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Desde el mundo real

La revolución de Luis de la Fuente para convertir a España en el único Sol de toda la Eurocopa

España es la selección más divertida y ofensiva de toda la Eurocopa. De la Fuente evolucionó el juego de la Selección y entregó el equipo a Nico Williams y Lamine Yamal

Nico Williams y Lamine Yamal, tras la victoria de España. (EFE)

Se acumulan los partidos vistos en esta Eurocopa cinética de la ley y el orden y apenas hay detalles que los salven del olvido. Esos detalles que clavan en la lenta agonía de un domingo por la tarde los ojos de la memoria. El tirazo de Güler, la catástrofe que es Füllkrug en el área, la velocidad negativa de Cristiano; el compás de España. A vista de pájaro, cualquier encuentro parece enfrentar a dos ejércitos de funcionarios disciplinados y eficientes como esos que acampan en las praderas de Bruselas.

Es un fútbol muy Unión Europea. Escasa agresividad, nula imaginación, gran derroche físico y táctico que encubre la cobardía de los jugadores y una pasión conducida y estereotipada con hinchadas coloristas que dan muy bien en televisión. La mayor decepción del torneo es Inglaterra. En realidad no es una decepción que Inglaterra decepcione. Quizás la única certeza de cada año futbolero es la sobrevaloración de los jugadores ingleses y en general, de los jugadores que triunfan en la Premier.

Una liga que es como un río sin retorno, donde prima el ritmo y el juego sin pausa, algo muy atractivo para el mercado mundial, pero que hace que a los jugadores que allí habitan, les sea muy difícil mejorar, progresar, cambiar de piel cuando el físico decae y emerge el verdadero talento. Eso inexpresable, todo hueso, con el que el Madrid suele sojuzgar la competición más importante de todas. En Inglaterra, Bellingham sigue con su juego sonámbulo de los últimos meses. Parece un hombre mayor andando a tientas por un territorio desconocido.

Foden consuela a Bellingham. (Reuters/Thilo Schmuelgen)

¿Cómo están las favoritas?

No está fresco, él lo sabe y se pelea con el espacio y la pelota. Tiene libertad en su selección, pero el desorden lo engulle todo, así que da igual. Foden venía con la etiqueta de gran figura, pero fuera del ecosistema Pep es el prototipo de jugador inglés limitado y no muy inteligente; funciona como una arandela en un mecanismo. Cierta rapidez, llegada y gol desde la frontal. Nada más. Y eso, en el caos de su selección, no lo puede replicar porque no tiene regate ni sabe leer las jugadas y la pelota le llega siempre en las peores condiciones. Harry Kane baja a la media y allí teje un fútbol anodino. Harry Kane llega a zona de remate y allí tiene miedo de ejecutar el gol. Es el único jugador que puede salvar a Inglaterra, pero su cara vacía habla por él. Es un futbolista miedoso que rehúye los grandes momentos. Ese parece su destino.

A Francia la vimos sin Mbappé y fue como una rave de tecno monótono en tierra de campos. Deschamps es un tipo dañino y aspira a que en sus partidos no pase absolutamente nada hasta que Kylian arañe el 1-0 mientras el aburrimiento se desliza por la pared. Por eso no le da un rol central a Camavinga, porque con el madridista ocurren muchas cosas y eso le da miedo al técnico galo. Mbappé está pasado de forma y con las ganas justas, así que ver a Francia es como una sesión con el psicoanalista. Hablemos del pasado, del olvido que seremos, de los malabares de la memoria, de la charca sin profundidad que es nuestra vida, de Platini, de Zidane, de un mundo lleno de promesas, de la soledad de los maniquíes o de nada en absoluto. Cualquier cosa antes de ver jugar a los bleus.

