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filosofía

Afrontó la muerte con más dignidad que nadie, y dejó escrito cómo lo hizo (y cómo envejecer)

La editorial Arpa recopila en un solo volumen las cartas sobre la vejez y la muerte de Séneca, obligado al suicidio por Nerón y quien encaró ese último momento con pasmosa serenidad

Detalle de 'La muerte de Séneca', de Rubens. (Getty Images)

En el año 65, Nerón envió a varios soldados a la residencia de Séneca con una orden precisa: debían de obligar al filósofo a quitarse la vida, acusado de haber participado en la conjura contra el emperador encabezada por Gayo Pisón.

Con calma y sin miedo, según el relato del historiador Tácito, Séneca se cortó las venas de los brazos. Pero aquello no funcionó. Probó entonces a cortarse las venas de detrás de las rodillas y de las piernas, pero la sangre manaba muy lentamente y tampoco de ese modo logró acabar con su vida. Siempre tranquilo, Séneca pidió a continuación que le proporcionaran cicuta y bebió ese veneno, pero como en ese momento su temperatura corporal era bastante fría, tampoco el tóxico le hizo el efecto esperado. Sin inmutarse, se sumergió entonces en una bañera de agua caliente y tras realizar una ofrenda a Júpiter el Libertador, finalmente murió.

Numerosos filósofos de la antigüedad han disertado sobre cómo hay que prepararse para afrontar el envejecimiento y la muerte, pero ninguno lo hizo con tanta profundidad como el estoico Séneca, quien además llevó a la práctica sus enseñanzas cuando le tocó suicidarse. “A vivir se aprende toda la vida, y toda la vida se ha de aprender a morir”, sentenció el pensador de origen cordobés, que en varios de sus escritos abordó el modo en el que hay que prepararse para el desenlace final. Pero sobre todo Séneca desgranó sus ideas al respecto en las 124 cartas que escribió a su amigo Lucilio, un pompeyano 10 años más joven que él al que trató de aleccionar, entre otras cosas, de la importancia de asumir nuestra condición de seres mortales y de estar preparados en todo momento para afrontar el último día.

Portada del libro 'Cómo morir. Cartas sobre la vez y la muerte. Séneca', publicado por la editorial Arpa.

Ahora Antonio Cascón Dorado, profesor de Filología Latina en la Universidad Autónoma de Madrid, ha recopilado en un único volumen las cartas de Séneca a Lucilio que se ocupan sobre el modo mejor de encarar la senectud y la muerte. El resultado es un libro -con traducción, introducción y notas del propio Cascón Dorado- titulado Cómo morir: Cartas sobre la vejez y la muerte. Séneca (Editorial Arpa) y que funciona tanto como manual para aprender a morir como para aprender a vivir. Porque para el filósofo estoico solo si se acepta que tenemos los días contados y se mira sin miedo a la muerte de frente, se puede disfrutar de una existencia plena.

“La mayoría fluctúa entre el miedo a la muerte y las angustias de la vida y no quieren vivir; morir no saben. Así pues, hazte la vida agradable, apartando toda preocupación por la muerte”, escribe el filósofo en una de sus misivas a Lucilio. “Medita en la muerte. Quien dice esto exhorta a meditar en la libertad. Quien aprendió a morir desaprende a ser esclavo”, le dice en otra.

“Desde la perspectiva de Séneca y de todos los estoicos, si uno quiere dar sentido a su vida, debe de estar constantemente preparado para la muerte. Concebían la existencia a la inversa que nosotros: teniendo siempre presente la muerte para de ese modo darle a la vida el valor adecuado”, asegura Cascón Dorado a El Confidencial.

Los estoicos, ya se sabe, consideraban que todo debía pasar por el minucioso análisis de la razón, así que para ellos la muerte era fundamentalmente un proceso natural. Y también se distinguían por no darle excesiva importancia a nada, ni siquiera a la vida, algo que al fin y al cabo es breve, fugaz e insignificante. “La vida no es un bien ni un mal; es la ocasión para el bien o para el mal, señala Séneca a Lucilio en una de sus epístolas, en alusión a que será nuestro comportamiento el que decantará la vida hacia el bien o el mal.

Para el filósofo, la clave es tener siempre presente la muerte y, dado que no sabemos cuándo va a llegar, vivir cada día como si fuera el último. Pero sin desesperación, por favor. “Aspiro a que un día sea para mí como la vida entera; y, por Hércules, no me agarro a él como si fuera el último, sino que lo contemplo como si bien pudiera ser el último’, escribe Séneca. “No caemos repentinamente en la muerte, sino que avanzamos minuto a minuto hacia ella. Cada día morimos un poco, cada día se nos priva de una parte de la vida, y entonces, incluso cuando estamos creciendo, la vida decrece”, le señala en otra carta a Lucilio. “La muerte no viene de una vez, pero llamamos muerte a lo que nos arrebata lo último”.

Los estoicos, como los epicúreos, defendían que lo que parece morir en realidad solo se transforma. Séneca aseguraba en ese sentido que la muerte suponía regresar al estadio previo al nacimiento. “Pensamos que la muerte viene a continuación, cuando ella nos ha precedido y vendrá después. Lo que hubo antes que nosotros es muerte”, escribe el filósofo.

Séneca se encontró con la muerte a los 69 años, pero en su correspondencia con Lucilio (que los especialistas datan entre julio del año 62 y noviembre del 64) también razonó largo y tendido sobre lo que significaba para él envejecer y el mejor modo a su entender de encarar esa última etapa de la vida. Concebía la vejez como un proceso natural, pero era consciente de que no resulta fácil afrontar ese periodo y aceptar que ya no somos aquellos que fuimos. “Dejemos de querer lo que hemos querido. Eso es, en verdad, lo que yo intento, no querer de viejo las mismas cosas que quise de niño”, le confiesa a Lucilio.

"Pensamos que la muerte viene a continuación, cuando ella nos ha precedido y vendrá después. Lo que hubo antes que nosotros es muerte"

Pero había algo que a Séneca, como a todos los estoicos, le generaba terror respecto a la vejez: la posibilidad de perder o ver considerablemente mermadas sus facultades mentales. Si notaban que comenzaba a llegar esa situación, consideraban que lo mejor era quitarse la vida. “Defendían el suicidio como expresión de libertad, pero no que hubiera que suicidarse. De hecho, estaban en contra de los suicidios a la desesperada”, señala Cascón Dorado. “Para los estoicos, el suicidio debía de ser un acto racional cuando a uno le parecía que la vida ya no tenía interés o cuando empezaba a notar los primeros síntomas de demencia”.

Séneca, sin embargo, no eligió suicidarse: le obligaron a hacerlo. Pero afrontó ese momento con la mayor dignidad y serenidad posibles.

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