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  1. Cultura

Max Music y los salvajes 90

"Me gasté tus millones en prostitutas y puros": el negocio cañí más macarra y lucrativo

Cómo una pequeña discográfica catalana se convirtió en la más pujante del país a golpe de pelotazos, picarescas... y palizas. Auge y caída del negocio del baile

Ricardo Campoy en una imagen del documental.

"Más potencia, pide pista, que despego. Ponte en órbita en las fiestas fiestas fiestas fiestas locas como esta. Vi vi vi-va la viva. Vi-vi-viva la fiesta". ¿Quién no ha berreado esto alguna vez en una fiesta patronal? Intérprete del himno: Paco Pil.

Comentario en Youtube sobre una actuación de Paco Pil en la tele noventera: "¡Madre mía, qué recuerdos! Cuando ingresé en los Paracas en Murcia en el 93 esto era el himno de la fiesta nacional". En plena explosión del techno como herramienta para no pasar por casa de viernes a lunes, y con la prensa tratando a la Ruta como un problema de orden público, Paco Pil surgió como una versión digerible del sonido mákina, pero sus guiños al Bakalao en el prime time televisivo familiar aún dejan ojipláticos: en una gala de José Luis Moreno, Pil irrumpió en escena en un bólido tuneado con simbología ácida —homenaje a los parkings de las discotecas como epicentro del desfase juvenil nacional—. Pil poniendo patas arriba a un público pureta cuya idea del desfase televisivo todavía eran las piruetas de Norma Duval y los chistes procaces de Rockefeller y Monchito... Historia de España.

Vi-vi-viva la fiesta… pero también el drama, porque donde estaba Max Music, sello de Pil y otros pepinazos bailables de la época, los guantazos y los lloros estaban garantizados. Y el dinero, toneladas de dinero…

En esa misma época, el sello independiente Death Row Records metió el turbo industrial al hip hop con artistas como Doctor Dre y Snoop Doggy Dogg. Pero cuanto más éxito tenía, más violento se ponía su dueño, Suge Knight, quizá porque el trozo de pastel a defender era cada vez más grande. Lo siguiente fue un quilombo autodestructivo de extorsiones, tiroteos y cárcel que implicó a Auge, a sus artistas y a los raperos rivales de la otra costa. Una guerra que forma parte de la mitología musical estadounidense.

Pues bien: Max Music es la versión celtibérica de esta historia, donde los afroamericanos con cadenas de oro son sustituidos por pinchadiscos de la periferia y, sobre todo, por dos jóvenes empresarios catalanes desahogados: Miguel Degá y Ricardo Campoy. Dos pícaros emprendedores que no hacían prisioneros, dispuestos a asaltar la industria musical por las buenas o por las malas. De la pista de baile (el boom de las recopilaciones Max Mix) a la crónica negra, de la innovación al sicariato. La odisea de Max Music —refrescada ahora por el documental Megamix brutal (TV3, RTVE, El Barrio)— es más grande y delirante que la vida.

Dato: Paco Pil tiene 24 bolos los próximos meses. "He llevado la bandera de Valencia a lo más alto", dice. En pleno revival de todas las variables cañeras del techno, hablamos con Paco Pil de los años frenéticos de Max Music.

PREGUNTA. ¿Por qué sacaste tu primer disco en Max Music? ¿Fuiste tú a por ellos o ellos a por tí?
R. Yo pinchaba en un after de Barcelona, pero lo dejé por movidas con los skins. Luego me puse a pinchar algo más mainstream en la discoteca Barcalles, donde venía Toni Peret, uno de los DJ de Max, empeñado en que grabara un disco con ellos. Yo no me veía grabando nada, pensaba que Toni solo quería sacarme copas gratis, pero no, acabamos grabando... a escondidas.

