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¿POR QUÉ SE REPITE?

Muchas zonas ya quemadas volverán a arder este verano: sabemos cuáles y por qué

Nuevos estudios científicos revelan datos que ayudan a luchar contra los incendios, pero las ideas predominantes que recoge la legislación van por otro lado

Incendio forestal. (EFE/Georgi Licovski)

Más tarde o más temprano, como pasa con las olas de calor, los incendios acaban apareciendo y se convierten en el drama del verano. La gestión de este riesgo aún tiene mucho margen de mejora, sobre todo porque los grandes fuegos tienden a incrementarse. El problema es muy complejo, pero uno de los datos que mejor revela el fracaso a la hora de abordarlo es que muchos lugares arden de forma recurrente. En el plazo de pocos años, algunos enclaves que habían sido arrasados por las llamas y empezaban a recuperarse repiten la tragedia.

Un estudio que acaba de publicar la revista Forest Ecology and Management ofrece algunas claves de lo que está pasando. Los investigadores han analizado datos de los incendios forestales que ocurrieron en el este de España entre los años 1993 y 2015. El 7,9 % de toda el área quemada sufrió dos fuegos distintos en este periodo, pero algunas zonas fueron pasto de las llamas tres, cuatro y hasta cinco veces en solo 23 años. El interior de la Comunidad Valenciana es la zona más afectada por esta recurrencia.

El análisis detallado revela que la vegetación que aparece después del incendio es clave: arden más los bosques que tienen más arbustos y matorrales, así como los de especies esclerófilas, es decir, los que tienen hojas duras, como encinas y madroños. La topología, la accesibilidad o el tiempo que haya transcurrido desde el incendio precedente son otros factores determinantes. Contar con esta información, según los autores, españoles y finlandeses, es esencial para la prevención y la mitigación de los incendios en bosques que ya son vulnerables. Sin embargo, las conclusiones son contradictorias con muchas de las estrategias que se están imponiendo en los últimos años.

Repoblar pensando en que habrá nuevos incendios

“Tradicionalmente, las reforestaciones se han hecho considerando el clima del pasado, el suelo o las características ambientales de un lugar, pero no el fuego”, explica a El Confidencial el experto Víctor Resco de Dios, profesor de Incendios y Cambio Global en la Universidad de Lleida. Sin embargo, este nuevo estudio evidencia “que hay que abordar la restauración pensando también en los incendios”, es decir, asumiendo que las probabilidades de que se produzcan son muy altas y que es importante diseñar un paisaje forestal adecuado para minimizar los daños. La cuestión es cómo hacerlo y ahí aparecen las divergencias.

Por ejemplo, la Ley de Restauración de la Naturaleza de la Unión Europea, aprobada recientemente, prevé incorporar el riesgo de incendios en las labores de restauración, siguiendo las recomendaciones de un documento sobre prevención que contradice muchas de las evidencias científicas más recientes. Así, mientras que ese informe asegura que los bosques monoespecíficos (en los que domina una sola especie arbórea o hay muy pocas) son más propensos al fuego y los bosques mixtos (con abundancia de árboles y otras plantas) son más resistentes, algunos expertos consideran que no hay evidencias al respecto y esta investigación apunta, precisamente, a la idea contraria.

El hecho de que los lugares con más arbustos sean más propensos a quemarse repetidamente no sorprende a los investigadores, sobre todo porque tardan menos en recuperarse que los grandes árboles. Muchas especies de matorral cuentan con “bancos de semillas” en el suelo. Así, “especies como el tomillo o el romero, se regeneran, principalmente, en el otoño posterior a un incendio, siempre que haya llovido lo suficiente”, destaca Resco. Por otro lado, las esclerófilas son especies que rebrotan tras el fuego. Por eso, “el tiempo que necesitan para volver a crecer acumulando la suficiente biomasa como para volver a sostener un incendio es breve”, entre cinco y diez años, según el lugar. Sin embargo, “un bosque necesita más tiempo para regenerarse, y de ahí que la recurrencia sea menor”.

Zona quemada. (EFE)

Por otra parte, los bosques mixtos son más propensos a formar una “escalera de combustible”, que permite al incendio trepar hasta la copa de los árboles, generando “murallas altísimas de llamas”. El motivo es que hay más variedad de edades y de tamaños. Es decir, que no hay discontinuidad vertical entre el suelo y la copa, y eso genera incendios más intensos que, en consecuencia, repercuten en una mayor mortalidad, según demuestran los estudios. Además, provocan un mayor riesgo para la población que vive en zonas rurales o de transición entre lugares urbanos y forestales. “Los bosques mixtos, por tanto, son más vulnerables y también más peligrosos para la ciudadanía”, resume.

