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¿Quién teme a Les Knight? El hombre que te hará desear el fin de la especie humana
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¿Quién teme a Les Knight? El hombre que te hará desear el fin de la especie humana

Somos más de 8.000 millones de personas las que habitan este planeta y hay una persona a la que, especialmente, no le hace ninguna gracia

Foto: Fuente: iStock.
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Más de 8.000 millones de personas habitan este planeta. Esta noticia del pasado mes de noviembre anunciaba un hito histórico en la historia de la humanidad. Además, la ONU, el organismo que dio difusión a este dato, pondera que para 2050, si seguimos a este ritmo, habremos superado la barrera de los 10.000 millones. A simple vista, esto sería una buena noticia: se supone que si hay tantas personas es porque nunca en la historia se había avanzado tanto en materia de salud pública, nutrición y medicina. La vida humana es un bien a preservar, ahora más que nunca. Sin embargo, ser tantos también trae problemas.

Junto a esta declaración, la ONU reconocía que "la superpoblación provocará problemas no solo sociales, sino también ambientales". Puede que seamos más que en épocas pasadas, pero también hacemos más ruido, contaminamos más y consumimos más recursos naturales. Todo ello a un ritmo disparado por la marcha de una economía sin frenos. Se desperdician miles de toneladas de alimentos, llenamos los océanos de plásticos y horadamos en lo profundo de la tierra en busca de combustible con el que alimentar a nuestras máquinas para que nos lleven todas las mañanas a trabajar. Más de uno debería sentirse culpable por esto. Sobre todo en una época en la que la crisis ambiental es un tema que acapara foros mundiales y congresos.

"Si dejásemos de procrear, nuestros desastres desaparecerían, nos extinguiríamos y la biosfera, o lo que queda de ella, podría recuperarse"

Más de uno podría desear, en otro supuesto, que fuéramos menos. Que no hubiera tantas bocas que alimentar, ni tantas baterías que cargar, ni tantos motores que hacer funcionar. Esto podría parecer un argumento egoísta, ya que uno nunca se ve formando parte de la resta. Habrá algunos, los más cenizos y pesimistas, que lleguen a la conclusión de que el problema se reduce a todos nosotros, que ojalá nunca hubiéramos existido. Y, precisamente, por haber sido, deberíamos dejar de ser para siempre. Este precisamente era el título del libro con el que saltó a la fama David Benatar, uno de los máximos exponentes de la corriente del antinatalismo, a quien pudimos entrevistar en una ocasión. Ojalá sus oscuras conclusiones filosóficas fueran una excepción. Pero lo cierto es que este pesimismo que atenta contra la propia especie ya viene de lejos. Aunque afinca sus raíces en trágicos pensadores como Peter Zapffe o el gran Arthur Schopenhauer, la corriente antinatalista de nuestra época bebe de los años 90, cuando un hombre llamado Les Knight fundó el Movimiento para la Extinción Humana Voluntaria (VHEMT por sus siglas en inglés y cuyo logo con una Tierra invertida parece un videojuego de Nintendo).

Voluntarios por la extinción

Desde muy joven, se convirtió en activista ambiental y con tan solo 25 años, la edad a la que muchos hombres empiezan a preguntarse si algún día serán padres (si no lo son ya), decidió hacerse una vasectomía. A pesar de fundar su propia asociación, se afilió a Zero Population Growth, hoy en día conocida como Population Connection, las cuales abogan por una reducción paulatina de la población mundial. En la actualidad, la que parece tener más fuerza es Conceivable Future, en cuya web podemos encontrar titulares como "Un mundo sin niños" o "Cada vez más personas escogen no tener hijos por el cambio climático". El lema que encabeza su logo es: "Amor a largo plazo por encima del beneficio a corto plazo".

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Podríamos pensar en Knight como la figura más radical del pensamiento ecologista: al fin y al cabo, si dejásemos de habitar este planeta, la actividad industrial desaparecería de repente, las hierbas y los bosques colonizarían las infraestructuras humanas repoblando de vida animal las grandes metrópolis antes cubiertas de asfalto y contaminación. Y, por lo general, ya no habría más cambio climático debido a que el planeta habría sido dejado a su suerte, a su propio devenir natural y cósmico. Pero también porque ya no habría más humanos con tales problemas que ahora nos resultan acuciantes. Varios medios de masas de Estados Unidos han rescatado a este personaje para opinar sobre superpoblación y cómo mitigar sus efectos negativos. "Si dejásemos de procrear, nuestros desastres desaparecerían, nos extinguiríamos y la biosfera, o lo que queda de ella, podría recuperarse", espetó Knight en un programa de máxima audiencia, en declaraciones recogidas por The New York Post. "La libertad reproductiva es lo más importante que necesitamos ahora, a cientos de millones de parejas se les niega su derecho a no reproducirse".

Por qué todos somos (un poco) antinatalistas

¿En qué basa esta loca teoría? "Muchos no tienen acceso a servicios anticonceptivos", pensemos en la derogación de la ley del aborto que causó tanta polémica hace unos meses. "Tan solo prueba a conseguir una esterilización aquí en Estados Unidos teniendo 22 años y sin hijos. No estamos permitiendo que la gente se abstenga de procrear". Puede sonar delirante, pero algunos escritores y periodistas reputados como Tom Whyman ven este mensaje antinatalista como "la ideología dominante de nuestra cultura social". En un artículo publicado en The Outline pone el acento en que muchos gobernantes de todo el mundo no solo hacen oídos sordos a las demandas ecologistas, sino que encima agravan la situación con sus acciones. Por ejemplo, Jair Bolsonaro y sus esfuerzos por deforestar del Amazonas.

