.

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