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El problema de la sala de reuniones: por qué los progresistas van un paso por detrás

Las dificultades que sufre la campaña de Biden no son exclusivas de los demócratas estadounidenses, forman parte de un contexto global en el que las izquierdas están perdiendo la batalla ideológica

Joe Biden, durante su visita a un mercado. (Tom Brenner/Reuters)

No son tiempos fáciles para los demócratas estadounidenses. Los rumores sobre el intento de acelerar el nombramiento oficial de Biden antes de la Convención de Chicago dicen mucho de la inseguridad del aparato demócrata y de su necesidad de cerrar las opciones y dejar asentado cuanto antes que el candidato será el actual presidente.

Ese movimiento llega tras el intento de asesinato de Trump. Lester Holt, entrevistador de la NBC, preguntó a Biden cómo cambiará la campaña el incidente y el presidente le contestó apropiadamente que no lo sabía, y que quien formulaba la pregunta tampoco. Siendo cierto, es fácil suponer que afectará en un doble sentido y ninguno favorable para los demócratas. El primero es que asienta el perfil insurgente de Trump, y en una sociedad como la estadounidense, que se mueve en la agitación y que demanda cambios, el momento tiende a beneficiar al republicano.

El segundo es que ratifica el desánimo en el que los demócratas se desenvuelven tras el debate. Desde entonces, la sensación de que hay muchas probabilidades de que pierdan las elecciones es dominante. Las discusiones internas sobre si Biden debía o no continuar como candidato se intensificaron, ya que algunos sectores del partido entendían que era más factible remontar con otra persona al frente. Queda mucho para las elecciones y, al ritmo que se suceden los acontecimientos, hacer predicciones es un juego arriesgado. Puede que en un par de meses el momento sea distinto, pero hoy Trump cuenta con ventaja.

El problema está en el principio

Sin embargo, los últimos hechos no deberían esconder la mala campaña de los demócratas, cuyos errores están ahí desde el inicio. El principal ha sido la elección de Biden, especialmente por todo lo que revela de un partido fuera de la realidad. Respaldar su candidatura era una mala decisión, salvo que se entendiera que Trump estaba tan acabado que el desgaste mental del presidente daría igual. Quienes estaban a su alrededor, quienes habían interactuado con él y quienes tenían relación diaria, sabían de sus desconexiones.

Una vez que se hicieron visibles en el debate, se supieron algunos detalles, como el hecho de que le programaban las reuniones de diez de la mañana a cuatro de la tarde porque después estaba ya fatigado. Tales hechos los hicieron públicos los suyos para forzar a Biden a retirarse, cuando lo lógico es que los hubieran empleado antes para impedir que se presentase.

Dado que fue elegido candidato en las primarias con todo el apoyo del partido, que desanimó a cualquiera que quisiera presentarse, en el debate estalló un problema que crearon ellos solos. En el fondo, respaldar a Biden implicaba no tomarse en serio las elecciones: es como si creyeran que iban a ganar de todos modos, y que el pueblo estadounidense les votaría incluso presentando a una persona con signos de deterioro cognitivo.

El factor perturbador de la inflación estaba ahí, y para ser consciente de su peso bastaba con asomarse fuera de las salas de reuniones

El segundo elemento erróneo de la campaña es también relevante en lo simbólico, en la medida en que señala una mala lectura del momento social. Apostar por Biden implicaba que se intentaría convencer al votante indeciso mediante la gestión realizada, que había sido buena en muchos aspectos. La creencia última consistía en que, si hace cuatro años ganaron a Trump, ahora, con el aval del trabajo realizado, sería más sencillo.

Al fin y al cabo, al otro lado estaba un líder que había atravesado varios procedimientos judiciales y que había sido condenado. El presidente había realizado una tarea ingente en una época complicada, con pandemia y guerras, y era capaz de ofrecer buenas cifras económicas a sus compatriotas. Tenía que haber una recompensa al final del camino.

Ese planteamiento implica confundir los grandes y los pequeños procesos, la macroeconomía y la del ciudadano medio, las lecturas de los expertos y las de la realidad cotidiana. La inflación está siendo un shock para muchos votantes, máxime cuando ocurre en una sociedad en la que buena parte de la misma vive ya ajustada. La separación entre los que ganan mucho y el resto lleva a que en el primer estrato no se constate cómo el aumento de los precios está creando problemas molestos, cuando no muy serios, no solo a las clases trabajadoras, también a las medias.

Quizá, como argumentan los demócratas, un Biden en su segundo mandato podría tomar medidas más enérgicas que Trump a la hora de limitar el poder de las grandes corporaciones, y por tanto a la hora de rebajar los precios, pero lo cierto es que quien gobierna es Biden, y es a quien se le pasará la factura en las elecciones. Pueden contar con expertos como Paul Krugman que se pasen el día contándole al votante que está equivocado o que se deja engañar por las mentiras, que la economía en realidad marcha bien, pero se trata de gente que vive en un mundo muy distinto al del ciudadano medio. El factor perturbador de la inflación en el plano electoral estaba ahí, y para ser consciente de su peso bastaba con asomarse fuera de las salas de reuniones.

