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Don Fadrique Álvarez de Toledo: un héroe humillado por un sujeto sin luces
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Un valido banal

Don Fadrique Álvarez de Toledo: un héroe humillado por un sujeto sin luces

Ya apuntaba maneras cuando, de mozo, con una pequeña vara de tilo, diseñaba estrategia y golpes tácticos en los océanos imaginarios que poblaban sus sueños

Foto: Fuente: Wikimedia
Fuente: Wikimedia

La soberbia es la máscara de la ignorancia.

(Anónimo)

A veces, la idiocia, para impresionar, se viste de etiqueta, pero es tan evidente como imposible de ocultar. Esta carencia, más propia del narcisismo, suele ir mal acompañada y con frecuencia, va de la mano de la arrogancia; que no deja de ser una manifestación de debilidad, algo así como un temor secreto hacia quien te pueda hacer la sombra; vamos, como los golpes de pecho de un gorila ante la afirmación de su autoridad.

Don Fadrique Álvarez de Toledo, al igual que otros grandes marinos como Blas de Lezo, Urdaneta, Pedro Mesía de la Cerda, Luis de Córdova y un innumerable etc., que tanto prestigió a nuestra Armada; ya apuntaba maneras cuando de mozo, con una pequeña vara de tilo diseñaba en las arenas de Positano, una playa próxima a Nápoles de donde era natural, estrategia y golpes tácticos en los océanos imaginarios que poblaban sus sueños; cuando de repente se hizo mayor, descubrió la distancia entre lo soñado y la realidad.

Foto: Lope García de Salazar (Fuente: Wikimedia)

En la España de las historias feas, es frecuente encontrar acérrimos practicantes, o devotos más bien, del Síndrome de Procusto. Hoy veremos como un soberbio acomplejado con malas pulgas, puede poner contra las cuerdas a todo un honorable almirante.

Muchos grandes marinos de la España heroica, hicieron verbo con el aforismo menos, es más. El caso del Glorioso es palmario; la defensa de Cartagena por Blas de Lezo ante el incompetente Vernon es otra de órdago; el Tornaviaje de Urdaneta, un suma y sigue.

Siendo un precoz capitán general de la Armada, al concluir la Tregua de los Doce Años (Guerras de Flandes) con nuestros hoy socios de los Países Bajos, don Fadrique; tal que un 10 de agosto de 1621, transitando el Mediterráneo occidental, en las cercanías de Gibraltar, él y su hueste de marinos, avistaron una treintena de galeones holandeses y una cohorte de navíos menores. Aun siendo manifiestamente inferiores, la escuadra del español, apresó y hundió la mitad de los buques de aquellos desdichados. Si de algo podía enorgullecerse aquel enorme marino, era de que el entrenamiento de su tropa era de primera; vamos, que iban con el automático puesto.

placeholder El conde-duque de Olivares (Wikimedia)
El conde-duque de Olivares (Wikimedia)

Pero las victorias se iban sucediendo, al tiempo que la envidia del valido conde-duque de Olivares le tomaba ojeriza en un crescendo preocupante ya que, don Fadrique, era la horma del zapato del estirado y pretencioso “primer ministro” del rey Felipe IV que, como es sabido, era un feroz practicante de la doctrina horizontal (casi cincuenta churumbeles se le adjudican según las “porras” de la época que venían a ser más fiables que las crónicas peloteras de la Corte); era un fornicador impenitente.

Al parecer, una de las agarradas más comentadas entre el marino y atildado valido, venía de que al segundo le gustaba mandar sin parar, esto es, a diestro y siniestro; el crápula estaba muy necesitado de afirmar su poderío. Sucedía que la Armada estaba con el agua al cuello por cuestiones presupuestarias y el almirante estaba cabreado por la falta de atención y mantenimiento de sus barcos, hasta el punto, de que él mismo de su pecunio, pagaba la munición para mantener en forma a sus devotos marinos. Claro está, que el primero se opuso a hacerse a la mar en esas condiciones. El monarca, interpelado sobre este tema y habida cuenta de la conducta del díscolo marino; – en un descanso de su ajetreada vida sexual -, determinó que era censurable este comportamiento, mientras volvía a la “faena”.

Como la cosa estaba calentita y para evitar que fuera a mayores; la sensata María Inés Calderón le aconsejó a su estajanovista amante que la cosa quedara en un apercibimiento y así, todos tan contentos. Pero al conde duque no le satisfizo la salomónica decisión y se juró a si mismo que más adelante se vengaría con creces del levantisco.

placeholder Felipe IV (Wikipedia)
Felipe IV (Wikipedia)

En 1624, cuando la primavera arrancaba, los holandeses volvían a dar la lata y esta vez, más crecidos. No hay que olvidar que, en esos momentos, de la mano de nuestra nación hermana, Portugal, configurábamos la Unión Ibérica (1580 – 1640). Como los muchachos de los Países Bajos eran unos afanadores contumaces, pretendían expropiar la entera industria del azúcar radicada en Brasil, y así, de paso, hacerse con el jugoso monopolio luso de la caña de azúcar. Total, que don Fadrique se volvió a cabrear, desembarcó a sus infantes de marina y la plaza de San Salvador capituló. Contento el monarca, le dio un importante dispendio que el marino invirtió en adecentar sus barcos. Pero, este nuevo éxito, parece ser que no sentó muy bien al atildado conde – duque que fue sumando agravios.

La cosa no acaba ahí

En el año 1633 Felipe IV le nombro gestor de los asuntos reales. Mientras Olivares se subía por las paredes, el almirante se afanaba en poner en orden el guirigay contable de su majestad. Entonces, al valido se le ocurrió ponerle en un brete para poder humillarlo de nuevo. Lo intentó enviándolo a Pernambuco, literalmente, y el marino se negó, alegando que los asuntos del rey eran más importantes y que las naves no aguantarían en las deterioradas condiciones en que estaban, un viaje de esa magnitud. Por las mismas, el valido le metió el dedo en el ojo, recordándole que se había hecho rico y con honores gracias a las mercedes del servicio. Don Fadrique le señalo entonces que él no era un “poltrón”. Olivares, que era un elemento de la naturaleza, no soportó la invectiva y tras un consejo de guerra lo condenó a una vida de penurias.

Foto: Ilustración de Cartagena de Indias, ocupada por los barcos holandeses. (Wikimedia)

Don Fadrique, enfermó de gravedad en prisión y al año siguiente falleció sin conocer la sentencia. El conde-duque prohibió el entierro público del marino y cualquier señal de reconocimiento incluido el acompañamiento del cadáver. Sin embargo, una gran comitiva, lo siguió discretamente a distancia. Con el tiempo, Felipe IV se arrepentiría, reconociendo y honrando la merecida fama del mejor marino español de su tiempo restituyendo los bienes incautados a su viuda e hijos y otorgándole honores y títulos.

P.D Agradecimientos al Capitán de Navío Eduardo Bernal Gonzales-Villegas por la información de soporte del presente artículo. De la interpretación de los hechos solo es responsable el escribano.

La soberbia es la máscara de la ignorancia.

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