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ESTRENOS DE CINE

'Deadpool y Lobezno': eutanasia para Marvel

Controladamente irreverente, cinematográficamente inane y pantagruélica en sus medios, la tercera entrega de Deadpool funcionará en la nostalgia y la taquilla... y poco más

Hugh Jackman y Ryan Reynolds son amigos a la fuerza en esta 'buddy comedy'. (Disney)

Terminan las más de dos horas de proyección y lo más sorprendente de Deadpool y Lobezno son los créditos: cientos, ¡miles!, de nombres, uno detrás de otro, desde China hasta Pinewood (Inglaterra), pasando por Hawái, una cantidad ingente de diseñadores de efectos especiales, de trabajadores del departamento de marketing, de equipos legales, y los créditos siguen desenrollándose y amontonando nombres y más nombres y el espectador se da cuenta de la maquinaria pantagruélica que hay detrás de un blockbuster de Marvel que necesita seguir facturando en este, el nuestro, y el resto de multiversos y de pronto le sobreviene una crisis existencial y una pregunta: ¿quién soy yo, una simple alimaña, en este complejo entramado de líneas temporales y monos de licra?

Al frente de dicha avalancha de nombres, el director-productor Shawn Levy, curtido en la televisión de los noventa en capítulos de series como Lassie y El mundo secreto de Alex Mack, en los 2000 en remakes como Doce en casa (2003) y La pantera rosa (2006), ascendido en los 2010 en películas de acción tan reivindicables como Acero puro (2011) y consolidado en los 2020 como un hombre de encargo resolutivo y sin ansias autorales con taquillazos como Free Guy (2021). Free Guy es cine de acción protagonizado por un NPC, acrónimo anglosajón de Personaje No Jugable que designa a las figuras de los videojuegos que, poco más, sirven para rellenar el escenario por el que se mueven los protagonistas.

Y mucho del cine muy comercial de hoy aspira a, precisamente, directores NPC, realizadores sin ego y con un pie en la producción que sepan gestionar proyectos de tal magnitud, un valor seguro y confiable para los estudios, empleados que, sin estridencias ni divismos, sin escándalos tuiteros a sus espaldas (ejem, James Gunn), sin problemas psiquiátricos que puedan trascender a la prensa (ejem, Ezra Miller), sin conductas sexuales cuestionables (ejem, Bryan Singer), sean capaces, ni más ni menos, de terminar un rodaje en hora y en presupuesto. Si nadie sabe quién eres, nadie puede hurgar en tu basura. Hay demasiado en juego.

Palomitas y un vaso edición especial Deadpool y Lobezno a once euros. A quince, un funko de Dogpool, la nueva mascota canina del Universo Cinematográfico de Marvel (MCU), un cruce de pug con crestado canino elegido en 2023 como "la perra más fea de Inglaterra" y que entra a formar parte de ese grupo de personajes diseñados específicamente para vender juguetes, camisetas y tazas. Bueno, no solo, porque Dogpool es el compañero cuadrúpedo que desenmascara la faceta más sensible de los dos protagonistas, más bien dados a pasar a cuchillo a todo bicho respirante.

Tráiler doblado al español de 'Deadpool y Lobezno'

Los créditos finales de Deadpool y Lobezno están acompañados de imágenes tras las cámaras de rodajes de las anteriores películas de X-Men y Deadpool. Hay un poso crepuscular y de agotamiento profundo que atraviesa toda la película. Hay parte de nostalgia programada -en la elección de NSYNC, por ejemplo, como tema musical de apertura y también en los cameos que remiten a personajes que debutaron en el cine antes incluso de que se estableciese formalmente el MCU-, pero sobre todo hay cansancio, hastío, amodorramiento, incluso por parte del propio protagonista.

Muchos personajes con apenas dos planos se limitan a separar mucho sus extremidades y a entrecerrar los ojos como preludio a la batalla. Muchos actores conocidos sin trama ni arco ni más cometido que arrancar los vahídos de añoranza de los fans. ¡Incluso algún actor que ha interpretado a más de un superhéroe de Marvel! Muchas líneas temporales en muchos universos que se enmadejan unos con otros hasta formar una rasta infinita.

Pero el principal problema de los multiversos, de los reboots y de los cruces infinitos es que, si nadie muere, si nada es definitivo, si nadie se juega nada, nada importa. Quizás haya quien no, pero a la que escribe ya le sobrepasan las muertes de las Mary Janes, de los Lokis, de las Viudas Negras y los Thanos. Como en las sagas folclóricas del cuore español, de repente aparecen hermanos, primos y sobrinos que exigen su propia película, su propio funko, su propia trilogía, si hiciese falta.

Y Lobezno (Hugh Jackman), que lleva recibiendo golpes en su esqueleto de adamantium desde el año 2000, está tan exhausto que se ha dado a la bebida. Deadpool (Ryan Reynolds) ha elegido una rutina tranquila y monótona como comercial del un concesionario de coches. Al igual que los soldados de la Segunda Guerra Mundial en Los hombres están cansados (1955), los superhéroes de Marvel solo quieren que los dejen en paz.