P. ¿Y eso?
R. Tras triunfar con los Max Mix, el sello estaba en una fase más comercial, haciendo cosas como Duro de pelar (Rebeca) y Tú piel morena bajo la arena (Viceversa), yo era más cañero, de Nitzer Ebb. Lo que hizo Peret fue grabarme Viva la fiesta en el estudio del sello, pero a escondidas de sus jefes, pensaba que serían más fáciles de convencer con la canción en la mano.

P. ¿La letra de Viva la fiesta se resistió o salió a la primera?
R. Demasiado a la primera.

P. Siga...
R. Grabamos la base entre semana y quedamos que traería la letra al lunes siguiente, pero se me fue el fin de semana de las manos… Me acordé justo antes de volver al estudio, en un after. Escribí la letra mientras pinchaba, entre disco y disco, en una caja de J&B [nota del redactor: si algún día se abre un museo de la electrónica en España, esa caja de J&B con la letra de Viva la fiesta escrita en boli, debería exponerse como objeto estrella, la Piedra Rosetta del desbarre].

P. Magnífico. ¿Les gustó?
B. Bueno, llegué al estudio con la letra, pero tras tres días de fiesta, y Campoy nos pilló grabando de tapadillo. "Este es Paco Pil", le dijeron.

P. Buena tarjeta de presentación.
R. La mejor.

"¿Te he hecho ganar 200 millones de pesetas y ahora no quieres gastarte 2 millones en mi disco?"

P. La canción fue un éxito.

R. Sí, pero poco a poco. Las radios no la quisieron radiar, pero tras meses de boca a boca en afters y discotecas, saltó a la radio, triunfó y grabamos un disco entero, Energía positiva.

P. Fueron sus mejores meses en la compañía, pero todo estaba a punto de saltar por los aires, ¿no?
R. Sí, diferencias de criterio con el segundo disco. Ellos querían que hiciera lo mismo que había funcionado bien, pero les propuse hacer un disco de versiones de los ochenta —Parálisis Permanente, Alaska, Radio Futura o Golpes Bajos— con la colaboración de los artistas. Yo había crecido oyendo a esos grupos. Pero para hacer ese disco, la compañía tenía que invertir un poco, y aunque ganaban dinero a lo bestia, no estaban por la labor. La cosa se fue calentando. Le dije a Degá: ¿Te he hecho ganar 200 millones de pesetas y ahora no quieres gastarte 2 millones en mi disco? Me miró a los ojos, mientras daba una calada a un puro, y me dijo con acento catalán arrogante: "Els diners que m'has fet guanyar m'ho he gastat en putes i purs" (el dinero que me has hecho ganar me lo he gastado en putas y puros).

P. Ya veo. ¿Qué hiciste?
R. Le metí una hostia.

P. ¿En serio?
R. Sí, sí, le metí la mano. Sus dos matones me sacaron de la oficina arrojándome por la puerta. Tal cual. Ahí acabó mi carrera en Max Music.

El golazo

Miguel Degá y Ricardo Campoy solo eran dos veinteañeros flipadetes a los que les gustaba el baile e iban por las discotecas de Barcelona vendiendo vinilos de italo disco. Cuando fundaron Max Music, no eran nadie, pero querían serlo todo. El pelotazo arrancó con un disco de mezclas: el Max Mix. Ahora parece de cajón, pero, a mitad de los ochenta, la idea de un DJ mezclando los éxitos de baile del momento era algo rupturista. El primer Max Mix fue una mezcla de italo disco, tecno-pop y eurodisco remachado con los pinchas scratcheando. Labor 100% casera: entonces, los efectos aún se hacían cortando y empalmando casetes.

A las varias ediciones del Max Mix, con millones de discos vendidos, le siguieron sagas como Máquina Total, Ibiza Mix o, ejem, Currupipi Mix, en una batalla cruenta por la remezcla más vendedora con el sello Blanco y Negro. El primer disco mezclado del país, de hecho, fue de Blanco y Negro, el Studio 54 de Raúl Orellana. Aunque hacer suyas ideas ajenas fue típico de Max Music —cuando no querían pagar derechos por las canciones de sus recopilatorios, las sustituían por versiones parecidas hechas en su estudio— nadie explotó el nuevo nicho de mercado como ellos.

