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Psicólogos argentinos se sientan en el diván: háblenme del día en que España les silenció
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AYER CLICHÉS, HOY DAMNIFICADOS

Psicólogos argentinos se sientan en el diván: háblenme del día en que España les silenció

Tras muchos años sentados escuchando nuestros problemas, ahora nadie en España les oye cuando denuncian el enredo legal que les impide trabajar en el país desde hace ocho años

Foto: Marisol Giménez y Laura Colombo, psicólogas argentinas, en el diván. (Patricia J. Garcinuño)
Marisol Giménez y Laura Colombo, psicólogas argentinas, en el diván. (Patricia J. Garcinuño)

Como los transportistas, los agricultores, los maestros en Cataluña, los panaderos o los médicos de atención primaria, los psicólogos extranjeros —en un gran porcentaje de nacionalidad argentina— tienen motivos para el cabreo. Hace ocho años, un real decreto que aparentemente iba a ayudarles les acabó metiendo en un berenjenal burocrático sin salida aparente que, 'de facto', ha acabado expulsándoles de sus carreras.

Hace varias décadas, cuando el estrés era una enfermedad extranjera e ir al psicólogo aún se veía con sospecha porque los españoles solo habíamos visto esas situaciones en 'sitcoms' o películas de Woody Allen, cientos de profesionales llegados desde Argentina desembarcaron en nuestro país para cubrir un hueco que ni siquiera sabíamos que existía. Fue su breve Edad de Oro, porque pronto los psicólogos nacionales se pusieron a la par, pero el cliché les acompaña desde entonces.

Sin embargo, su situación en la última década se ha descalabrado a partir de un cambio legal y aquellos que han venido de nuevas han tenido que hacer como Nahuel Álvarez, un psicólogo con una cierta carrera en Mendoza hasta que, un día, decidió venirse: hoy es conserje de un motel en Mallorca. O José María Casas, con un recorrido profesional similar pero que tuvo que hacer en Gambia las prácticas de un máster porque allí no le impedían pasar consulta. O Marisol Giménez, que al llegar a España tuvo que emplearse como teleoperadora. Todos ellos han tenido que recurrir al voluntariado para poder seguir en contacto con su verdadera vocación. Mientras no cobren, todo está bien; todo lo demás es intrusismo.

El Real Decreto 967 de 2014 venía a solucionar las homologaciones de títulos para extranjeros que venían a vivir a España, pero establecía que solo aquellas profesiones "recogidas en el anexo I" podrían recibir la equivalencia. En su caso, la única posibilidad era homologarse como psicólogo general sanitario, la especialidad más centrada en el ámbito clínico, para lo cual necesitan un máster que les habilite como tal y la homologación previa de su título de Psicología obtenido en Argentina, que no pueden homologar porque la profesión de psicólogo —a secas— no aparece dentro de las profesiones homologables que reconoce el ministerio.

En resumen, la única forma de homologar su título extranjero en un título español es mostrar en la ventanilla del ministerio un título español.

La única forma de que un argentino homologue su título de psicólogo es con un título español

La situación es bastante sintomática de los tumbos que ha dado la educación en nuestro país. El que inició todo esto fue José Ignacio Wert, ministro de Cultura del PP, al que sin querer le colgaron la Educación como un apéndice, aunque más tarde, con el cambio de Gobierno, esta saltó a Pedro Duque —según los psicólogos migrantes, el que más hizo por resolver la situación— y finalmente, tras la separación en Ciencia y Universidades, la responsabilidad recayó sobre Manuel Castells, que prometió y prometió pero no solo se fue sin resolver el galimatías de los psicólogos, sino que lo empeoró: "Ha introducido una insólita interpretación de las normativas vigentes (exigiéndonos poseer título de grado español, siendo extranjeros) y con ello ha bloqueado arbitrariamente la posibilidad de homologación que se nos otorgaba hasta hace poco", explican desde el Movimiento Psicólogos Migrantes, que aunque compuesto por una mayoría argentina agrupa a psicólogos damnificados de 19 nacionalidades, también a españoles que obtuvieron el título en el extranjero.