Wade Wilson busca una vida gris y pacífica. (Disney)

Pero si hubiese que comparar Deadpool y Lobezno con una película más clásica, esa sería Mi nombre es ninguno (1973), de Tonino Valerii con Terence Hill y Henry Fonda, que pone fin y fecha de deceso de la fiebre del spaghetti western, cuando ya solo queda la autoparodia. Si Deadpool (2016) ya jugaba con lo metacinematográfico, en esta tercera entrega sus mejores líneas de guion se centran en vapulear a Disney, que gracias a la compra de 20th Century Fox en 2019 se hizo con los derechos tanto del superhéroe (supuestamente) más irreverente de Marvel como de los X-Men. Más allá del exceso de hemoglobina digital, de las bromas picantonas y homoeróticas entre el pizpireto Deadpool y el estoico Logan, la película avanza en piloto automático y da pie a la pregunta de cuándo un guiño o una parodia es, en realidad, un simple refrito. Deadpool nace para aligerar de épica operística el género superheroico, pero acaba como una autoparodia larga y agónica. Eutanasia para Marvel.

Aunque acierta con un comienzo de secuencias largas que huyen del estilo minipímer que puso de moda Michael Bay en los 2000, la puesta en escena de Levy carece de intención, de expresividad y de volumen. Las viñetas un cómic utilizan los términos, los tamaños y el estilo para dotar de carácter y de movimiento a una página de papel. En Deadpool y Lobezno todos los elementos están puestos al servicio de las expectativas incumplidas: ni acaba de funcionar la relación cómica entre dos protagonistas con carácteres antitéticos, ni las coreografías de batalla son excesivamente lucidas ni el villano es suficientemente memorable, esta vez encarnado por Emma Corrin -a la que vimos en The Crown como Lady Di- en el papel de Cassandra Nova. Lo más destacable, el juego de dedos que despliega Cassandra cuando lee la mente de sus enemigos: provoca más arcadas que la orgía de miembros cercenados por los protagonistas.

Deadpool y Lobezno se enfrentan a la destrucción del Universo (el nuestro, no el de Marvel). (Disney)

Jackman y Reynolds no exudan chorros de química, pero resuelven adecuadamente su juego de amor-odio; sin embargo, las secuencias de acción, por mucho que buscan contextos ingeniosos -como el limitado interior de un coche-, no revisten como deberían -demasiado plano preludio de miradas aviesas, pechos henchidos y cabellos al aire- un guion escrito a diez manos que si uno examina no guarda demasiada coherencia interna. No hay que preguntarse por qué ciertos personajes primero son enemigos, luego ayudan a los héroes, y luego vuelven a ser enemigos. O por qué cierto grupo de superhéroes rebeldes esperan a atacar justo cuando llegan nuestros protagonistas. La trama es a la vez tan simple y tan compleja en sus preceptos y funcionamiento interno que al final una desiste en entender la mecánica planteada.

El resumen es algo así: Deadpool intenta vivir en el anonimato como Wade Wilson, vendedor de coches, hasta que la Autoridad de Variación Temporal, una organización que vigila las líneas de los multiversos, contacta con él para que evite que nuestra Sagrada Línea de Tiempo colapse, o algo así. Para ello debe encontrar a Lobezno, en concreto, pero la laxitud de su interpretación de las reglas lo acaban enfrentando contra la Autoridad y obligando a confiar en el hombre de adamantium para la supervivencia de ambos. La pareja acaba en un territorio Mad Max en el que se pelean a ratos entre ellos y a ratos contra criaturas. Una ristra de chistes escatológicos, otra sobre los intríngulis de los despachos de Hollywood y una gran pulla final contra el abuso del recurso multivérsico en los últimos años, y Deadpool y Lobezno está casi listo. Solo falta un poco de sustrato universal emocional sobre la importancia de los amigos y la familia y cuatro o cinco planos irónicos alrededor los abdominales de Hugh Jackman y ya tenemos taquillazo acomodado a la exigencia común. Si lo que más le preocupa a Disney es que no se desvelen los cameos, mal vamos.

Emma Corrin, quien interpretó a Lady Di en 'The Crown', es la villana Cassandra Nova. (Disney)

Marvel no parará la maquinaria. A corto plazo se estrenarán series como Daredevil, entregas como Capitán América 4 y reboots como el de Los cuatro fantásticos. Como espectadores no estaría de más que premiásemos joyas como el primer Deadpool o Logan, películas ambiciosas no solo en la taquilla, sino en la propuesta, hechas con cariño, con alma y con inteligencia, y dejar de considerar que cualquier exigencia de calidad es un ataque al género. El éxito masivo de películas perezosas, complacientes y marketinianas como Deadpool y Lobezno lo acaban pagando los propios apasionados del cine de superhéroes, como cuando el western se llenó de películas mediocres ideadas para vender pistolas y sombreros, lo que acabó suicidando al género de indios y vaqueros.

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