Mbappé marcó su primer gol en una Eurocopa. (DPPI/AFP7)

Del resto no se puede ni hablar. Excepto de España. El sol de España que a todos vuelve a alumbrar. La única esperanza en este campeonato de la proteína artificial. Algo que nos ha sorprendido a todos y que no sabemos si tendrá consecuencias en el tiempo. España no venía de la nada, venía de Luis Enrique un buen técnico con tendencia a subirse en un pedestal que le queda grande. Luis Enrique le quitó retórica al juego de 'la Roja' sin apartarse de la idea de fondo. Ya saben, solo mediocampistas que la toquen a diferentes velocidades hasta que surja el camino hacia el gol.

Al principio había vértigo en su propuesta, pero al no haber cambios significativos —los extremos eran medios camuflados— el juego volvía como por arte de magia al estancamiento habitual desde el 2014. Como si la selección estuviera encantada, presa de un conjuro hecho por Clemente y nada se pudiera hacer contra el aburrido e inocuo 'tiki-taka' contra el que los rivales tenían ya vacuna desde tiempo atrás.

La condena de Luis Enrique

En el partido fundamental de ese ciclo, los octavos contra Marruecos, Rodrigo fue puesto contra su voluntad de central, Asensio ocupó la plaza de Morata y Llorente el lateral derecho. Mediocampistas fuera de sus posiciones para asegurar posesión, circulación y aburrimiento cósmico. Un poco como aquella España de Clemente que llegó a jugar con ocho centrales. Luis Enrique cambiaba la apuesta por ocho mediocampistas y le salía igual de mal.

De la Fuente era un técnico de la casa. Perfil bajo, se quedó solo con la renuncia obligada de su jefe y decidió resistir. La resistencia es una arraigada tradición hispánica que ha dado grandes catástrofes, pero también hombres de los que de repente surge una idea y tiene la convicción y la fuerza —macerada en esa capacidad de supervivencia— de llevarla a cabo. No sabemos todavía lo que será De la Fuente, pero ha demostrado cierta inteligencia tras esa pinta de profesor de gimnasia maduro e interesante.

Primero acató el peor rasgo del reinado de Luis Enrique: subir a la selección a la velocidad de la luz a cualquier canterano del Barça que pisara el primer equipo. Sin embargo, en la confección de la lista definitiva se olvidó de Cubarsí, central bisoño con mucho altavoz al que le queda un largo camino para ser fiable. Había presiones y el técnico las resistió. Buena señal. De la Fuente ha encontrado una pareja de centrales íntegros: Laporte y Le Normand. Laporte tiene esa blandura tan moderna que arrastra consigo como una rémora de Guardiola. Pero tiene clase, un formidable toque y un posicionamiento impecable. Y sobre todo, casa muy bien con Le Normand y dos laterales callejeros que compensan las bajas pulsaciones de los franceses.

De la Fuente tuvo su dosis de suerte —Luis Enrique la tuvo de mala suerte: Ansu Fati se lesionó de por vida—: la aparición de Lamine Yamal y la eclosión de Nico Williams, dos jugadores desequilibrantes que con su sola presencia cambian al equipo y hacen recular 20 metros al rival. El último jugador español capaz de regatear había sido el Isco Alarcón de 2013-2017. Y solo pisó la selección cuando había perdido las alas.

Le Normand y Nico Williams se han asentado en la titularidad. (EFE/Pablo García)

El entrenador le dio el centro de mando de la selección al mejor mediocentro del mundo: Rodrigo Hernández. Un jugador que lleva siendo el mejor en su posición desde hace cuatro años. Ese movimiento era obvio, pero Luis Enrique nunca se atrevió, preso de la simpatía que le inspiraba un jugador acabado como Busquets. Rodrigo es quien junta los trozos del equipo, a rato demasiado largo y lejano. Rodrigo es el que barre la frontal para que no haya accidentes. Es el que da el primer pase del ataque y quien corta el primer pase del rival. Y está escoltado por Fabián. Un jugador acampado en las afueras del imaginario español y que todavía no es fácil discernir si es figura o figurante. Si lleva dentro un mundo nuevo o solo ráfagas de calidad con ese estilo taurino, un poco pasado de moda y justo por eso, tan atractivo.

