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LOS FALSOS MITOS DEL CONTINENTE AUSTRAL

No, no tienes que operarte del apéndice si quieres viajar a la Antártida

Solo algunas personas han de someterse a una apendicectomía antes de ir de expedición al continente helado. Pero no te preocupes, probablemente tú no seas una de ellas

Una lancha recorre las aguas de la Antártida. (Unsplash)

El turismo en la Antártida crece a pasos agigantados. En 2013, el número de visitantes que desembarcaban en el continente más austral no pasaba de los 35.000. Sin embargo, en la actualidad, los cruceros que van y vuelven de la Isla Rey Jorge son una constante. En tan solo 10 años la Antártida ha llegado a acoger a nada menos que 105.000 turistas en 2023, según los datos de la Asociación Internacional de Operadores Turísticos de la Antártida. La cifra se ha triplicado. Ante tanta demanda, cientos de páginas webs se han llenado de consejos y guías para quien quiera emprender ese viaje, muchos de ellos poco o nada fiables.

Una expedición a las estaciones de la Antártida es una tarea que requiere una preparación rigurosa, sí, pero no son pocos los medios de comunicación y foros en internet que incluso advierten de que para visitarla hay que someterse a una operación del apéndice. Algo que, según los expertos, es falso. La apendicectomía no es un requisito para todas las personas que quieren realizar una expedición hacia el continente más frío, seco y ventoso del mundo. De hecho, solo hay un pequeño grupo de personas para las que esto sí es obligatorio.

Una vez que se establece el frío en invierno, es muy difícil realizar una evacuación. Los médicos que participan en estos viajes son quienes suplen cualquier necesidad de traslado por causas de salud, ya que se encargan de cuidar al grupo. Sin embargo, en la preparación de los doctores que participan en estas gélidas misiones hay un paso más que es esencial. Este paso de más incluye algo de menos: el apéndice.

Expedición antártica del investigador vasco Jan-Lukas Menzel (EFE)

A diferencia de las demás personas que vayan a una de estas expediciones, los médicos no tienen opción de conservar su apéndice. Así lo explica una nota del Programa Antártico Australiano junto con el Gobierno Australiano: “Normalmente, solo hay un médico en la estación durante el invierno. La evacuación para recibir atención médica en Australia no es posible durante al menos una parte del año”.

La apendicitis o inflamación del apéndice, un pequeño órgano adherido al intestino grueso, es una afección médica que generalmente no es mortal, pero sí común. Según un artículo de la revista Cirujano General, de la Asociación Mexicana de Cirugía General, el 7% de la población total tendrá apendicitis en alguna etapa de su vida. La cirugía es necesaria para evitar que el apéndice se rompa y provoque la llamada peritonitis, una infección que puede poner en riesgo la vida si no se trata de inmediato.

En la mayoría de los casos, los médicos de la Antártida están disponibles para tratar la inflamación de este órgano. Como cuenta el diario de 1951 de Nils Lied, participante en las Expediciones Nacionales de Investigación Antártica de Australia (ANARE), así fue en el caso de la apendicitis del cocinero Jack Starr, operada por el doctor Otto Rec. Sin embargo, ¿qué hubiera pasado si el enfermo hubiese sido el médico? Las probabilidades de que esto pasara son escasas, pero no nulas.

En 1950, un cirujano de Sídney comentaba en la prensa que la apendicitis del médico Serge Udovikoff debía resolverse con métodos conservadores. Ante el planteamiento de operarse a sí mismo, las “buenas dosis de antibióticos, como penicilina, inanición y descanso” habrían sido sus opciones. "Tendría que estar seguro de que las cosas están muy mal antes de pensar en quitarme el apéndice yo solo", dijo. Pero Udovikoff, que se veía sin paciencia y aislado en la Antártida, tenía algo más en mente: agarrar un cúter, cortarse el cuerpo con cuidado y sacarse el órgano inflamado.

Por suerte, esta operación nunca llegó a ser necesaria porque la marina australiana HMAS Australia (II) llegó a tiempo para evacuarlo. "Además de las incómodas condiciones creadas por los fuertes vientos que soplaban a 65 nudos, la aguanieve, la nieve y el granizo, el barco experimentó dificultades con el suministro de agua debido a la gran cantidad de plancton en el mar", cuenta una entrada de la Sociedad Histórica Naval de Australia. Finalmente, cuando el tiempo amainó, pudieron llevar al médico a una isla donde fue atendido.

Leonid Rogozov, realizándose una apendicectomía en la Antártida (Archivo)

Sin embargo, hubo una segunda ocasión en la que la historia termina de otra forma. En 1961 se dio un caso similar, esta vez en el doctor Leonid Rogozov. El 30 de abril el propio doctor escribía en su diario: "Nunca me he sentido tan mal en mi vida. El edificio se agita como un pequeño juguete en una tormenta". Este médico ruso sí llegó a echarle mano al cúter y se realizó a sí mismo una apendicectomía: "Tenemos que esterilizar las sábanas, porque vamos a operar". Tras casi dos horas de operación, dos ayudantes ligeramente instruidos, anestesia y varios días de recuperación, su autocirugía ha pasado a la historia como una de las anécdotas más sorprendentes en el campo de la medicina.

A raíz de estos hechos, además de los exámenes rigurosos de salud que cualquier persona que se aventure a ir a la Antártida ha de realizar, se estableció para los médicos la obligatoriedad de extraerse el apéndice como medida preventiva.

Sin embargo, hay un lugar en la Antártida donde sí que es obligatorio operarse en caso de querer vivir allí. Se trata de la inusual Villa Las Estrellas, en la Isla Rey Jorge, un núcleo poblacional de Chile donde todas las familias tienen algo el común: ni madres, ni padres, ni hijos tienen apéndice.

La villa, dependiente de la Fuerza Aérea de Chile, cuenta con una escuela, una oficina de correos, un banco, una biblioteca, una iglesia, un muelle y un hospital que es en realidad una especie de contenedor donde hay un médico de cabecera y un enfermero de manera permanente. En estas pequeñas construcciones, más los hogares, la población de esta villa, que varía de 80 a 150 personas, vive su día a día entre el mar y el hielo. Su filosofía es la de prevenir antes que curar, sobre todo cuando el hospital más cercano para extirpar apéndices está a más de 1.000 kilómetros de distancia.

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