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PLANES DE FIN DE SEMANA

'Love Has Won: el culto a la Madre Dios': Jesucristo es mujer... y está loca

Esta serie de HBO retrata los peligros de las creencias magufas a través de la historia de Amy Carlson, la líder de una de las sectas más disparatadas del género documental

Amy Carlson, la líder de la secta Love Has Won, creía que era Jesucristo. (HBO)

Que aparezca en los créditos de producción el nombre de los hermanos Benny y Josh Safdie -directores de esa joya que es Diamantes en bruto (2019)- es la certeza de encontrarnos ante un retrato de las disfunciones estadounidenses elevadas al delirio. Participaron en Telemarketers, la gran estafa de los teleoperadores (2022), la serie de Sam Lipman-Stern y Adam Bhala Lough que descubrió cómo un call center que supuestamente recaudaba donativos para las familias de los policías muertos en servicio era en realidad un fraude multimillonario, y ahora participan en Love Has Won: el culto a la Madre Dios, una serie documental de tres episodios en los que se adentran en la secta que les da título, un viaje a las montañas de la locura de una diminuta secta estadounidense -no pasa de los 20 miembros- todavía en activo en la que convergen todo tipo de creencias desde el new age hasta Qanon y que representa el epítome del gran mal del siglo XXI, el magufismo.

El final de los consensos basados en evidencias plantea un problema a la hora de mantener una esfera pública racional: como explicaba ya el periodista Javier Salas en este artículo de 2019, a nuestra época la define la desconfianza hacia los datos, el ensalzamiento de la subjetividad, el rechazo a la información que contradice nuestras creencias previas y la rápida y libre propagación de falsedades a través de internet y las redes sociales. Una mujer puede autoproclamarse hoy como la reencarnación de Jesucristo en la Tierra y encontrar un puñado de fieles devotos que la acompañen en su delirio mesiánico. Y fue exactamente eso lo que ocurrió con Amy Carlson, la líder de la secta Love Has Won.

La serie, dirigida por Hannah Olson, escrita por Jesse Barron y Lizzie Presser y disponible desde el pasado noviembre en HBO, arranca como una película de los Safdie: las videocámaras corporales de la Policía registran cómo una patrulla irrumpe en una casa aparentemente normal en la que convive un grupo de gente de lo más variopinto, pero de apariencia mansa. Los agentes proceden al registro de la casa, todo dentro de la anormal normalidad gringa, hasta que en una de las habitaciones, decorada como la fantasía psicotrópica de Willy Wonka, en una cama, reposa pacíficamente una mujer, Amy Carlson, envuelta en luces de Navidad. Aquí comienza la gran dislocación: Amy Carlson está muerta, y lo que descansa entre las sábanas es su cadáver momificado y emperifollado, cuya piel, además, es azul. Las preguntas son tantas que resulta imposible no dejarse arrastrar por esta serie de catastróficas magufadas.

Tráiler de Love Has Won

Love Has Won: el culto a la Madre Dios se construye en diferentes líneas temporales; la primera en los años 90, cuando Carlson era una veinteañera funcional que aspiraba a convertirse en la encargada de una famosa cadena de comida rápida, construida a partir de vídeos caseros; la segunda, durante la década de 2010, a través de los vídeos de YouTube que subía la propia Carlson y que resumen el corpus mutante de sus creencias -una mezcla de espiritualidad new age, ufología, transhumanismo y conspiranoia-; la tercera, en torno a 2020, en el momento de mayor esplendor de la secta, en la que convivían una veintena de devotos, y la cuarta, compuesta a base de entrevistas a los miembros y sus familiares, todas posteriores a la muerte de Carlson en 2021.

Resulta complicado definir los preceptos de Love Has Won, porque evolucionan y se transforman sin que para los feligreses plantee un choque contra la coherencia. Precisamente, al acumular tantas teorías y tan disparatadas, la contradicción es fácilmente asumible. Lo que propugnaba -y propugna- Love Has Won es que Amy Carlson, una mujer aparentemente corriente y moliente nacida de McPherson, Kansas, era en realidad una divinidad de 19.000 millones de años de antigüedad, responsable de la creación del Universo. En algún momento de la primigenia secta, Carlson se había contentado con su autoproclamación como la reencarnación -o algo así- de Jesucristo, pero en el momento álgido de los veinte miembros convivientes, Carlson se ascendió a la categoría de dios.

Como apunte al margen esta noticia de Reuters de 2009, justo cuando comienza la actividad de Love Has Won en las redes sociales: "La teoría de la evolución desaparece de las escuelas de Kansas. La Junta Educacional ha decidido eliminarla porque discrepa de las enseñanzas bíblicas". "Es un paso adelante. Vamos a mejorar, más que a desmerecer la educación científica en Kansas, ha dicho Scott Hill, un agricultor y miembro de la Junta que ha ayudado en la redacción de las nuevas normas. Además, ha señalado que la evolución se ha presentado a los estudiantes como un hecho dogmático", prosigue la noticia. "Por su parte, las escuelas privadas pueden continuar enseñando la evolución en sus clases, pero su conocimiento no será obligatorio ni se necesitará para aprobar los exámenes sancionados por el estado".