"Los más poderosos no solo contribuyen a acelerar la destrucción del planeta, también nos hacen cómplices"

Whyman menciona al filósofo Robert Pippin y su teoría de la intención, la cual podría ser resumida con una frase muy simple: "no es lo que piensas o dices, sino lo que haces". En este sentido, podemos empeñarnos a nivel colectivo y global en llamar la atención sobre el tema del cambio climático para luego llenar foros mundiales donde se debate eterna y soporíferamente sobre cómo reducir las emisiones de carbono sin tener tampoco que limitar el crecimiento económico de los países que saldrían más perjudicados. Pero lo cierto es que todos, en cierta medida, contribuimos a ello. Y el problema no son nuestras acciones individuales tampoco, pues de nada serviría que una o cien personas más reciclen en una ciudad mediana, comparado al volumen total de emisiones industriales por parte de grandes multinacionales.

placeholder ¿Una imagen sobre un mundo sin nosotros o un 'déjà-vu' demasiado realista? (iStock)
¿Una imagen sobre un mundo sin nosotros o un 'déjà-vu' demasiado realista? (iStock)

"Los más poderosos no solo contribuyen a acelerar la destrucción del planeta y con ello de la especie humana como si fueran unos matones o supervillanos", reflexiona Whyman. "También lo hacen de forma mucho más silenciosa, creando estructuras que nos obligan a tomar decisiones que nos hacen cómplices necesarios de esta espiral de muerte: conducir coches, comer alimentos cultivados en tierras deforestadas o en monocultivos que afectan a las abejas, incluso simplemente conectarse a Internet". Por ello, no es lo pensemos, digamos y reflexionemos: en último término, lo que importa es lo que hagamos.

El ejemplo más recurrente de lo que propone Whyman es la cuarentena, cuando de pronto esa "estructura" a la que ha hecho referencia quedó parcialmente paralizada y los niveles de emisiones de carbono cayeron en picado. No era tan difícil. No había que levantar conciencias sobre el calentamiento global ni organizar cumbres mundiales en las que la mayoría de los asistentes acuden en avión. Tan solo quedarse en casa. Obviamente, esto solo fue posible con una fuerza coercitiva sin parangón en las últimas décadas por parte del Estado. Pensadores actuales como Kohei Saito comprenden que la cuarentena fue un ejemplo de cómo globalmente podríamos organizarnos para frenar el crecimiento y dejar de permanecer la "estructura" en la que estamos encorsetados sin por ello derivar en un estado totalitario al más puro estilo soviético o maoísta.

Foto: Kohei Saito.

Algunos verán ilógico relacionar el antinatalismo con nuestro modo de vida. Al fin y al cabo, traer vidas al mundo sigue percibiéndose como el mejor argumento para vivir, ya que dejas tras de ti un legado. No hay obra más hermosa que la generosidad que deposita un padre o una madre para criar, formar y educar a su hijo de la mejor forma que puedan o consideren. Pero la naturaleza no deja de ser el medio en el que nos movemos (el medio ambiente), por lo que actuar contra ella o seguir perjudicándola nos llevaría mucho más rápido a la extinción, posiblemente, que cualquier propaganda que abogue por la no procreación.

Una autodestrucción gozosa

Entonces, ¿por qué no dejamos de vivir cómo vivimos? Whyman menciona la pulsión de muerte de Freud, basada en hallar un impulso libidinoso hacia la destrucción, hacia el hecho de dejar de existir. A este respecto, el filósofo Walter Benjamin lo expresó mejor: "La humanidad se ha convertido ahora en espectáculo de sí misma. Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden". No en vano, vivimos en la época en la que la industria cultural de las distopías vive su mejor momento.

Foto: Que su mirada de inocente filántropo no nos engañe. (Imagen: williammacaskill.com)

Se nos da genial recrearnos; disfrutar estéticamente, como diría Benjamin, en fábulas sobre futuros terribles que nos aguardan. Fobia al futuro lo llaman. Pero, en último término, todos estos agudos debates nos aboca al nihilismo, no de corte antinatalista como el de Knight (pues al fin y al cabo solo quiere preservar al mundo de las generaciones futuras y vivir la vida que nos queda lo mejor posible), sino un nihilismo destructivo y recreativo. Luego diremos que los Simpson ya lo predijeron, aunque en el momento preciso del desastre, seguramente no nos haga tanta gracia.

Más de 8.000 millones de personas habitan este planeta. Esta noticia del pasado mes de noviembre anunciaba un hito histórico en la historia de la humanidad. Además, la ONU, el organismo que dio difusión a este dato, pondera que para 2050, si seguimos a este ritmo, habremos superado la barrera de los 10.000 millones. A simple vista, esto sería una buena noticia: se supone que si hay tantas personas es porque nunca en la historia se había avanzado tanto en materia de salud pública, nutrición y medicina. La vida humana es un bien a preservar, ahora más que nunca. Sin embargo, ser tantos también trae problemas.

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