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Florida, punto de partida: un hito español huérfano de eco
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Florida, punto de partida: un hito español huérfano de eco

Tres siglos de estancia que dan para una antología y que dejarían a los manidos 'western' de Hollywood en un asunto menor

Foto: Pedro Menéndez de Avilés (Fuente: Wikimedia/ Historia de la Marina Real Española)
Pedro Menéndez de Avilés (Fuente: Wikimedia/ Historia de la Marina Real Española)

“Y consideré a los muertos que ya han muerto más dichosos que los vivos que aún viven, y mejor que los dos al que aún no ha existido porque no ha visto las maldades que se cometen bajo el sol".

Eclesiastes,4,2.

En un país con una enfermiza inclinación a olvidar sus grandes logros mientras en otros pagos hacen películas monotemáticas sobre hechos descafeinados y encumbran por dar la vuelta a la esquina hasta al Tato, reconocer aquellos hitos que han sembrado nuestra historia hasta el día de hoy es. cuando menos. una terapia para redimirnos de nuestro proverbial pasotismo.

Hitos huérfanos de eco y reconocimiento merecen poblar de referencias nuestras calles y plazas y, más que ninguna otra cosa, los libros de educación. Pero, en este patio de colegio con las dos Españas enfrentadas permanentemente y adversarios extramuros que se frotan las manos con el circo que tenemos montado, es bastante difícil ir hacia el futuro ('Eppur si muove') escenario que no parece importar mucho a los responsables de gobernarnos, en este permanente y secular turnismo empachados hasta las trancas de la palabra España que tanto vale para un roto como para un descosido.

Foto: Encuentro del emperador Carlos V con Francisco Pizarro en Toledo, pintura de Ángel Lizcano Monedero (Fuente: iStock)

Hace algo más de 500 años, en una primavera de suaves y cálidas brisas como es habitual en la zona y con la intención primera de acercarse al paraíso de las Bimini (unas extrañas islas que albergan unas formaciones rocosas submarinas muy apropiadas para los propensos a preguntas sin respuesta), pobladas por una densa vegetación, el adelantado Ponce de León sin pretenderlo se vio arrastrado por la corriente del golfo yendo a parar a un paraje en el que le acogieron a él y a sus hombres en medio de un griterío infernal decorado de una lluvia de flechas. Esto ocurrió en Florida y era el año de 1513.

Este accidente tiene un surrealista toque de serendipia, pues de manera fortuita Ponce y los suyos fueron a parar a un lugar en el que a pesar de la intensidad de la recepción pasarían a los anales de la historia.

La nación que en el futuro daría en llamarse Estados Unidos a partir del año 1776 siempre eludió sus raíces europeas a través del concepto de lo hispano, favoreciendo, eso sí sin duda, sus vínculos anglosajones en detrimento de los nativos y de los exploradores españoles. Su existencia durante estos últimos 246 años ha sido como un dolor de muelas para el resto de la humanidad.

placeholder Expedición de Ponce de León en Florida, según un grabado de 1885 (Wikimedia)
Expedición de Ponce de León en Florida, según un grabado de 1885 (Wikimedia)

Poco queda de nuestra presencia desde aquellas primeras incursiones que posibilitaron la construcción de la hermosa ciudad de San Agustín, fundada por Pedro Menéndez de Avilés en el año 1565, donde aún ondea hoy en su espectacular castillo de San Marcos la Cruz de San Andrés, enseña propia de la España del siglo XVI.

Tres siglos de estancia con unos contenidos que dan para una antología y que dejaría a la epopeya de la conquista del oeste y los manidos 'western' de Hollywood con su heroico trasunto nacionalista en un asunto menor. Más que todo, porque ya estaban habitados por los propios nativos (con claros fenotipos asiáticos) descendientes de emigraciones a través del Estrecho de Bering y visitados con peor o mejor suerte por navegantes escandinavos que no llegaron a asentarse, balleneros vascos (río San Lorenzo -asentamiento de Jay Alay) y de los propios españoles (se recomienda leer al historiador estadounidense David J. Weber) los cuales llevaban más de 250 años pululando por aquellos lares.

