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Así ha cambiado nuestra percepción del tiempo en 2022 (y cómo debería cambiar en 2023)
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Así ha cambiado nuestra percepción del tiempo en 2022 (y cómo debería cambiar en 2023)

¿Cómo de dominados estamos por ese objeto esférico con manecillas que nos despierta cada mañana? El año que viene será clave para decidir cómo y en qué usamos el tiempo

Foto: El tiempo está fuera de quicio. (iStock)
El tiempo está fuera de quicio. (iStock)

Probablemente, lo primero que hagas nada más levantarte sea una tarea que ya tienes automatizada y que realizas incluso cuando estás despierto del todo: apagar la alarma del despertador. Del mismo modo, antes de apagar la luz y disponerte a entrar en los brazos de Morfeo, efectuarás el proceso inverso: establecer la hora a la que vas a abrir los ojos. Este acto recurrente que tenemos tan asumido es el que pone en marcha todo lo demás; a no ser que estés de vacaciones o tengas la suerte de no tener que vivir para trabajar, se repetirá día tras día, mes a mes, año a año.

Si hay un invento/instrumento/objeto que reina sobre todos los demás, incluso sobre el propio dinero, los ordenadores o la alta tecnología, ese es el reloj. Nuestros ritmos de vida y nuestra economía (tanto personal como global) están subyugados por su ley y orden. Además, nunca cambia, sigue su marcha sin retroceso ni vacilación. Incluso, podríamos decir que nunca se estropea desde la invención de los relojes atómicos. Su dominio es tal que es lo primero que vemos cuando desbloqueamos esa herramienta todopoderosa que incluye todo nuestro mundo social y reúne todos los conocimientos que antes estaban en las bibliotecas o en nuestra propia memoria: el teléfono móvil. Y una vez más vuelve a tener una importancia capital en lo referente al cambio de año. También está presente en ese momento que tanto celebramos y recordamos, las campanadas en las que aprovechamos para deglutir las uvas.

"Ocurrió que en varios sitios de París, independiente y simultáneamente, se disparó sobre los relojes de las torres"

En un mundo tan cargado de vehementes debates políticos, sociales o culturales, cabe resaltar la figura e importancia de este objeto que antes llevábamos en la muñeca. Cuando te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te compran para el cumpleaños del reloj, dijo con gran acierto un escritor quien, por cierto, no llegó a vivir la época de los teléfonos móviles ni la alta tecnología. Somos siervos del dios Cronos, quien parece que cada vez va más rápido o ejerce su labor a trompicones porque ya se sabe que lo antiguo siempre vuelve y el futuro, en cambio, es una incógnita que genera angustia.

Foto: Fuente: iStock

Prueba de ello es la cantidad de libros de ensayo publicados recientemente que parten del famoso lied argumental de Hamlet, la obra inmortal de William Shakespeare: "el tiempo está fuera de quicio". Las reflexiones políticas, sociales, económicas o culturales más interesantes parten de la premisa de que nuestra sensación temporal se ha descoyuntado de su ritmo natural, de las horas y el tiempo marcado por las manecillas. Cualquiera que hable sobre temas transversales a estas disciplinas como vienen a ser la nostalgia, la era digital, las derivas ideológicas o el mundo laboral, asumen en un principio que vivimos en un tiempo que no nos pertenece o que funciona de manera independiente a la acción humana.

La instauración del horario universal

Algo tan abstracto como el tiempo resulta harto difícil de dominar. De hecho, la física nos dice que, en esencia, no es absoluto sino relativo. Pero hubo una época en la que, sin los avances tecnológicos de los que disponemos ahora, un grupo de hombres se pusieron de acuerdo para someterlo e intentar agenciarlo a la actividad humana. Tras la invención del ferrocarril, hubo que establecer una medida mucho más precisa de los momentos por los que pasaba la Tierra al dar una vuelta sobre sí misma. Había que controlar los tiempos de trabajo o las horas que se tardaba en llegar de un punto a otro del mapa. Y, sobre todo, estandarizar una medida de tiempo universal. Esto colocó a Londres en el centro del mundo, concretamente a un municipio situado al este llamado Greenwich. No en vano, la capital inglesa era el faro a seguir por el resto de países en todo lo concerniente al proceso de industrialización.

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Pero ya mucho antes de la adopción de un horario universal marcado por el meridiano de Greenwich hubo personas que se dieron cuenta de lo pernicioso que resultaba un objeto tan cotidiano como un reloj. "Cuando llegó el anochecer del primer día de lucha, ocurrió que en varios sitios de París, independiente y simultáneamente, se disparó sobre los relojes de las torres", escribió Walter Benjamin en sus Tesis de filosofía de la historia, hablando de la revolución de las barricadas ocurrida en julio de 1830 en Francia.