Portada del primer Max Mix.

Los grandes de la industria musical, en su edad de oro tardía, no entendían cómo un pequeño sello barcelonés les mordía un trozo cada vez más grande del negocio...

"Había semanas en las que Madonna y Michael Jackson eran los más vendidos en todo el mundo… menos en España, donde el número uno era un recopilatorio de baile de nombre extraño. Los anglosajones flipaban. Las multinacionales se preguntaban qué coño estaba pasando en España. Era como cuando una película de bajo presupuesto adelanta en taquilla a un blockbuster de 200 millones de dólares. Max Mix fue un producto muy made in Spain", cuenta el periodista David Cuevas, autor del libro Toni Peret y sus herman@s en el ritmo: Historia, ocio y negocio de la música de baile en España.

Detrás del primer Max Mix estuvieron tres jóvenes DJ: Javier Ussía, Mike Platinas y Xavi Aymar, creador de las portadas de la saga. "Max Music lanzó un concurso en el que el premio era grabar un disco mezclando canciones de la casa y 100.000 pesetas. Su idea era: si se presentan 1000 DJ y compran 15 maxis nuestros para hacer la mezcla, pues 15.000 discos que vendemos ya de entrada. Grabamos la maqueta para el concurso en un fin de semana, mientras pinchaba en una discoteca en el puerto de Pollensa (Mallorca)", recuerda Javier Ussía, el hombre que se partió la cara para que Max Music no les pasara por encima. Hablamos con él.

El DJ y productor Javier Ussía.

PREGUNTA. ¿Qué pasó cuando ganasteis el concurso del primer Max Mix?
RESPUESTA. Que empezaron los problemas…

P. ¡Vaya!
R. Sí, de pronto, ya no eran 100.000 pesetas y grabar un disco, sino 100.000 pesetas o grabar un disco, clásica liada de Max Music. Fue el primero de muchos engaños.

P. ¿Cómo lo llevasteis?
R. Mira, en esa época, cuando me tocó renovar el DNI, puse de profesión: disk-jockey. El policía me dijo que no sabía qué era eso, y me puso montador musical Lo que quiero decir es que la música de baile estaba aún en pañales, pero nosotros éramos chavales de barrio humilde que nos moríamos por grabar un disco, así que renunciamos a las 100.000 pesetas.

P. Dices que fue solo el primer engaño.
R. El Max Mix 1 vendió más de 100.000 copias, pero nos pagaron 11.000. El segundo vendió 500.000. No cobramos nada.

"El Max Mix 1 vendió más de 100.000 copias, pero nos pagaron 11.000. El segundo vendió 500.000. No cobramos nada"

R. ¿Nada?

R. Cero. Nos fuimos de Max Music porque no nos pagaban. El acuerdo era que nos llevábamos 50 pesetas por disco vendido, calcula lo que nos sisaron [unos 30 millones de pesetas; 634.000 euros al cambio y teniendo en cuenta la inflación]. Tengo la sensación de que no nos pagaban porque, con el subidón del primer arreón de ventas, Degá y Campoy se pusieron a comprarse coches y casas como locos y se quedaron temporalmente sin liquidez. Nos trataron de manera deleznable, nos ningunearon, aunque les habíamos hecho ricos. Forjaron un imperio a base de explotar a personas como nosotros. Éramos unos pardillos. Estábamos verdes. Tuvimos que ponernos las pilas a nivel empresarial a base de recibir palos. Aquello era una piscina de tiburones, y no hablo solo de Campoy y Degá.

