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Sangre y cuchillas en la arena: el milenario negocio y rito de las peleas de gallos en Bali

La isla de Bali, en el corazón del archipiélago indonesio, vive uno de sus peores momentos con el cierre total del turismo. En los últimos años,

15.000 rupias es el precio de un plato bien servido de comida en un establecimiento local en Bali, unos 80 céntimos de euro. Diez veces más es lo que, cómo mínimo, apuesta cada persona en cada uno de los asaltos a muerte, de apenas 30 segundos, durante cada encuentro de 10 horas de peleas de gallos.

En tiempos de covid, las peleas de gallos se han visto reducidas en número, afirman los organizadores, porque la gente no tiene demasiado dinero para apostar.

Los eventos son escasos, pero cuando las condiciones se dan, ya sea la coordinación de la policía, que mira a otro lado, el visto bueno de la autoridad local y posiblemente la luna llena, las peleas de gallos aglutinan a centenares de personas en el evento donde más millones de rupias circulan en todo Bali.

Las peleas se organizan fuera de las zonas turísticas, y están concentradas en el sur de la isla, donde no es difícil encontrarse en las carreteras con grandes cestos donde se exhiben los gallos seleccionados para el espectáculo. 

Uno de los gallos en las cestas donde esperan su momento antes de ser empujados al sacrificio en el 'ring'.

Cientos de personas se aglomeran bajo un techo, unas gradas y una arena improvisada, todas mostrando en sus manos el dinero con el que juegan cada asalto.

El espectáculo discurre así: una ronda de criadores se concentra en el centro de la arena, mostrando los gallos que pelearán en esa ronda. (...)

(...) Los animales pasan de mano en mano, y son analizados por los otros criadores, manoseados, inspeccionados para llegar a un acuerdo de quien peleará con quien.

Una vez que empieza cada combate los criadores enfrentan a los gallos, los azuzan, les picotean la espalda, les acercan los picos.

El público grita con sus apuestas, indicando hacia qué lado inclinan su dinero, para ver si el combate está igualado y la apuesta es equitativa.

Todos con sus billetes en las manos, ninguno más pequeño de 100.000 rupias.

Las peleas apenas llegan al minuto. Si no existe un claro vencedor en el envite inicial, los encierran en una campana de mimbre, para acorralarlos y así propiciar el golpe final.

Las mortales cuchillas que se colocan en las patas de los gallos.

En rondas de 5 combates, seguidas de pequeños descansos donde se ven las caras los siguientes combatientes, discurre todo el día la actividad en la arena.

El herrero que ha confeccionado las afiladísimas hojas de 10 centímetros que amarran a una de las garras del gallo, garantizando así su letalidad, también participa vendiendo las bondades de su material.

Este espectáculo, lejos de abochornar a los balineses, se mantiene latente en la isla, como en otros muchos lugares del mundo, si bien aquí cobra un carácter ritual de aplacamiento de los malos espíritus. 

Una de las ofrendas en el templo, con un pájaro muerto. Muchos de los presentes consideran que es necesario que la sangre se derrame de manera periódica.

 

La isla de Bali, en el corazón del archipiélago indonesio, vive uno de sus peores momentos con el cierre total del turismo. En los últimos años, esta icónica isla se había convertido en uno de los destinos más codiciados por fotógrafos e 'instagramers'. Sus famosas playas, templos o panorámicas tenían sus puntos estratégicos para “esa foto” tan replicada, detrás de la cual crecían largas colas de turistas ávidos de la imagen. Hoy, los habitantes de Bali, cuya actividad giraba en un 80% hacia el turismo, subsisten con unas fronteras cerradas previsiblemente hasta el próximo año. Pero el oscuro y milenario negocio-ritual de las peleas de gallos sigue en pie.

[Lee el reportaje completo aquí]

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