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La universidad del futuro: así está cambiando el entorno educativo para adaptarse a las necesidades actuales
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La universidad del futuro: así está cambiando el entorno educativo para adaptarse a las necesidades actuales

Espacios colaborativos, zonas verdes, última tecnología… Tanto la configuración del ambiente como los servicios tienen un efecto en el desempeño de los estudiantes. Hablamos con los expertos para conocer qué debe tener un campus universitario

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Foto: cortesía.

La configuración del espacio tiene un efecto sobre las personas que lo habitan. Cada vez hay más evidencia de que aspectos como la iluminación, el color o la distribución pueden mejorar o empeorar el estado de ánimo, favorecer la tranquilidad -o el estrés-, promover la concentración o generar caos, entre muchos otros. Tanto es así, que la neuroarquitectura defiende que el entorno cambia la conducta y puede llegar a modificar el cerebro.

Este impacto toma especial relevancia cuando se trata de lugares dedicados al estudio o al aprendizaje, pues su diseño afecta directamente al rendimiento de los alumnos. Pero más allá de que sea un espacio cómodo, bien organizado o luminoso, es fundamental que se ajuste a las necesidades actuales y no al contrario, teniendo en cuenta los avances tecnológicos y también los nuevos usos del espacio según cada generación.

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Todo ello supone un reto, especialmente en el caso de las universidades, a las que los alumnos llegan con un estilo de aprendizaje previo -que cambia cada pocos años- y que influye en su forma de utilizar las instalaciones. ¿Cómo están evolucionando los campus para adaptarse? Hablamos con Irene López, directora de Espacios e Infraestructuras de la Universidad Francisco de Vitoria, cuyo trabajo es, precisamente, conseguir que los espacios sean vividos por los alumnos. “La universidad debe estar viva y adaptarse a las necesidades de los estudiantes. Antes, solo existían las aulas y las bibliotecas de silencio absoluto; ahora, también hay zonas de trabajo colaborativo, salas de investigación, espacios comunes en los pasillos. El aula está en constante evolución, y el laboratorio ya no es solo el de experimentales”.

Todo esto viene marcado, en parte, por el estilo educativo anterior, explica López. “Nuestros estudiantes provienen de los colegios o institutos y cualquier cambio en la metodología o en la forma de aprender y trabajar en el aula afecta su formación universitaria. Si un estudiante ha estado trabajando en proyectos en su colegio o instituto, no tiene sentido llevarlo luego a una clase magistral tradicional. Cada vez que cambia la metodología, esto se refleja en el entorno".

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Foto: cortesía.

Las clases de una hora y media en la que los profesores hablan y los alumnos escuchan son, prácticamente, cosa del pasado. “En la actualidad, las clases son muy colaborativas y están centradas en proyectos, por lo que es fundamental adaptar los espacios para que los estudiantes puedan integrarse y recibir la formación de manera efectiva. Por ello, diferenciamos entre espacios más prácticos o colaborativos y espacios más teóricos, todos equipados con tecnologías modernas. Disponemos de monitores, cámaras, sillas con ruedas, y se realizan clases online cuando los profesores están fuera. Los espacios también se adaptan para presentaciones, permitiendo que los estudiantes muestren su trabajo a todos sus compañeros., señala.

Además, desde el departamento de infraestructuras de la universidad crean espacios y después observan el uso que los estudiantes hacen de él. “Es prueba y error. Vemos cómo se mueve el alumno y estudiamos el porqué para modificarlo. Generamos el lugar, pero también buscamos dónde al alumno le gusta estar”, indica.

La importancia de favorecer el encuentro

Cuando le preguntamos a López cuáles considera que son los espacios imprescindibles en cualquier universidad, su respuesta es clara: “Aparte de las aulas, que es lo obvio, los lugares donde el alumno se encuentra con otros, ya sea para trabajo o para ocio. Esas zonas que a veces parecen de paso, pero que en realidad el alumno utiliza y necesita”.