Pero la codicia recorría como un reguero de pólvora Europa y la piratería comenzaba su andadura con buen pie. Jean Ribault, un navegante francés, intentó colonizar la Florida hacia el noreste mirando la fachada Atlántica. A las órdenes del almirante Gaspar de Coligny, este pirata advenedizo e impostado con los atrezos de sus cofrades de tropelías, se topó con una avanzada española cayendo en una trampa maquiavélica tendida por Menéndez de Avilés. Todos sus compinches serían pasados a cuchillo por “ser protestantes” y pasaportados sin muchos miramientos en un número que, según las crónicas, podría ascender a más de 300 interfectos. Aunque el argumento girara en torno a su confesión religiosa, las órdenes de Felipe II eran las que eran, había que acabar con aquella plaga como fuera. Los franceses viajaron al otro mundo en primera y los españoles nos quedamos tan ricamente en Florida multiplicándose el efecto de las conversiones al catolicismo por arte de magia tras el escarmiento aplicado a los hugonotes franceses. A la fuerza ahorcan.

"La primera bandera europea que se izó en 1513 en Florida fue española"

Lo que nadie discute es que Ponce fue oficialmente el descubridor de Florida (algo que hoy sabemos por los cronistas) aunque cuando él y sus gentes pisaron tierra encontraron a varios nativos que chapurreaban el castellano. Según estimaciones, se cree que hacia 1499 un naufragio dejó en aquellas costas a una partida de españoles que nunca pudieron ser recuperados.

Pero lo que es de vergüenza es la desmemoria que se ha instalado, al parecer a perpetuidad, en la adulterada y sesgada educación que ha recibido el pueblo norteamericano.

La primera bandera europea que se izó en 1513 en Florida fue española. Pasados 308 años se arriaría tras el caos sobrevenido después de la durísima Guerra de Independencia y expulsión de los franceses. Salvo para los americanos cultos y especialistas en historia, la mayoría del pueblo norteamericano piensa que la primera colonia de sus raíces como pueblo diferencial están radicadas en Jamestown (Virginia) asentamiento fundado en el año de 1607. Asimismo, en el imaginario de estas gentes de allende el Atlántico, la llegada de los peregrinos del Mayflower fue como una bendición redentora para los indios que andaban asilvestrados por las enormes praderas del medio oeste. Cabe decir que, en menos de dos siglos, no quedo vivo ni el apuntador. Eso que hacían los españoles de mezclarse con las muchachitas nativas según su punto de vista, estaba fatal.

Foto: El duque de Lerma, por Juan Pantoja de la Cruz
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Pero lo peor no es eso. La famosa Enciclopedia Británica tiene más agujeros negros que un queso gruyere, o quizás una mala leche proverbial en los enfoques que implican explicaciones sobre las alusiones a nuestro país y su obra globalista. A lo largo de los siglos, los 32 pesados volúmenes que representan la colección en su ya fenecida edición impresa del 2010, fueron el mayor exponente y referencia en lo concerniente al compendio del conocimiento humano.

En la entrada que se refiere a la historia de los EEUU de América, despacha las riquísimas andanzas de Ponce de León con una sola línea y dedica un par de párrafos a Menéndez de Avilés, Coronado y Hernando de Soto. No dice ni 'mú' sobre San Francisco o los Ángeles, aunque sí sobre San Agustín; y para más 'inri' expresa en una frase que produce vergüenza ajena: ” los españoles tuvieron poco que ver con el desarrollo inicial de los Estados Unidos”. De igual manera se escaquean pasmosamente de la tunda que les venia arreando Gálvez desde Mauchak, Baton Rouge y Mobile hasta Pensacola, reduciéndo los acontecimientos a una mera escaramuza, escaramuza que les costo carisimo. La captura de media docena de fragatas, armamento en ingentes cantidades, un conjunto de 4.000 prisioneros, dos generales, un almirante... En fin, para mear y no echar gota.

