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Bloqueo institucional

Tras los resultados en Francia, la izquierda presiona a Macron a dar el gran paso: y ahora, ¿qué?

El equilibrio entre los tres bloques (izquierda, macronistas, lepenistas) deja una Asamblea dividida como un complejo rompecabezas que solo puede llevar al país a un bloqueo institucional o a la convivencia a cara perro

El líder de La Francia Insumisa (LFI), Jean-Luc Melenchon (EFE/Andre Pain)

"Gracias, ¿A QUIÉN? ¡Gracias, frente republicano!". Así empieza el editorial del tercer diario más importante de Francia y de tendencia izquierdista, Libération, todavía con el papel caliente de la imprenta tras conocerse las estimaciones de escaños de la segunda vuelta de las elecciones francesas. Para el diario, los grandes ganadores son la izquierda —que en el momento de escribir esta crónica proyectaba 182 escaños y se colocaba como primera fuerza en coalición— y la República francesa. Remarca la altísima participación en los comicios como señal del esfuerzo social para parar las ambiciones de la Agrupación Nacional de Marine Le Pen, cuyo partido no solo no gana, sino que queda tercero. Un acto de responsabilidad del pueblo movilizado. Pero, incluso entre la euforia del editorial, ya señala el siguiente punto: si "la izquierda será capaz de estar a la altura de sus responsabilidades".

Puesta ante la disyuntiva de un susto o muerte, la izquierda se movilizó y unió a velocidad de vértigo (no hay duda de que el presidente Emmanuel Macron, con su convocatoria anticipada electoral, esperaba adelantarlos en convertirse en la alternativa real a la ultraderecha) en ese Nuevo Frente Popular que la noche del domingo 7 de julio sorprendió a las encuestas. Pero, esa misma unión, por las prisas, tiene muchos flecos por atar ahora que se han convertido en esa primera fuerza de la Asamblea Nacional, y el primero es, siquiera, cómo gestionar un hipotético gobierno.

Dentro del NFP está La Francia Insumisa del eterno Jean-Luc Mélenchon, quien sin todavía tener las cifras oficiales en la mano ya salió a la palestra a urgir a Macron a que elija a un miembro de su partido para dirigir el Gobierno, o que dimita. "El presidente de la República tiene el poder, no, el deber, de llamar al Nuevo Frente Popular a gobernar", declaró en la Plaza de la Batalla de Stalingrado. El tres veces candidato presidencial insistió en que "se respete estrictamente la voluntad del pueblo", rechazando ya de plano "negociaciones" y "combinaciones".

Pero estas elecciones también dejan una reorganización dentro del fragmentado Nuevo Frente Popular. Aunque los de La Francia Insumisa están primeros con entre 68 y 74 escaños, los socialistas, impulsados por la campaña europea del popularísimo Raphaël Glucksmann, han resucitado y alcanzado entre 63 y 69 escaños propios (sin cifras definitivas al momento de escribir este artículo). Si se cumplen las estimaciones, van camino de doblar sus escaños. Entre estos socialistas hay más facilidad de acercamiento a Macron. Su secretario general, Olivier Faure, también rechazó una "coalición de opuestos", pero pidió "encontrar un camino".

Porque a la izquierda tampoco le dan los números. Aunque los entre 132 y 152 escaños de Agrupación Nacional le impiden taxativamente hacerse con el poder, el equilibrio entre los tres bloques (izquierda, macronistas, lepenistas) deja una Asamblea dividida como un complejo rompecabezas que solo puede llevar al país a un bloqueo institucional o a la cohabitación incómoda en una coalición con dos opciones: o de izquierda a centro, o de centro a izquierda.

Porque la segunda gran sorpresa de la noche es que al partido de Macron no le ha ido tan mal. Contra todo pronóstico y desafiando a las encuestas, los de su formación han logrado colocarse segundos, con entre 150 y 170 diputados, por encima de Agrupación Nacional. Aunque pierden la débil mayoría que tenían antes de la convocatoria anticipada de elecciones, pueden darse por satisfechos por lograr superar, con creces, los apenas 70 escaños que les daban algunos sondeos. Y todo esto, pese a que sus candidatos no se presentaron en más de 200 circunscripciones en las que se presentaban candidatos del Nuevo Frente Popular, para no dividir el voto contra Agrupación Nacional.