Recientemente, el mismo equipo de investigación que ha estudiado los incendios recurrentes, liderado por Marina Peris Llopis, investigadora en la University of Eastern Finland, publicó en la revista Scientific Reports, del grupo Nature, un trabajo que demostraba que los bosques con más biodiversidad de especies arbóreas son los que se queman generando más daños, otra idea en la misma línea y contra los argumentos que predominan hoy en día. Este estudio, también realizado con datos españoles de zonas afectadas previamente por el fuego, reconoce que este tipo de masa forestal tiene “un papel ecológico fundamental”, pero “se ha sugerido que tienen mayor resiliencia y resistencia contra perturbaciones, particularmente incendios” y esa es una idea que habría que “reconsiderar”, explican.

Las zonas húmedas de Europa no son el Mediterráneo

“El problema es que algunos sectores han aceptado, de forma acrítica e irreflexiva, que lo que ocurre en zonas más húmedas como el centro de Europa también ocurrirá aquí”, comenta el profesor de la Universidad de Lleida. En esos lugares tan húmedos, los bosques mixtos, y con mucha diversidad, pueden favorecer que se almacene mejor el agua. Dentro del bosque, generan un microclima más fresco que preserva mejor la humedad. Sin embargo, “en los ecosistemas más secos, es probable que se dé el proceso contrario”, destaca. Si solo hay una especie o muy pocas, se aprovechan mejor los recursos, aumentando la efectividad contra las sequías y los incendios, tal y como apuntan algunas investigaciones.

Incendio de noche. (EFE)

Esas evidencias científicas, a veces, tienen que luchar contra apreciaciones sesgadas y particulares. “En ocasiones vemos que las zonas de bosques mixtos o de especies frondosas, como los robles y los castaños, se han salvado del incendio. Esto se ha interpretado como un indicador de que estas especies frenan el fuego. Sin embargo, lo que en realidad ocurre es que estos bosques se suelen dar en zonas más húmedas, como umbrías y fondos del valle”, Por tanto, el fuego se frena por el efecto de la topografía, y “no está demostrado que esto dependa de la especie ni de la diversidad”.

La apuesta por las especies autóctonas para las repoblaciones es otro de los mantras que han llegado hasta la legislación europea, una idea que parece perfectamente lógica, pero que tiene un matiz importante: el cambio climático está modificando todos los escenarios. “Es un concepto que está perdiendo significado”, afirma el experto, porque “los árboles van a ser forasteros en su propia casa, cada vez están menos adaptados, así que hay que considerar la introducción de otras especies o variedades”. Así, sería recomendable apostar por las procedentes de lugares más áridos o mejor adaptadas a los incendios. Por ejemplo, “hay especies de pinos que tienen unas piñas que se abren después del fuego y liberan las semillas. Este es un atributo que cabría seleccionar en los proyectos de repoblación, porque la intervención posterior a un incendio resultaría más barata y natural”, añade Resco.

Sin recetas universales

Por otra parte, la legislación que se está desarrollando en materia forestal “está asumiendo que los bosques viejos no arden, que son casi ignífugos, pero no hay datos que soporten esa hipótesis”, destaca el experto. Sin embargo, no hay evidencias que soporten esa idea y, también en este aspecto, empieza a consolidarse la contraria, que los bosques más jóvenes serían más resistentes, también respaldada por el estudio de la recurrencia de incendios. Asimismo, a pesar de los estragos que causan los incendios, esta investigación deja una conclusión positiva. Hasta ahora se pensaba que cuando los incendios se repiten con frecuencia en una zona (en particular, antes de que las plantas hayan llegado a fases reproductivas), es más probable que se produzcan extinciones locales de especies. Sin embargo, todo apunta a que este mecanismo puede no estar operando, o no ser tan importante como se creía.

Incendio en Mallorca. (EFE)

En general, los expertos destacan que no hay recetas universales, y que la política forestal “se debe realizar desde el territorio, teniendo en cuenta la complejidad real, y no a partir de recetas mágicas que provienen de las capitales” y quedan plasmadas en legislaciones comunes para todo un continente, con realidades muy distintas. Por eso, creen que los nuevos estudios ayudarán a recuperar mejor los lugares afectados por un incendio. “Durante las labores de restauración tenemos una gran oportunidad para asegurarnos de que no repetimos los errores del pasado. Es decir, que no volvemos a facilitar el desarrollo de masas forestales que favorecen la propagación del incendio, o su alta intensidad, ni periodos de recurrencia que acabarían desembocando en deforestación”, destaca Resco. No obstante, más allá de la “restauración en negro”, con el monte quemado, es necesario potenciar la “restauración en verde”, asegura, cuando el bosque aún no ha ardido y favorecer la actividad forestal puede disminuir el riesgo de un gran incendio.

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