Deformación profesional

Los psicólogos migrantes han tratado de hacer algo de ruido para agilizar este proceso. En un 'spot' difundido a finales del año pasado, varios de sus rostros aparecían en pantalla explicando la situación. Sin embargo, en lugar de lanzar sombrías admoniciones o amenazar con tomar las calles... estos psicólogos acabaron analizándose a sí mismos frente a la cámara.

"Me siento frustrada, con la sensación de que mi identidad se va desdibujando", decía una. "Estar en un callejón sin salida me está generando sintomatología depresiva", opinaba otra. "La ansiedad que esto me genera me provoca insomnio y malestar generalizado", añadía una tercera psicóloga migrante, también con un indisimulable acento argentino.

No es el anuncio más impactante del año, pero pone de relieve el sinsentido de un país que tiene a sus ciudadanos al borde de un ataque de nervios, ansiedad o depresión tras empalmar varias crisis y una pandemia, y al mismo tiempo pone trabas administrativas para paliar el déficit de profesionales de la salud mental por habitante que padece España: seis psicólogos por cada 100.000 habitantes en el Sistema Nacional de Salud frente a los 18 de media en Europa, según datos de la OMS.

Cambio de país, cambio de vida

"Cuando me vine aún seguía con algunos de mis pacientes de Argentina 'online', pero bueno, poco a poco eso como que lo fui dejando", explica José María Casas, que en 2019 decidió invertir todos sus ahorros en venir a España a buscarse la vida como psicólogo. Muchos de ellos apreciaban la presencialidad y la distinta franja horaria de ambos países —Madrid va cinco horas por delante de Buenos Aires— tampoco ayudaba. "Traté de derivar a casi todos y solo sostuve a aquellos que no querían empezar de cero y cuya temática se podía trabajar 'online', porque no todo se puede 'online' claro".

Casas, de 41 años, se ha visto obligado a emplearse en el sector inmobiliario, su única forma de contacto con la psicología y el paciente, fuera de Gambia, es a través del voluntariado que hace en Cruz Roja y otras organizaciones, donde realiza tareas de apoyo psicosocial. "Pero no, no como trabajo", apunta.

"Si abriera mi propia consulta, estaría cometiendo intrusismo profesional"

En primer lugar, no pueden darse de alta en el Colegio Oficial de Psicólogos, un requisito imprescindible para ejercer la profesión tanto en el ámbito público como el privado. A partir de ahí, todas las demás puertas están cerradas.

"Si yo abriera mi propia consulta, estaría haciendo intrusismo laboral, intrusismo profesional con los demás colegas psicólogos", explica Nahuel Álvarez. "He podido acercarme más a la psicología siendo voluntario", confiesa, y añade que siente "algo de angustia" al no poder realizar el tipo de actividad que ha estudiado durante tantos años

"Por ejemplo, en mi caso particular, pues ya llevo tres años esperando y son tres años de completa incertidumbre", dice el psicólogo. "Estar en otro país también es estar un poco más desprotegido, estar lejos de los afectos". Para no perder el tren, se ven obligados a acercarse a instituciones relacionadas con la psicología, "que es lo que te permite decir armar una red de contactos para ir generando algo o para que te acerquen a la profesión, aunque sea de manera indirecta".

placeholder Marisol Giménez, en un diván de Tres Cantos. (Patricia J. Garcinuño)
Marisol Giménez, en un diván de Tres Cantos. (Patricia J. Garcinuño)

Mismo camino tomó Giménez: "Actualmente estoy haciendo un voluntariado en Psicólogos Sin Fronteras donde se nos permite brindar acompañamiento psicológico y a participar de algunas intervenciones en la profesión, como para no sentirnos desconectados del todo", aclara. "Sin embargo no podemos monetizar ni realizar nuestro trabajo como un profesional matriculado en España por tener el título extranjero". La otra cara del problema es que encontrar trabajo, aunque sea no cualificado, es especialmente difícil: "No te cogen en ningún sitio sin experiencia y la única experiencia que tenemos es en nuestra profesión, es un desgaste muy grande y nada fácil encontrar trabajo de cualquier otra cosa", añade esta profesional.