"El plan de 'gobernar en solitario' de Mélenchon" no parece muy factible porque "no cuenta con el apoyo de todos sus aliados para convertirse en primer ministro" y porque el Nuevo Frente Popular "no tiene suficientes parlamentarios para reclamar la legitimidad para gobernar solo, como Mélenchon afirmó que debía hacerlo", dibuja Giovanni Capoccia, profesor de políticas en la Universidad de Oxford. "Lo que hace aún menos realista" las intenciones de Mélenchon es el hecho de que el centro ha obtenido resultados mucho mejores de lo esperado, y no está muerto políticamente", continúa el analista. "Pero es poco probable, a su vez, que el Nuevo Frente Popular se divida para formar una coalición con el centro".

Atrincherado en el Elíseo, Emmanuel Macron no ha querido pronunciarse de hacia dónde inclinará las negociaciones y si dará el gran paso de elegir un candidato izquierdista para gobernar el país en una cohabitación incómoda. Desde luego, no Mélenchon, pese a sus insinuaciones, sino quizá a alguno de sus delfines (Manuel Bompard, Clémence Guetté…), o un dirigente de los socialistas o los verdes, más cercanos a sus posturas macronistas, como Valérie Rabault. Macron ha asegurado esperar a "la estructuración [definitiva] de la nueva Asamblea Nacional para tomar las decisiones necesarias". Su actual primer ministro, Gabriel Attal, ha anunciado su dimisión en un discurso en el que también elogió a los votantes franceses por impedir que los "extremos" de izquierda o derecha obtuvieran una mayoría absoluta.

Una vez superado el éxito del frente común republicano contra Le Pen, la formación de gobierno es más complicada. Francia podría encaminarse a meses de estancamiento político si la Asamblea rechaza una y otra vez los candidatos al gobierno. Los tres bloques (izquierda, macronistas, derecha radical) cuentan con agendas contradictorias y profunda animosidad entre sí. Incluso los socialistas más dispuestos a negociar con Macron buscan mantener su programa que incluye la derogación de la reforma de las pensiones, el aumento del salario mínimo y la congelación de los precios, todas ellas, medidas aprobadas por decreto por Macron.

Los franceses no se ven a sí mismos como con una cultura política dispuesta a las grandes coaliciones. Con un diseño hasta ahora pensado para producir mayorías claras. Hasta 2022 no se había producido un escenario en el que ningún partido obtuviera mayoría absoluta (al menos 289 de los 577 escaños), cuando Macron logró formar gobierno en minoría con una coalición centrista (unos 250 escaños), con los partidos de la oposición demasiado divididos para presentar una amenaza constante. Ahora, la izquierda se queda en 182.

Cada uno de los tres bloques (izquierda: unos 182, macronistas: unos 168, lepenistas: unos 146) podría intentar formar una mayoría funcional con un puñado de partidos más pequeños o legisladores independientes, pero lo cierto es que las cuentas no dan sin la unión de al menos dos grandes grupos. La coalición centrista de Macron no puede gobernar sola, y no hay suficientes partidos, ni siquiera entre los moderados de izquierda o derecha, que le den fácilmente el voto de confianza. Ni siquiera a un hipotético "gobierno tecnócrata" o "amplia coalición arcoíris", un conjunto de legisladores de distintos partidos que se pongan de acuerdo en un número limitado de cuestiones clave, desde los Verdes a los conservadores más moderados. Muy improbable.

También está lejos, especialmente después de que la apuesta de Macron de adelantar las elecciones no haya terminado de salir bien, la posibilidad de un gobierno interino que solo se ocupe de asuntos cotidianos hasta unas nuevas elecciones. "Si todos los primeros ministros presentados por Macron son derrocados por la Asamblea Nacional, habrá una crisis de régimen que podría llevar a la construcción de un gobierno de técnicos al estilo italiano –pero también en este caso el Parlamento tendría que aceptarlo– o a la renuncia del presidente de la República. Esto podría parecerse a 1924, cuando Alexandre Millerand, ante la imposibilidad de formar gobierno, dimitió", analiza Dominique Rousseau, jurista y profesor universitario en La Sorbona.

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