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ESTRENOS DE CINE

'Bikeriders. La ley del asfalto': el pasatiempo favorito de los hombres es liarse a h*stias

Jeff Nichols ('Take Shelter', 'Mud') estrena en salas la adaptación de 'Bikeriders', de Danny Lyon, ensayo sobre el auge y la caída del grupo de moteros The Chicago Outlaws, rebautizados aquí como Los Vandals

Austin Butler es Benny, uno de los moteros protagonistas de 'Bikeriders. La ley del asfalto'. (Universal)

Bikeriders. La ley del asfalto es una película de hombres-hombres. Una triple b: bares, birras y billares. De motos y amigotes. De chupa y pitillo -hacía tiempo que no veía tanto cigarro en pantalla-. De quedar en el descampado a saltarse las muelas. El último largometraje de Jeff Nichols (Take Shelter, Mud, Loving) es un retrato de esa amistad tribal masculina de yo-te-cubro-la-espalda, de la hermandad heterogamética, del vínculo ferroso de la gang, de la cuadrilla, de la panda. Para ello Nichols parte de la historia real de The Chicago Outlaws -rebautizados aquí como Los Vandals-, uno de los primeros clubs de moteros de Estados Unidos, archienemigos de Los Ángeles del Infierno y pioneros de la cultura y la estética que Hollywood puso de moda con el Marlon Brando de Salvaje (1953), el James Dean de Rebelde sin causa (1955) y el Elvis de El trotamundos (1964). Y, por supuesto, el Denis Hoper de Easy Rider (1969).

Aunque este tipo de clubs ya existían en los años 30, fue a la vuelta de la Segunda Guerra Mundial cuando el país, con un excedente de testosterona y de materiales que ya no tendrían un uso bélico -que abarataron los precios de las motos- y la escasez de adrenalina en la vida de los veteranos, este tipo de asociaciones vinieron a suplir la camaradería del frente. En Bikeriders. La ley del asfalto, Nichols arranca la acción a los años 60, ya que adapta el libro gonzo Bikeriders, publicado por primera vez en 1968 y escrito por Danny Lyon, un fotoperiodista que en aquella época entró a formar parte de The Outlaws y que plasmó las pequeñas historias de sus colegas moteros a través de entrevistas transcritas y fotografías callejeras.

Tráiler de 'Bikeriders. La ley del asfalto'

No hay actor vivo más más testosterónico en pantalla que el ex Peaky Blinders Tom Hardy y, por supuesto, en Bikeriders aparece fornido y revientacamisas en el papel de Johnny, el líder de Los Vandals. Camionero de profesión y amante de las motos, Johnny pare Los Vandals como una manera de escapar de la monotonía de su vida suburbial. Es precisamente viendo en su pequeño televisor a Marlon Brando en Salvaje cuando Johnny, fascinado con la estética de cueros y tachuelas, idea su club privado de moteros.

Lo que en principio nace como un grupo de aficionados que se dan cita en el bar que hace de sede para beber cerveza y echar la partida empieza a crecer con la llegada de más hombres en busca de la libertad asfáltica. Hombres que buscan también un sentido de pertenencia y que lo encuentran -paradójicamente- en el uniforme, en un líder y en la identificación con el símbolo de la calavera cruzada por dos puñales. Un club que les otorga, además, un enemigo: cualquier otra banda de moteros con la que pelear por el dominio de la ciudad.

Los Vandals encuentran el respeto y la admiración -¿o el miedo?- de los viandantes en el rugido acompasado de un ejército paramilitar de gran cilindrada. Y es este también el espacio en el que todos pueden sacar la violencia que llevan dentro, como mera forma de divertirse, resumida en la pregunta que siempre plantea Johnny antes de las peleas: "¿puños o puñales?". En el hecho del combate hay un deseo de demostrar la hombría, pero también simple y llano entretenimiento. Contra el aburrimiento, una tangana callejera. El pasatiempo favorito de los hombres es liarse a hostias, parece decir Bikeriders.