R. ¿De quién más?
R. De la escena catalana independiente de sellos de baile en general. Nos engañaron muchas veces con las ventas y los pagos. Salvo honrosas excepciones, la política de los sellos era la del coge el dinero y vuela. Puro negocio especulativo. La cosa fue degenerando. La explotación que hizo Max Music del Max Mix fue de vergüenza ajena. Sacaron recopilaciones como Currupipi Mix o Bombazo Mix… con una foto de un falso Aznar, que acababa de sobrevivir a un atentado de la ETA. Una cosa grotesca. Deterioro total.

P. ¿Cómo rompieron con Max Music?
R. Cuando les dije que nos íbamos del sello, Degá llamó por teléfono a casa de mi madre para decirme que o grababa el tercer Max Mix con ellos o me mandaba a unos matones a romperme las piernas.

P. ¡Qué bonito! ¿Qué pasó después?
R. Cuando rompemos con el sello, nos pusimos a grabar nuestro propio disco —Max Mix que nunca— a toda velocidad, para adelantarnos al tercer Max Mix. En mi opinión, Max Mix que nunca es el mejor disco de la saga. Arrancó como un cohete, con 40.000 copias vendidas en una semana, pero no pudimos sacar más, porque Blanco y Negro nos mandó a la policía con una cautelar para parar la venta del disco [no estaba claro quién tenía los derechos en España de las canciones que sonaban en el disco, si Blanco y Negro o el sello italiano con el que habían pactado Ussía y Platinas]. Si la justicia no nos para los pies con el disco, hubiéramos competido de tú a tú con Max Music y Blanco y Negro los siguientes años, y probablemente ahora tendríamos mucho más dinero en el banco.

Portada del 'Max Mix que nunca'.

P. Pese a las desavenencias con Max Music, vuestra carrera como pinchadiscos fue creciendo, ¿verdad?
R. Sí, yo giré a cuatro platos con Platinas por toda España. Teníamos dos o tres bolos por semana. A 100.000 pesetas cada uno. Grabamos un exitoso Max Mix de Hombres G… boicoteado por los 40 principales en Barcelona contra el criterio de la emisora a nivel nacional.

P. ¿Por?
R. El coordinador de los 40 en la ciudad estaba en nómina de Max Music, se decía que le habían comprado un chalet. Una cosa tremenda. Le acabaron echando de la emisora. No hay que olvidar que en las oficinas de Max Music había una foto del staff disfrazados como El Padrino. Fue una idea de Degá para acongojar al que pasara por allí.

P. No tienes buenos recuerdos de Degá…
R. Era un impresentable. Se sentía por encima del bien y del mal.

La extraña pareja

En una entrevista en el podcast Entremixtando, Campoy despachó así el tema de los recortes a los DJ del Max Mix: el éxito del disco aumento los gastos de la compañía en "promoción, viajes o licencias", lo que obligó a reformular lo pactado. "Las promesas económicas se pueden renegociar cuando las condiciones cambian. Les dijimos: si antes ibas a cobrar cinco, ahora cobrarás tres. Esto es una cosa que ha existido toda la vida... Si es cierto que quizá lo hicimos mal, a lo salvaje, por decirlo de alguna forma. Igual no tratamos a Ussía y Platinas con el respeto que merecían... Les dijimos: lo tomas, lo dejas o te vas a tomar por culo. Eso fue lo que pasó", zanjó Campoy.

A lo salvaje. Territorio comanche.

Lo que está claro es que la gestión empresarial de Max Music estuvo marcada por la ambición y el carácter de sus fundadores, con el "todo por la pasta" por bandera, según Cuevas, pero con los roles divididos para lograrlo: poli bueno (Campoy)/poli malo (Degá) y método del palo y la zanahoria. "Cuándo escuchaban una maqueta nueva, de primeras, siempre decían a sus DJ que era una mierda, obligándoles a echar tropecientas horas extras, a trabajar los fines de semana, a llevarse los colchones para dormir en el estudio. Entonces, Campoy y Degá aflojaban. En realidad, igual la maqueta les había encantado de entrada, pero su manera de llevar la empresa era esa", asegura Cuevas.

