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Una breve (y triunfal) crónica de cuando Napoleón mordió el polvo ante Galicia
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LAS BATALLAS DE BETANZOS Y ELVIÑA

Una breve (y triunfal) crónica de cuando Napoleón mordió el polvo ante Galicia

Durante la guerra de la Independencia, España se convirtió en la gran resistencia a las tropas napoleónicas gracias, en parte, a los gallegos y su heroica resistencia

Foto: Batalla de la Coruña, una pintura de Hippolyte Bellangé (1843, Wikimedia Commons)
Batalla de la Coruña, una pintura de Hippolyte Bellangé (1843, Wikimedia Commons)

“Hacen falta muchos medios para someter a España… este país y este pueblo no se parecen a ningún otro”.

Napoleón Bonaparte.

Hoy, con la perspectiva histórica y siempre sin ánimo de juzgarla, pues la realidad se sucede permanentemente hasta convertirse en hechos consumados; sabemos que España fue la gran tumba de las tropas napoleónicas. La Grande Armée, un argumento aparentemente incontestable con el que el Bonaparte nos quiso sojuzgar, combatió contra más de 300 grupos de guerrilleros desconectados entre sí, en una guerra no declarada por parte de los galos; el ejército español cogido a contrapié por la mayúscula “trola” invocada por las tropas napoleónicas, quedaría dispersado e incapaz de establecer una estrategia defensiva digna de tal nombre. La mayoría de sus mandos acabarían integrándose en la resistencia.

Esta contienda absolutamente asimétrica que, finalmente ganamos, nos hizo un roto histórico descomunal. Las pérdidas subyacentes hasta que conseguimos echarlos (no sin que antes expoliaran el país de cabo a rabo), como fueron la merma de los territorios de ultramar, la debacle económica posterior, el sinfín de viudas y huérfanos, más allá de las vidas de nuestros soldados... todo ello supuso probablemente una hecatombe que nos hizo entrar en el siglo XIX trastabillados de mala manera. Pues bien, mientras la Península ardía por los cuatro costados, los franceses habían hecho tabla rasa con Galicia en la que los desmanes y atropellos se sucedían a un ritmo endemoniado mientras la tropa-chusma incendiaba aldeas, pueblos, expoliaba despensas y graneros, violaba muchachas y ensartaba a los chiquillos como en la cruel represión de La Vendée.

Los gallegos son gentes taciturnas y de humor cáustico, muy labrados en la experiencia vital, de corte pacífico, con puntuales excepciones, e hijos de una tierra mágica y hermosa. Solo se alteran si invades su hermética burbuja personal o como aconteció con los subidos franceses, que fue el caso, si les tocas las partes pudendas. No es frecuente, o es casi inexistente, la literatura sobre los abusos de los galos en Galicia, pero estos, fueron enormes. El sufrimiento para la población civil en aquellas latitudes fue indescriptible y así se entiende la reacción de este pueblo tranquilo.

El orujo gallego, famoso en el mundo entero

En el año 1809, no se sabe con certeza la fecha exacta, pero se cree que fue en enero, ante el alzamiento de la cabreada población, el mariscal Henry Jomini envió a su lustrosa y atildada caballería, los Dragones de Marchand, a repartir cera, con tan mala fortuna que desato uno de los acontecimientos más enigmáticos de toda la Guerra de Independencia. Sus hombres en un sector de aldeas muy concreto en torno a Betanzos se volatilizaban sin dejar rastro. ¿Qué ocurría? Pues que el orujo gallego es famoso en el mundo entero. En una atípica ceremonia, en una misa dominical como otra cualquiera, los tonsurados, prendieron la ya corta mecha del cabreo de la atribulada población, aderezándola con algunas ininteligibles jaculatorias y unos arreones de queimada elaborada dentro de las paredes de los edificios sacros. A partir de ese momento, todo cambió en Galicia.

Aunque la batalla desembocó en un empate técnico, los ingleses en su retirada perderían una docena de barcos de transporte

En una acción combinada y perfectamente planificada, la guerrilla local en un ataque nocturno, se llevó por delante a aquellos 200 hombres que parecían trajeados por Armani. Nada se supo del armamento ni de los finiquitados. De hecho, a día de hoy no se ha podido dar con las claves de aquella misteriosa desaparición. No obstante, un cabo que debía de estar de guardia, pero al que su cuerpo le había llamado la atención para un asunto menor, se libró de la escabechina, pudiendo huir y dando parte de lo sucedido al coronel Girard. Tras las subsiguientes expediciones de castigo, el horrorizado mariscal Ney dio orden de tierra quemada y fusilamientos indiscriminados.

Foto: Ilustración de Cartagena de Indias, ocupada por los barcos holandeses. (Wikimedia)

Mientras avanzaban las ejecuciones y torturas a los desgraciados que se tropezaban con aquella hueste de desalmados, desde Viena llegaba un correo revelador. Un oficial francés enviaba un informe providencial en el cual reflejaba que las caballerías de aquellos Dragones habían sido localizadas en las cercanías de Rivadavia, a la altura de un recodo del río Miño y a más de 100 kilómetros del lugar de los hechos. El marqués de La Romana, católico confeso y hombre virtuoso desde la cuna (su madre ya le había dejado callo de tanto bendecirlo), se persignaba mientras los guerrilleros le relataban lo acontecido y entregaban las caballerías que les habían "levantado” a los franceses.

Las cosas se le torcían de forma irremediable al emperador francés. Un extraordinario militar escocés, de nombre John Moore, un controvertido verso suelto por sus arriesgadas decisiones, cayó durante la batalla de Elviña, en aquel tiempo una aldea próxima a La Coruña, combatiendo en primera línea. Una bala de cañón le desmonta del hombro el entero brazo izquierdo. Llevado a la ciudad, esa misma noche fallece sin que la docena de galenos que lo atienden puedan hacer nada por él. Su voluntad siempre fue la de ser enterrado donde cayera. Al conocer el mariscal Soult, tras entrar en La Coruña que su adversario había muerto, ordenó que le fuera erigido un monolito al difunto.

placeholder Entierro del general Moore, durante la batalla de Elviña. (George Jones, 1809)
Entierro del general Moore, durante la batalla de Elviña. (George Jones, 1809)

Aunque la batalla desembocó en un empate técnico, pues el número de caídos por ambas partes era similar, los ingleses en su retirada perderían una docena de barcos de transporte. Ambas partes darían por bueno el resultado salvando el honor. Como al corso no le pareció bien que Soult no rematara a los ingleses en su huida lo llamó a capítulo para leerle la cartilla. No retornaría a España nunca jamás. Vigo y La Coruña se levantarían en armas al igual que lo había hecho antes Móstoles, y así, los gallegos comenzarían su particular reconquista. Doscientos cadáveres yacen en algún monte de Galicia por equivocarse de destino.

“Hacen falta muchos medios para someter a España… este país y este pueblo no se parecen a ningún otro”.

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