La tranquilidad de la burbuja

Hasta ahora, la campaña no ha traído más que complicaciones para los demócratas. Tras la mala imagen del debate, se vieron obligados a insistir en dos aspectos, las mentiras de Trump y el peligro para la democracia que representaba su movimiento. Biden llegó a afirmar que lo que pretendía Trump era convertirse en rey, en una suerte de evocación del final de la república romana y del cesarismo. Sin embargo, lo primero suena demasiado manido porque llevan mucho tiempo repitiéndolo y, tras el atentado, las críticas respecto del potencial dañino de Trump para la subsistencia de la democracia deberán rebajar su tono para que no se vuelvan en contra. Será un recurso, pero debilitado.

Todos estos elementos, sin embargo, parten del mismo punto, lo poco que conocen las élites a las sociedades a las que tienen que dirigirse electoralmente. La brecha existente entre quienes toman las decisiones y quienes soportan las consecuencias ha acabado por generar burbujas, espacios de mentalidad grupal que funcionan a la perfección durante un tiempo. Los mercados financieros las conocen bien: activos cuyo valor se exagera solo porque todo el mundo piensa lo mismo.

La economía digital de principios de siglo, como tantos otros ejemplos, fue exactamente eso, una serie de empresas de cotización elevada cuyas cuentas de resultados eran lamentables y que no ofrecían las razones necesarias para mantener o aumentar la inversión. Todos lo sabían, pero la ficción funcionó hasta que dejó de hacerlo y dejó un reguero de pérdidas. En los círculos políticos ocurre algo similar, ya que nadie se atreve a cuestionar las asunciones comunes hasta que la realidad entra por la ventana.

Esa burbuja, en el caso demócrata va más allá de la mera elección de un candidato y explica también el sentido de su campaña. Han planteado el partido a la defensiva, como si bastase con subrayar las buenas cifras económicas y con señalar a sus oponentes como antidemocráticos y amantes del autoritarismo. Ahora van por detrás en el marcador y ese planteamiento no les sirve. Sin embargo, siguen anclados en él.

La importancia de la ideología

En parte, su desventaja proviene de los cambios en el lado republicano. Trump no es el de 2016 ni el de 2020, en parte porque el mundo es otro. Desde las últimas elecciones, se ha producido una pandemia, la guerra de Ucrania y la de Gaza, además de las tensiones inflacionistas. China ha cobrado mayor peso todavía, como continúan haciéndolo los BRICS. Occidente, por mucho que quiera mantener el discurso de los viejos tiempos, está perdiendo peso e influencia en Asia, África y Latinoamérica; Europa se ve cercada por el crecimiento de las derechas populistas y de las extremas; y EEUU continúa atravesada por una división profunda.

La lucha se ha vuelto ideológica, pero solo los republicanos parecen haber comprendido el momento

En ese escenario, Trump ha ofrecido una manera de pensar distinta, ha sumado nuevos enfoques y ha acelerado otros, y está señalando nuevos caminos que son populares entre los estadounidenses: la reindustrialización, la denuncia de los tratados comerciales y la lucha contra China son aspectos en los que una mayoría de la población de EEUU coincide. Mientras tanto, los demócratas no han reaccionado a los cambios de época ni han introducido nuevas ideas ni nuevas ofertas: se han limitado a afirmar que lucharán contra el iliberalismo, que no permitirán que les quiten derechos, que harán la reconversion verde y que la transición será justa. A los liberales de izquierda y derecha europeos les ocurre igual, y creen que basta con señalar que la reacción a la crisis del covid fue distinta de la que se dio a la de las subprime, y que se ha subido el salario mínimo.

La lucha se ha vuelto ideológica, pero solo los republicanos parecen haber comprendido el momento, ya que están impugnando abiertamente muchos de los presupuestos que sostuvieron al partido durante décadas. Son conscientes de que necesitan otra cosa, no solo para ganar las elecciones, sino para articular mayorías, y han añadido nuevas cartas. Puede que jueguen con esos argumentos únicamente a nivel de discurso y que no tengan intención de llevarlos a la práctica, pero de momento los están utilizando, y han nombrado a Vance vicepresidente justo para reforzar ese mensaje.

Quien sepa manejar mejor esa clave y entienda que esto va de cambiar en una época que obliga a ello, ganará la partida

Y dado que esa pelea es ideológica, en el sentido de ser capaces de cuestionar las ideas propias y de desarrollar nuevas políticas que respondan de manera más contundente al momento, no se ha producido ni por el lado demócrata ni por parte de los liberales de izquierda y derecha europeos, no les queda otra baza que el desprestigio de los rivales. En las reacciones de los partidarios de Biden al nombramiento de J. D. Vance aparece de manera muy clara. Parecen creer que con criticar a los rivales, señalar su lado autoritario y llamarles fascistas basta, como si fuera un argumento definitivo.

No es así, la batalla es ideológica porque el mundo es otro, y se ha llegado a ese punto en el que los consensos de la burbuja neoliberal se han roto, y ya no se pueden colorear de verde, por una parte, o achacárselos a los woke de otra. Quien sepa manejar mejor esa clave, y entienda que esto va de cambio en una época que obliga a ello, ganará la partida. De momento, Trump va en cabeza.

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