En Max Music había explotación laboral, por tanto, pero también paternalismo lucrativo si aguantabas el tirón: en las cenas de Navidad, Degá y Campoy llegaron a repartir a sus DJ sobres de 1 millón de pesetas de aguinaldo (unos 12.000 euros al cambio), recuerda Cuevas en su libro. Varios de los DJ de la compañía acabaron teniendo cochazos, pero, como hemos visto, el reparto de las ganancias siempre fue entre arbitrario y delictivo.

Portada del 'Bombazo Mix'.

El tortazo que le pegó Paco Pil a Miguel Degá es singular porque, aunque era normal que las diferencias en la compañía se resolvieran a tortas, normalmente el que atizaba era Degá. A un gerente del que se sospechaba que tenía las manos largas, Degá le metió personalmente una paliza, mientras su socio (Campoy) miraba hacia otro lado, recuerdan varias personas que pasaron por allí. Otras veces, Degá contrataba matones para resolver temas variopintos, de deudas a problemas de aparcamiento. "Campoy al menos ha admitido que fue cómplice necesario de Degá", asegura Ussía. En efecto, Campoy se muestra arrepentido en el documental de no haber parado antes los pies a su socio, pero como Max Music ganaba mucho dinero —en el garaje había bólidos cada vez más cantosos, se abrieron oficina en Miami, etc.— y Degá era resolutivo, todos se hacían los suecos. Hasta que el macarreo acabó devorando a la empresa...

Ojo a la escalada. 1) Degá y Campoy tarifan. 2) Campoy se va de Max Music. 3) Degá demanda a Campoy por llevarse dinero de la compañía. 4) Degá contrata a unos sicarios mexicanos para secuestrar a Campoy, pero se equivocan de hombre (secuestraron durante unas horas a uno de los DJ históricos de la casa, José María Castells). Gran chapuza. 5) La policía detiene a Degá y la justicia le condena a prisión. 6) Degá se escapa de la cárcel aprovechando un permiso y nunca más se supo.

Pero volvamos al momento previo a la implosión interna. Degá y Campoy, según Cuevas, "tenían lo que ahora se llamaría una relación tóxica", pero en la que las emociones estaban a flor de piel, como recuerda alguien que trató con los dos y prefiere no dar su nombre. "A ver, estos tíos eran los mejores amigos desde el colegio, cada uno era el padrino de los hijos del otro, eran uña y carne, la ruptura fue traumática".

Campoy, que ha declinado participar en este reportaje, cuenta en el documental que Degá se estaba poniendo demasiado chungo, que no tuvo más remedio que irse y que él se hizo un "autopréstamo" para fundar una nueva (Vale Music). Como Degá lleva años en paradero desconocido, no podemos preguntarle su opinión, pero sí a su entorno: "Mandarle a alguien unos matones nunca está justificado, pero Campoy se fue de Max Music vaciando las cuentas y llevándose a los DJ y otros trabajadores (diez en total). Es fácil acusar a Degá de ser el malo de la película, pero Campoy tampoco era un angelito. Al pobre Miguel le dejó en bolas. Fue una gran putada".

Degá demandó a Campoy por llevarse 75 millones de pesetas de Max Music (unos 900.000 euros al cambio y teniendo en cuenta la inflación). "El dinero que había en caja", recuerda un ex empleado. Pero la paciencia nunca fue el fuerte de Degá y la cabra tira al monte: acabó recurriendo a unos gorilas para recobrar lo que pensaba que era suyo (modus operandi que, como ya hemos visto, no le era ajeno). Según fuentes judiciales de la época, el solapamiento de ambos procesos —vaciado de cuentas e intento de secuestro— acabó perjudicando a Degá: "Era muy evidente que Campoy se había llevado irregularmente el dinero de Max Music, parecía un caso fácil de ganar, por delito societario, pero tras convertirse Degá en el enemigo público número uno, los tribunales dejaron caer el tema del dinero. Sin matones de por medio, quizá Campoy hubiese sido condenado y su carrera no habría acabado ahí".