El reloj está en el debate político, a nivel institucional, después de que se empezara a hablar de una ley sobre "los usos del tiempo" este 2022

Los obreros de aquellos años se percataron de que algo muy malo había llegado para quedarse. El tiempo ya nunca sería medido a partir de la posición del Sol en el cielo, ni las estaciones se determinarían ya a partir del estado de las cosechas. En su lugar, un objeto centraría todo el poder de esta magnitud física. Debido a su naturaleza esférica, su gobierno de los cuerpos y del resto de objetos no tendría fin ni principio, pues de una forma matemática e inapelable, como explica el historiador Lewis Mumford en su fantástico libro El monasterio y el reloj, ejercía un movimiento circular, un eterno retorno continuo a esos números que aparecen a lo largo de la circunferencia que marcaron cuándo era la hora de empezar a trabajar, de coger un tren o de invertir en bolsa. Y así, todo el mundo comenzó a mirar los relojes compulsivamente y se instauraron normas en torno a ellos que perduran hasta nuestros días.

El reloj, a debate

En 2022, tres siglos después de que el reloj impusiera su control sobre las acciones humanas, el debate en torno al tiempo se ha acrecentado más que nunca. Experiencias como la cuarentena provocada por el coronavirus trastocaron nuestra sensación del paso del tiempo, a nivel humano y social. Pasar tanto tiempo encerrados tuvo un efecto en todas las áreas de nuestra vida que todavía hoy resulta difícil de explicar. La mayoría notó, como mínimo, una descompensación entre su reloj biológico (los ritmos circadianos) y el reloj artificial. Los horarios, sobre todo para aquellos que dejaron de trabajar de golpe, quedaron muy trastocados. Y en el aspecto laboral, fórmulas como la del teletrabajo, de la que tanto se especulaba y hablaba en épocas anteriores a la pandemia, se hicieron realidad para muchas empresas de un día para otro.

En el pulso cotidiano, en las próximas doce horas, está la llave del futuro. Y los tiránicos relojes siguen marcando el ritmo

Ahora que volvimos a lo que llamaban "nueva normalidad" y en la que la pandemia ha dejado de estar presente en nuestras vidas, al menos a nivel mediático, cabe reflexionar sobre esas experiencias individuales y colectivas que tuvimos en esos momentos, compararlas con las de ahora y, de algún modo, aprender de ellas para trazar una línea hacia el futuro. El reloj está en el centro del debate político, a nivel institucional, después de que se empezara a hablar de una ley sobre "los usos del tiempo" que permita una mejora de la conciliación familiar para los empleados. "Se espera que la Ley establezca mecanismos para poder adaptar la jornada dependiendo de las necesidades de cada trabajador", como rezan los medios que se han hecho eco de la propuesta, "racionalizando los horarios del trabajo y la valoración del teletrabajo, así como la limitación de la jornada partida". ¿Qué dirían los obreros del siglo XIX que atentaron contra los relojes ante esta perspectiva?

Foto: Batalla de Auterlitz (François Gérard, 1806)

Además, en los últimos meses se han empezado a testar programas de jornada de cuatro días para ver si una reducción de los tiempos de trabajo aumenta realmente la productividad de las empresas y el bienestar de los trabajadores. Todo parece indicar que el punto de vista sobre cómo usamos el tiempo parece estar cambiando, y con ello, el modo en el que vivimos. O al menos, la idea de cómo nos gustaría que fuera deseable la vida. Sea lo que sea que nos aguarde en 2023, el tiempo y los ritmos de vida que llevamos en torno a los relojes serán un tema a discutir.

Al fin y al cabo, la mayor parte de los esfuerzos destinados a imaginar una vida mejor, un futuro utópico más humano que este, se centran en medidas económicas destinadas a acabar con la desigualdad o en sociedades donde la alta tecnología ha irrumpido para liberarnos del yugo del trabajo. Pero la pregunta reside más en lo que hacemos cada día y lo que haremos al día siguiente. En el pulso cotidiano, en las próximas doce horas, está la llave del futuro. Y los tiránicos relojes siguen marcando el ritmo.

¿A qué hora esperas levantarte mañana? ¿Ya has activado el despertador?

Probablemente, lo primero que hagas nada más levantarte sea una tarea que ya tienes automatizada y que realizas incluso cuando estás despierto del todo: apagar la alarma del despertador. Del mismo modo, antes de apagar la luz y disponerte a entrar en los brazos de Morfeo, efectuarás el proceso inverso: establecer la hora a la que vas a abrir los ojos. Este acto recurrente que tenemos tan asumido es el que pone en marcha todo lo demás; a no ser que estés de vacaciones o tengas la suerte de no tener que vivir para trabajar, se repetirá día tras día, mes a mes, año a año.

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