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ELECCIONES EEUU

J. D. Vance, el senador que pasó de 'Never Trumper' a ser la nueva cara del populismo en EEUU

Su elección como número dos de Trump sugiere que el magnate está convencido de que ganará, ya que, en vez de elegir a un candidato estratégico, ha optado por populismo en vena

Donal Trump y J. D. Vance. (Reuters/Andrew Kelly)

Si Donald Trump gana las elecciones en noviembre y no sucede nada raro como un nuevo y exitoso asalto al Capitolio, acabaría su segundo y último mandato con 82 años. Sería más mayor que Joe Biden, y, en el ocaso de su relampagueante vida política, se abriría el debate de quién sería su sucesor. Pero es posible que ese debate haya sido cortado de raíz hace solo unas horas: la elección de J. D. Vance, un senador de 39 años que ha adoptado e incluso vigorizado la agenda y la retórica del magnate, como candidato republicano a la vicepresidencia, representa la renovada confianza del trumpismo de cara a las elecciones de 2024 y de más allá.

El expresidente fue recibido este lunes entre aplausos y vítores por una gran multitud en su primera aparición desde que fue víctima de un tiroteo en un mitin de Pensilvania. Lo hizo en la Conferencia Nacional Republicana de Milwaukee, con un gesto sombrío y sin pronunciar un discurso. La imagen icónica del momento es la de su oreja vendada. A su lado, se encuentra el senador.

Para saber quién es J. D. Vance y cómo ha ascendido tan rápido en una carrera política que empezó en 2021, hay que tener en cuenta dos elementos. El primer elemento es que Vance solía representar un puente entre varias maneras de entender Estados Unidos. El segundo elemento es la manera tan drástica con la que, sin salir del espectro conservador, pasó de detestar públicamente a Trump a convertirse en su principal seguidor.

La biografía de Vance lo tiene todo: hasta el don de la oportunidad. Nacido en un cementerio industrial del sur de Ohio, en una familia con raigambre en los condados carboníferos de los Montes Apalaches, Vance pasó por una infancia dura y abusiva: estuvo rodeado de alcoholismo, depresión y consumo de drogas, tuvo sucesivos padrastros que lo maltrataban, y acabó siendo criado por sus abuelos.

Nada más acabar el instituto y gracias a los marines, escapó de este ambiente. Fue corresponsal militar en Iraq, volvió a casa, estudió en la Universidad Estatal de Ohio y después ingresó en Yale. Sus estudios en uno de los campus más afamados del país le abrieron las puertas de la urbanita San Francisco, donde se convirtió en inversor del sector de la tecnología.

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A principios de la década de 2010 y acomodado ya en una vida que los trumpianos llamarían globalista”, Vance, que había escrito numerosos artículos desde una postura conservadora moderada, tuvo la idea de escribir un libro sobre las políticas que beneficiarían a la degradada región del Cinturón del Óxido que lo vio nacer. En el prólogo contaba un poco su vida en aquellos lares. Le recomendaron que, mejor, expandiera el prólogo y se olvidara de las políticas. El resultado fue una autobiografía titulada Hillbilly Elegy. En español, Hillbilly: una elegía rural.

Una de las mejores bazas del libro, loado por crítica y público, fue el momento de su publicación. En el verano de 2016, cuando Donald Trump se aprestaba a ganar las elecciones apoyado por los condados rurales, industriales y blancos del interior, a los que Vance dedicaba su elegía.

En estado de conmoción por la victoria del magnate, las élites con las que se mezclaba J. D. Vance quisieron saber más: ¿qué piensa esa gente? ¿Cómo es posible que personas de clase obrera, o pobres, votasen a un millonario neoyorquino y fanfarrón con el que no tenían absolutamente nada que ver? ¿Es posible que hayamos perdido todo el contacto con regiones enteras de nuestro propio país?

¿Cómo es posible que personas de clase obrera, o pobres, votasen a un millonario neoyorquino y fanfarrón con el que no tenían nada que ver?

El libro vendió muchísimo y J. D. Vance se convirtió en un invitado obligatorio en los principales medios de masas: el chico-florero de los obreros blancos desafectos, el portavoz extraoficial de quienes ya no reconocían el país en el que habían nacido y que se habían puesto en manos de Donald Trump. El bueno de Vance, de claros ojos azules y rostro lampiño y esponjoso, mostraba una visión de primera mano, sensible y empática. Vance, además, detestaba a Donald Trump: un demagogo al que comparaba con Hitler y que se aprovechaba de sus incautos compatriotas.

El autor recibió uno de los broches de honor del intelectual urbanita sensible y de bonitos principios: dio una charla TED. La anécdota con la que Vance abre su discurso es el recuerdo de cuando pisó, por primera vez, un buen restaurante. La camarera la ofreció un vaso de vino blanco y él dijo: claro. “¿Chardonnay o Sauvignon Blanc?”. Vance pensó: 'Venga, para ya de presumir con estas palabras francesas'. Y eligió Chardonnay porque era más fácil de pronunciar. No sabía que eran dos tipos de uva.