Tom Hardy es Johnny, líder de Los Vandals de Chicago. (Universal)

A pesar -o precisamente- por lo hipertestosterónico de la historia, Nichols toma un decisión discutible: contarla a través de dos miradas externas y más bien pasivas, que acaban duplicando la función de identificación del espectador, también ajeno a la banda. Por un lado el testimonio de Kathie (Jodie Comer, El último duelo), la nueva novia de Benny (Austin Butler, Elvis), uno de los miembros más indomables de Los Vandals. Por otro lado, Danny (Mike Feist, Rivales), que interpreta al periodista autor del libro, que actúa como intermediario del relato, pero que no aporta nada más allá. Ambos son testigos colaterales de la trayectoria de Los Vandals, pero sólo Kathie se juega algo:cuanto más crece la popularidad de Los Vandals, más tiene que competir por el compromiso y la atención de su pareja.

Ella representa el hogar y la estabilidad, mientras que Johnny ofrece ese espacio donde los hombres pueden ser ellos mismos, aparentemente sin reglas. Un triángulo amoroso entre la pareja y los amigos con el epicentro en un Benny que es un lobo solitario, individualista y alérgico a las normas, al que Johnny, además, apunta como sucesor y futuro cabecilla de la banda. Benny es quien lleva al extremo el ideario de Los Vandals: es el que más corre, el que está dispuesto a llevar más lejos la defensa de los símbolos -la película arranca con una pelea porque Benny se niega a quitarse la chaqueta- y el que detona el suceso que hará que el grupo dé un paso más allá en la violencia del que ya se ha convertido en un grupo criminal.

Jodie Comer y Austin Butler son la pareja protagonista. (Universal)

Bikeriders contrapone los códigos del drama romántico frente al cine, en cierta manera, de mafiosos. La película arranca incluso con toques de comedia, pero a medida que crece la decepción de la protagonista se vuelve más oscura y agresiva. O a medida que la historia crece en brutalidad, la protagonista abre los ojos al desengaño. Es ella con su voz en off la que, además, reflexiona sobre lo incoherente de los códigos de esas amistades testosterónicas y de la búsqueda constante e inconsistente de la violencia por la violencia. Una violencia con la que llenan el agujero de la insatisfacción de la promesa de la clase suburbial resumida en el monólogo de Zipco (un infrautilizado Michael Shannon), un hombre que se siente pisoteado por la sociedad -y la suciedad-, que prefiere que le miren con temor antes que con desdén.

Conocemos las historias de otros Vandals, algunos de clase media, ciudadanos funcionales que sólo buscan emociones fuertes, como Brucie (Damon Herridan) o Cockroach, es decir, Cucaracha (Emory Cohen) -algo menos funcional-, pero también las de miembros sin una vida más allá que la de las motos, como Funny Sonny (Norman Reedus, The Walking Dead), un nómada que se engancha a ellos. Durante la primera mitad de Bikeriders, el director se centra en el retrato de la cotidianidad de los Vandals, casi como un estudio sociológico, para en la segunda parte entrar en la trama criminal y en la caída, detonada por la aparición de grupos más jóvenes, más salvajes, más inadaptados y con menos escrúpulos.

Otro momento de 'Bikeriders. La ley del asfalto', de Jeff Nichols. (Universal)

El núcleo de la película es esa pelea -interna y externa- entre lo doméstico y lo salvaje, entre lo femenino y lo masculino, entre la estabilidad y, en sus últimas consecuencias, la muerte del grupo y del individuo. Pero a pesar del excelente reparto, lo cautivador de la premisa y lo exquisito de la recreación de época, Bikeriders no apuesta visualmente por la libertad que predica, con una propuesta excesivamente pulcra, excesivamente clásica, que resta pulso y nervio a la historia. Es un film, de hecho, y valga la redundancia, demasiado domesticado, hasta el punto de que se llega a sentir como un gran decorado -incluso en la manera de abordar los acentos y el habla de los personajes-; ni siquiera la garra de Toby Wallace en el papel del gángster más joven salva del embotamiento emocional y el encorsetamiento.

Nunca hubo moteros tan ladradores y tan poco mordedores.

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