En este punto también coincide el arquitecto Felipe Samarán, director del Grado en Arquitectura de la Universidad Francisco de Vitoria quien indica que “el aprendizaje más significativo en muchas ocasiones ocurre fuera de las aulas, en esos lugares donde se producen infinidad de momentos de encuentro informal. Meditación, estudio, conversaciones, debate, cultivo de la amistad, trabajo en equipo, comidas, ejercicio físico, descanso, contemplación, disfrute de la naturaleza… Un campus que solo tiene aularios y que no fomenta la vida universitaria es un lugar incompleto”.

placeholder Sesiones fuera de las aulas. (Foto: cortesía)
Sesiones fuera de las aulas. (Foto: cortesía)

Así, en la Universidad Francisco de Vitoria “todos los lugares están creados para provocar el encuentro, no solamente con los compañeros de la misma disciplina, sino también de otras. El espacio es transversal, como si fuera una asignatura que tienen todos los alumnos independientemente de lo que estudien. Se busca que tenga contacto con muchos otros alumnos y se hacen actividades para que puedan participar”, señala López.

Samarán añade que “no basta con juntar a los maestros con los alumnos, hay que conseguir que la universidad sea el espacio de búsqueda de la verdad, el bien y la belleza de un modo comunitario”, sentencia. Con ese objetivo disponen del Dot, que es un espacio en el que el profesor puede llevar a los alumnos para que interactúen entre ellos de forma mucho más distendida que en el aula.

La arquitectura al servicio del aprendizaje

"Cada intervención arquitectónica, urbanística o paisajística que se viene haciendo en la Universidad Francisco de Vitoria desde hace casi veinte años pretende ofrecer espacios singulares donde puedan pasar cosas irrepetibles en otro sitio gracias a que somos una comunidad en búsqueda de la verdad”, afirma Felipe Samarán. En el campus, con 22 hectáreas de superficie, se ha buscado fomentar y albergar el aprendizaje, proporcionando diferentes lugares tanto interiores como exteriores.

Sus edificaciones han sido diseñadas por arquitectos de prestigio nacional e internacional, como Alberto Campo Baeza -que creó el centro deportivo- o Emilio Tuñón -autor de la biblioteca-, ambos Medalla de Oro de la Arquitectura CSCAE, o el rectorado y nuevo aulario actualmente en proceso de Bjarke Ingels, Premio europeo de Arquitectura 2010 y premio Mies Van der Rohe 2009. Todo ello en un entorno paisajísticamente cuidado por el estudio Citerea fundado por Carmen Añón, medalla de Oro de la Comunidad de Madrid 2024, dirigido por Ana Luengo y Coro Millares.

placeholder Campus UFV. (Foto: cortesía)
Campus UFV. (Foto: cortesía)

El objetivo es que los alumnos hagan vida en el campus, más allá de recibir sus clases y marcharse a casa. Para ello, cuentan con más de 2.000 plazas de restauración en 8 restaurantes, y 4 terrazas atendidas por food trucks distribuidos por todo el campus, que están abiertas todo el día. Disponen de un gran gimnasio, piscina olímpica, centro de fisioterapia y rehabilitación, polideportivo multifuncional con aforo de hasta 1.600 plazas para eventos de todo tipo, un complejo de pádel cubierto, dos campos de fútbol 11 y rugby, un cinturón perimetral de pistas deportivas, una capilla con aforo para 600 personas, un centro de congresos, un anfiteatro ajardinado con escenario y aforo de 1600 plazas, un graderío vertical exterior de estudio y estancia, un edificio de comunicaciones con platós de televisión, radio y una redacción. También cuentan con una sucursal bancaria, un centro de emprendimiento, otro de simulación clínica e, incluso, una autoescuela.

“Lo maravilloso de la universidad es que desde que llegas por la mañana hasta que te vas por la noche has podido asistir a clases, desayunado o comido, practicado deporte, pasado tiempo con tus amigos, trabajado con tu equipo, e incluso realizar tus clases teóricas o prácticas de conducir” explica Irene López. Y Samarán añade “la universidad debe ser un espacio donde apetezca estar, y donde la vida sea más intensa y fértil que estando uno solo”. Así, el campus -y no solo las aulas- se convierte en un lugar de preparación para que los alumnos afronten los retos del mundo profesional con madurez y criterio propio.

La configuración del espacio tiene un efecto sobre las personas que lo habitan. Cada vez hay más evidencia de que aspectos como la iluminación, el color o la distribución pueden mejorar o empeorar el estado de ánimo, favorecer la tranquilidad -o el estrés-, promover la concentración o generar caos, entre muchos otros. Tanto es así, que la neuroarquitectura defiende que el entorno cambia la conducta y puede llegar a modificar el cerebro.

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