¿Podemos permitirnos esto como país?

El ínfimo número de psicólogos en la sanidad pública es un problema conocido. Para conseguir una primera cita es necesario esperar meses o incluso un año. Quienes tienen la urgencia acaban dirigiéndose a un especialista privado, por tanto... ¿tiene sentido poner más trabas a quienes pueden dedicarse a esto? ¿Perjudica a los psicólogos españoles una mayor competencia por parte de profesionales extranjeros en un contexto que muchos catalogan de crisis de salud mental?

"Es una de las cosas que venimos manifestando", dice Álvarez, "casualmente estamos en España en un momento en el que estamos sufriendo las consecuencias que tuvo la pandemia en la población, donde hemos empezado a notar un aumento de los cuadros ansiosos o de depresión".

Entre ellos, los de los propios psicólogos argentinos, que empiezan a sentir en sus huesos la desesperanza de pelear con las manos desnudas contra el gólem burocrático español. "A nivel anímico esto nos afecta a todos los niveles y hemos pasado por muchas etapas desde la frustración, el enojo, hasta la depresión ya que nadie nos da una solución y no parece haber ningún punto de reconocimiento desde el Gobierno", explica Giménez. "La mayoría de la gente que pide una homologación cuenta con más de diez años de experiencia laboral y nos quieren equiparar a alumnos que están en segundo año de la carrera", dice en referencia a la última propuesta que hay sobre la mesa: que los psicólogos profesionales extranjeros vuelvan a la universidad y hagan dos años de carrera para poder solicitar la homologación.

"Esas medidas dejan a mucha gente y a muchas familias sin la posibilidad de un trabajo digno, al borde de la depresión y desesperación", remata.

placeholder La psicóloga Laura Colombo, en el diván. (Patricia J. Garcinuño)
La psicóloga Laura Colombo, en el diván. (Patricia J. Garcinuño)

Además, la pandemia ha llevado a algunos de ellos a cambiar el diván físico por la consulta virtual. Es también una forma de bordear la persecución. Así lo está haciendo Laura Colombo, quien desde nuestro país trabaja con pacientes en Argentina y otros países además de ofrecer seminarios 'online' para poder ejercer de lo suyo. Como al resto de sus compañeros y compatriotas, le preguntamos "¿cómo se siente ante esta situación?"

"Partiendo de lo más leve a lo más extremo, siento asombro, desconcierto, desilusión, hasta indignación", dice Colombo. "Está claro que después de ejercer la profesión más de 25 años, nada ni nadie puede quitarte ese valor y experiencia, pero llegué a este país creyendo en un sistema contemplativo, solidario y encontrarme con esta negativa sin fundamentos es irrisorio".

Ricardo Alfonsín, embajador en Madrid, les recibió hace unos meses y prometió buscar la forma de convencer al Ministerio de Universidades para revertir la situación, al igual que el embajador español en Argentina. Menos mal que alguien se toma en serio a estos profesionales, tan icónicos en el imaginario como imprescindibles en estos momentos.

Como los transportistas, los agricultores, los maestros en Cataluña, los panaderos o los médicos de atención primaria, los psicólogos extranjeros —en un gran porcentaje de nacionalidad argentina— tienen motivos para el cabreo. Hace ocho años, un real decreto que aparentemente iba a ayudarles les acabó metiendo en un berenjenal burocrático sin salida aparente que, 'de facto', ha acabado expulsándoles de sus carreras.

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