"Era la España de los noventa, la de Jesús Gil, la de una cosa nostra 'low cost', cutre pero fascinante y que generó mucho dinero"

Pero lo que pasó con Campoy fue justo lo contrario: estaba a punto de hacerlo otra vez, birlarle el negocio del siglo a las grandes compañías musicales. En poco tiempo, Vale Music se convirtió en el sello que más discos vendía de España. ¿Cómo lo logró?

Contexto: la guerra en Max Music coincidió con el inicio de la crisis estructural en la industria musical por la llegada de internet, la bajada de las ventas de discos y la contracción del negocio de los sellos. Esta recesión general, sumada a la batalla en Max Music —con sus demandas cruzadas, sus agresiones sin balón y sus trapicheos sin fin difundidos a bombo y platillo por la prensa de la época— hubiera acabado con cualquiera, pero no con Ricardo Campoy, capaz de reinventarse y meter el mayor golazo de su vida cuando la industria empezaba a temblar.

Los concursantes del primer 'Operación triunfo'.

Aunque Vale Music arrancó con más de lo mismo, lanzando recopilatorios como Caribe o Todo éxitos, acabó fagotizando un nuevo nicho de negocio televisivo. Calentó motores recopilando las canciones que sonaban en Crónicas marcianas, que a su vez publicitaba sus discos ante una audiencia gigantesca. Luego llegó la banda sonora de Gran Hermano. Negocio redondo también, pero una broma comparada con lo que estaba por venir. Con la tormenta de la telerrealidad arreciando sobre las teles de Occidente, los creadores de Crónicas marcianas —los ex miembros de la Trinca Toni Cruz y Josep María Mainat— urdieron un nuevo programa sobre una academia musical con internados: Operación triunfo.

La idea era sacar algunos discos sobre el formato. Se organizó una subasta abierta a los grandes sellos. La propuesta fue recibida con escepticismo por la mayoría de la industria, pero con entusiasmo por una empresa amiga de la producción guerrillera en cadena, Vale Music. En el podcast EntreMixtando, Campoy resumió así la actitud de las multinacionales ante Operación Triunfo: "¡Que se han creído estos gilipollas de TVE, que nos quieren sacar el dinero sin saber siquiera la audiencia del programa!". Vale Music se llevó los derechos musicales de OT por 65 millones de pesetas. Parecía mucho dinero, pero acabó siendo una ganga.

Convertido OT en el mayor fenómeno musical/televisivo de masas de la historia de España, y con todo el staff de Vale Music viviendo directa o indirectamente del programa, la compañía tocó el nirvana. Los discos de OT vendieron millones de copias a un coste ridículo: los triunfitos firmaron contratos abusivos de royalties.

Vale Music todavía tuvo tiempo de lanzar un pionero recopilatorio de reguetón, que vendió como churros, pese a que el estilo estaba todavía muy mal visto por el mainstream cultural. Otra vez un pasito por delante.

En 2005, Vale Music facturó 35 millones de euros. Al año siguiente, Universal compró Vale por varias decenas de millones. Una oferta mareante. "No hubiera ganado tanto dinero ni en treinta años de buenos negocios", contó Campoy en un podcast de Suberterfuge. Campoy y su equipo siguieron al mando, pero algunos fueron saliendo a medida que el brillo de OT se apagaba. Se acabó la fiesta.

La síntesis sobre el auge y caída de Max Music y derivados la pone Cuevas: "Era la España de los noventa, la de Jesús Gil, la de una cosa nostra low cost, cutre pero fascinante y que generó muchísimo dinero" Vi-vi- viva la party.

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