En el partido contra Croacia, Fabián estaba cerca de Rodrigo y a la vez se despegaba de él cuando el juego era ligero y se aceleraba hacia arriba. Eso lo convirtió en el mejor futbolista del encuentro tras marcar un gol imposible, lleno de requiebros en un área atestada de rivales. En un sitio que todavía no está claro, entre la media punta y el interior, Pedri acompañaba a Fabián. A ratos los dos interiores volaban demasiado cerca del sol y Rodri se quedaba solo antes, los croatas que una vez limpiado el mediocentro atacaban una amplia llanura hasta los centrales.

De la Fuente juntó las líneas contra Italia, donde los movimientos defensivos parecieron mucho más ordenados y feroces. Apenas si los azzurri tuvieron un par de acercamientos a la portería de Unai. Pero ha quedado la duda sobre el interior blaugrana. Un jugador que tiene modales de estrella, pero canillas de posguerra. Siempre juega al límite de la extenuación y tiene sobre él una sombra que es Dani Olmo. Más rápido y eficaz, menos genial pero con movimientos más amplios y esfuerzos más sostenidos. Y un gran último pase.

Lo que ha cambiado en España

El centro de todos los desvelos de la selección, lo que cambió definitivamente el paso respecto al equipo de Luis Enrique, es la confianza absoluta que De la Fuente le ha dado a Nico y Lamine. Con dos extremos así no hay vuelta atrás. El riesgo es la opción más satisfactoria porque del riesgo se sacan espacios, jugadas de gol y dominio de forma relativamente segura. Por supuesto, la pelota tiene que ir rápida y lo hace. Cuando la pelota va rápida, vuelve rápida, lo cual con ciertas selecciones será un peligro. Georgia no será una de ellas. Si la roja se enfrenta con Alemania o Francia en este campeonato, sabremos rápidamente el límite de este equipo. No todavía.

Lamine es más genial y sorprendente; Nico, más físico y rápido, puede llegar cien veces a la línea de fondo, que le quedará aliento para la ciento una. Y gracias a ellos, por dentro emerge la figura de Álvaro Morata. O su enésima resurrección. Morata es el DC europeo que mejor conoce su posición. Eso le viene muy bien a España, pero Morata es morugo con el balón en los pies cuando llega la hora del remate y eso le viene mal a España y en general a los niños que ven fútbol a los que se les encoge el corazón y es posible que de mayores tengan estrés postraumático. Como goleador baja dos niveles de golpe.

Y se podría decir que eso es una frontera para la selección, si no fuera porque esta selección tiene algo de llamada hacia el futuro, de aldabonazo de un equipo que todavía está por ver. Y en ese conjunto Morata quizás sea solo la llave que abre la puerta a los que vienen por detrás. Quizás su irregularidad ante el gol no sea determinante y sí lo sean la inteligencia de sus movimientos.

Lamine Yamal y Nico Williams, durante el entrenamiento. (EFE/Georgi Licovski)

De todas formas vivimos en un planeta donde Lautaro —un jugador inferior a Morata— es un ídolo en Argentina. Donde en Francia juegan Dembélé y Thuram en ataque. Donde Vlahovic o Mitrovic, que se suponían depredadores de estirpe balcánica, parecen barcos varados en la playa. Los delanteros centros están extinguiéndose y puede que de ahí venga la amargura de nuestro héroe.

Enfrente estará Georgia. Nada se puede decir de ellos. Juegan de la misma forma ordenada e intensa que todos los equipos. No es ataque ni defensa. Es una bandada de estorninos que se mueven con adecuada corrección. Tienen a una figura del pasado, Khvicha Kvaratskhelia, que regatea a golpe de tobillo como en los 80, y un portero que parece inexpugnable: Mamardashvili. Les queda ese orgullo de las naciones de juguete que cantan muy alto para que nadie se olvide quienes son.

España tiene la obligación de ganar ese partido. Por los españoles, por la belleza del fútbol y por la paz mundial. Después vendrán las discusiones sobre los límites del juego de 'la Roja' y sobre la posibilidad de crear un nuevo estilo sobre las cenizas de lo antiguo. Pero eso será a partir de cuartos. Cuando se supere el destino.

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