Carlson se trató con plata coloidal, lo que la envenenó progresivamente. (HBO)

Pero Carlson no quiso quedarse en el elemento espiritual denso y concentrado de cualquier otra religión, sino que quiso aderezar su secta con un poco de cultura pop... y mucha estética kitsch. Andy Warhol estaría orgulloso de Carlson. La líder de Love Has Won promulgaba que arrastraba 534 reencarnaciones -por decir un número a boleo-, entre las que se encontraban Cleopatra, Juana de Arco y Marilyn Monroe. Afirmaba que Donald Trump había sido su padre en una de sus vidas pasadas -una hija de Trump más mayor que ella debería haber muerto, si quisiéramos exigir algo de sentido a este sindiós- y que Robbin Williams -el actor fallecido en 2014- se comunicaba con ella para explicarle los pasos que debía de seguir. También hay algo de reptilianos, de annunakis y de Qanon, pero la madeja se vuelve tan compleja e irracional que es muy difícil de seguir. También hay mucho alcohol, muchas drogas alucinógenas y mucho sexo libre, lo que no ayuda al pensamiento teórico.

Sin un ápice de ironía y en busca de una difícil objetividad, la directora, Hannah Olson coloca la cámara para que sean los propios integrantes de la secta los que cuenten su historia. Y a diferencia de otras series o películas sobre sectas que se hace hincapié en las perversiones de los líderes -el sexo es siempre el motor de estos nuevos mesías-, lo que retrata aquí es un grupo de gente desarraigada, perdida en un país extenso y descontrolado, con unas estructuras familiares frágiles y un culto -valga la redundancia- al individuo, persiguiendo un sentido último a la vida y definiéndose como sujetos especiales y diferenciados con el importante objetivo de acompañar a la reencarnación de Dios en el siglo XXI.

Jason Castillo, un personaje que ningún guionista hubiese podido inventar. (HBO)

Olson intenta trazar un cronograma de la evolución del culto, desde que Carlson abandona su pasado -la serie acierta al revelar poco a poco datos de la vida de Carlson anterior a la creación de Love Has Won- y huye con un mentor espiritual mucho más mayor que ella al que acaba doblegando, hasta que la Policía busca a los miembros de la secta por alterar el orden de los vecindarios en los que colocan su sede. Lo sorprendente también es la cantidad millonaria de dinero que mueve una secta que tiene su mayor comunidad de seguidores a través de las redes sociales, y que se financia a través de donativos muy generosos y de la venta de merchandising y artefactos con falsos poderes curativos.

Ningún guionista podría haber construido un personaje como el de Jason Castillo, un expresidiario carismático y trilero, amante del death metal, alcohólico y seductor, que se une a Love Has Won y que acaba ocupando el puesto de deidad consorte gracias a compartir lecho con Madre de Dios, que por otro lado ofrece el puesto de Padre Dios a todos los hombres con los que desea mantener relaciones sexuales. Su llegada supone una disrupción en el funcionamiento de la secta, provocando enfrentamientos entre los seguidores y alterando la convivencia hasta tal punto que hace temer por un motín. Con una sonrisa sardónica, Castillo reconoce en cámara que su llegada supuso el principio del fin de Carlson, y que el es el culpable absoluto de su final (recordemos que dicho final es un cadáver azul y momificado).

Una de las integrantes más activas de la secta. (HBO)

Como Frankenstein, lo que no tiene en cuenta Carlson es que la creación puede acabar desobedeciendo al creador. Y en los últimos momentos de su vida Carlson padece la estricta observancia de sus propias reglas por parte de los siervos. La líder es presa de su propia secta. Y es la intersección entre la creencia y el fraude donde encontramos la parte más interesante de Love Has Won: el culto a la madre Dios. Mientras algunos de los seguidores de Carlson demuestran una fe rígida e inamovible y otros maniobran pensando en la sucesión, la cámara se coloca frente a Carlson, intentando dilucidar en sus ojos, sus gestos y sus palabras si la creencia en su divinidad, en su propia religión, es real. Carlson acaba muerta por culpa del alcohol, las drogas y de su fe: la obligaron a beber plata coloidal, un remedio magufo y tóxico que provocó que su piel adquiriera un tinte azul marciano.

Las creencias matan, no son inanes. Las magufadas llevaron a Carlson a la autodestrucción, una reflexión extrapolable a una sociedad cada vez más consumida por la superchería y las creencias irracionales y que se desliza lenta pero constante al borde del abismo.

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