En justicia, hay que recalcar el menoscabo que supone para cualquier especialista que quiera indagar en los entresijos de la historia evitando deformaciones y sesgos, que las dos terceras partes de la última edición impresa de la Enciclopedia Britanica están todavía durmiendo en los fondos del sótano de la editorial. Menudo éxito editorial. Tal es el descrédito que ha sumado la arrogancia de esta Summa Artis del desproposito, en particular por su sospechosa tendencia al ombliguismo histórico (que por otro lado hay que reconocer que tiene entradas inapelables y de una erudición incontestable) que varios hispanistas ingleses han reclamado una revisión de la misma en lo concerniente a los aspectos históricos que nos afectan.

"España volvería a recuperar la Florida tras el rotundo escarmiento aplicado en la batalla de Pensacola por el insigne Bernardo de Gálvez"

Siguiendo con el devenir de Florida, aquel apéndice continental orientado hacia el sur y que parecía señalar la dirección de Cuba; por los caprichosos vericuetos de los acontecimientos fue a parar tal que un 10 de febrero de 1763 cedida al Reino Unido por el alambicado Tratado de París. Así, Gran Bretaña obtuvo de España, además, las colonias al este y sureste del Misisipi.

Pero poco les duraría a los ingleses su efímera euforia. Cuando se las prometían felices, hacia el 14 de mayo de 1781, España nuevamente volvería a recuperar la Florida tras el rotundo escarmiento aplicado en la batalla de Pensacola por el insigne Bernardo de Gálvez, que todavía luce como un mozalbete en un estupendo lienzo en la galería de ilustres del capitolio en Washington. Algo por fin, nos reconocen los norteamericanos.

Mas estas cosas de la 'jerigonza' (que dirían nuestros hermanos portugueses) tienen su aquel.

Tal que un día 22 de febrero del año 1821 España vendió a Estados Unidos una Florida insostenible estrategicamente por la cantidad de partidas de colonos insurrectos , indios en pie de de guerra o franceses e ingleses a la greña que proliferaban como nubes de mosquitos, además del gravamen que suponian los consiguientes costes de mantenimiento de los asentamientos y destacamento militares. ¿El precio? Cinco millones de dólares del ala. Jamás los pagaron.

Foto: Felipe II (Wikipedia)

El Tratado Adams-Onís fue una farsa y un vergonzoso papel mojado. Todo muy anglosajón. De aquella, España no estaba para gaitas. La Guerra contra Francia había dejado exhaustas las arcas del país, al mando un rey tarado y, ya se sabe, a perro flaco todo son pulgas.

Lamentablemente, dejamos atrás a unos fieles amigos, los indios seminolas que eran unos guerrilleros formidables entrenados por el ejército español, que con la práctica se convirtieron en auténticos expertos resultando una auténtica pesadilla para el recién configurado ejército de Norteamérica, que a la postre los exterminaría quedando un porcentaje testimonial de ellos en una reserva cercana al Misisipi.

Tras la pérdida de Florida y la independencia de Méjico (1821) los norteamericanos arremeterían con el paso de los años contra los hispanos sureños arrebatándoles la mitad de los territorios heredados del Virreinato de Nueva España. Las pérdidas territoriales fueron colosales. La codicia desmedida del nuevo anglo caníbal (leer el extraordinario ensayo “El desafío americano” de J.J.S.Schreiber) se proyectaba inquietantemente ante la historia con su desmesurada ambición.

“Y consideré a los muertos que ya han muerto más dichosos que los vivos que aún viven, y mejor que los dos al que aún no ha existido porque no ha visto las maldades que se cometen bajo el sol".

Historia Estados Unidos (EEUU) Hollywood