Toda la charla es así: yo, mi familia, mi gente, mi pobre madre. La falta de esperanza y de oportunidades, la sórdida lotería de nacer en un lugar deprimido y de estar destinado, probablemente, a una existencia miserable y gris. Siempre tiraba de la misma estrategia. En esta entrevista con NBC News, la periodista le presenta una lista de lacras sociales. Una por una, Vance responde: “Check”, como si marcara esa casilla. “Ser maldecido, insultado y humillado por tus padres”. “Check”. “Ser empujado y que te tiren algo”. “Check”. “Vivir con un alcohólico o con un drogadicto”. “Check”. “Ver a un ser amado recibiendo abusos físicos”. “Check”.

Vance fue comentarista en la CNN y escribió columnas para The New York Times. En una de ellas, titulada “Barack Obama y yo”, el hoy candidato a vicepresidente de Donald Trump elogia al expresidente demócrata e incluso se compara con él: los dos fueron criados por los abuelos, fueron a una universidad Ivy League y presidieron las revistas de sus respectivas facultades. Como Obama, Vance también escribió una exitosa autobiografía. El demócrata era un modelo para él. “Yo también me beneficié”, escribe Vance, “del ejemplo de un hombre cuya vida pública demostró que no tenemos que ser derrotados por las dificultades domésticas de la juventud”.

La buena relación con los progresistas, a quienes les encantaba tener a Vance en el plató, duró por lo menos hasta 2019: el año en que Vance, según él mismo ha indicado, vio la luz y reconoció que había estado equivocado. Donald Trump no solo no era un peligroso populista y un engañabobos. Resultaba ser un gran presidente. Su receta, America First, era lo que realmente necesitaban los hillbillies de Vance.

Lentamente, sus opiniones fueron escorándose hacia posiciones duras en inmigración, planificación familiar y cualquier charco de la guerra cultural en el que pudiera meter los pies. Para 2021, Vance ya se había convertido en uno de los portavoces más radicales del trumpismo. Empezó a manejar teorías conspirativas como la del Gran Reemplazo, y a proponer a Trump que, si volvía la presidencia, limpiara el Gobierno federal de burócratas y los sustituyese por esbirros leales. Ese fue el año en el que se presentó a senador de Ohio, cargo que ganó, con apoyo de Trump y de radicales de la ultraderecha del partido como Marjorie Taylor Greene, en las midterms de 2022.

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Lo cual nos lleva al segundo elemento: ¿qué pasó? David Frum, que conoció bien a Vance hace una década, cuando este era un joven llamado a promover un ala reformista dentro del Partido Republicano, dice que la respuesta es muy sencilla: cambiaron los vientos políticos. Cuando Vance escribía sus artículos contra el Tea Party o decía que había que ser “idiota” para votar a Trump, Ohio todavía era, técnicamente, un estado veleta. Una zona dividida que los dos partidos trataban de llevarse con decenas de mítines y millones de dólares en anuncios de campaña.

Pero la suerte estaba echada, y Ohio acabó inclinándose decididamente hacia el lado republicano. Concretamente, hacia el lado trumpista. Si Vance quería llegar a algo en política, tenía que cambiar de mensaje: tenía que volverse populista. Y así fue como el autodenominado Never Trumper pasó a ser una especie de copia, casi 40 años más joven, del líder del nacionalpopulismo estadounidense.

Si el lector tiene curiosidad por saber más acerca de la extraña mudanza política del hoy candidato vicepresidencial, puede contrastar estos dos vídeos de J. D. Vance en YouTube: este es una entrevista que le hizo Megyn Kelley en NBC News, de la época en que dio el salto a la fama nacional con su libro; este otro es una conferencia que dio Vance el pasado 10 de julio en la Conferencia del Conservadurismo Nacional. Basta con ver los dos primeros minutos del primer vídeo y un poco del segundo para notar las diferencias.

Es una transformación hasta física: el Vance de 2016 y 2017 es un tipo lampiño, agradable, que acude a las entrevistas con aire entre sumiso y risueño, casi woke, siempre hablando de sus traumas y de su memoir y de que hay que tener empatía. El Vance que dará su discurso de aceptación mañana en Milwaukee ha adelgazado, tiene barba y habla con una dureza totalmente ajena al primer Vance, como si fuera un sheriff de voz cortante dispuesto a limpiar el poblado de malhechores.

La elección de J. D. Vance como número dos de Donald Trump sugiere que el magnate está totalmente convencido de que ganará en noviembre, ya que, en lugar de elegir a un candidato estratégico que seduzca a los votantes independientes y tranquilice a lo que queda del establishment, ha optado por pisar el acelerador: populismo en vena. Pero, sobre todo, indica la confianza de Trump en que el trumpismo ha llegado para quedarse. Incluso cuando él ya no esté.

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