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El cartel de "Patria" y la libertad, por D. Palencia
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El cartel de "Patria" y la libertad, por D. Palencia

El marco político patrio, diminuto y maniqueo, convulsiona cuando la cultura trata de ir más allá. Toda verdad incómoda queda enterrada en el cementerio de escombros del discurso público.

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La cultura de la cancelación ha llegado para quedarse. Procedente de las universidades estadounidenses y patrocinada por las redes sociales y los líderes de opinión es ya, junto con la demagogia, el único valor transversal a casi todo el espectro político español. Casos recientes como el de "A propósito de nada" (Alianza), "Cuties" (Netflix) y "Patria" (HBO) nos lo recuerdan.

Los límites de la política no deben constreñir a los creadores. El problema surge cuando ambos mundos, el de la política y el de la creación, convergen en un tema que los atañe. Las mentes politizadas no pueden evitar interpretar una ficción como si fuera el último vómito de Hermann Tertsch o un tuit salido de tono de Pablo Echenique, y por eso son tan aburridas las mentes politizadas.

El marco político patrio, diminuto y maniqueo, convulsiona cuando la cultura trata de ir más allá, porque la cultura siempre trata de ir un poco más allá, cuando desentraña las intimidades de los verdugos, cuando muestra sus miserias y también sus penas, porque las tienen. Toda verdad incómoda queda enterrada en el cementerio de escombros del discurso público. Todo lo gris, lo interesante, lo dudoso, será interpretado como “blanqueamiento”, como justificación de la maldad o como la personificación de la crueldad misma. Nos quieren hacer creer, todos esos que no hacen nada y opinan de todo, que en una película solo pueden mostrarse obviedades, que el público no está interesado más que en versiones modernas de "Raza" y que nadie pretende verse perturbado ni alterado en sus creencias más inmutables.

Fernando Aramburu, el autor de la novela "Patria", en la que se basa la serie de HBO, ha criticado el cartel promocional que él mismo tuiteó unas horas antes, y gente que respeto ha escrito que todo obedece a una estrategia deliberada de marketing. A mí, como profesional de la publicidad, me es imposible deducir ni una sombra de complicidad con el terrorismo o de humillación a las víctimas en un cartel tan naíf. De hecho, tal crítica simplista podría aplicarse a la magnífica novela de Aramburu, puesto que el cartel plasma lo que hay; dos familias, una víctima y un terrorista, y lo hace con dos escenas sacadas de la propia novela, que parece que alguno se quedó dormido en según qué capítulo. Plasmar algo no es justificarlo. Cuando muestras dos realidades no las estás equiparando, ni siquiera las estás comparando, estás haciendo justo y solo eso, mostrarlas, tratar de escudriñar la realidad desde tu visión única, subjetiva e injusta de creador.

Quiero creer que todos, salvo los cuatro chalados de siempre, estamos de acuerdo en lo que se refiere a ETA. Todos tenemos claro lo que fue, lo que jamás debemos olvidar y lo que no estamos dispuestos a permitir. Pero estamos hablando de ficción y a mí, como espectador y creador, todavía me atañen ciertos terrenos pantanosos que superan a la inocencia de la corrección política y las verdades impuestas: ¿Cómo llega una persona a convertirse en un asesino? ¿Nace con tal grado de maldad adherido a sus genes? ¿Hasta qué punto influye el entorno? ¿Se puede salir de eso? ¿Puede alguien que ha practicado o justificado sistemáticamente la violencia volver a ser parte de la sociedad?

Soy de los que creen que todo vale cuando hablamos de literatura o de cine, todo lo que funcione, claro. Creo que el creador debe tener la libertad de mostrar su visión y esta no debe ser cariñosa con las víctimas si este no lo desea, no debe ser comprensiva con los verdugos o políticamente comprometida si él no quiere, ni siquiera tiene la obligación de ser justa en términos globales. El espectador tiene licencia para juzgar la obra con su criterio, su experiencia y sus limitaciones, pero lo que no tiene nombre, por infantil y estúpido, es llamar a las hordas a la cancelación de una serie o una plataforma que todavía no ha estrenado la obra que se pretende cancelar.

Por el camino nos dejamos nuestra propia evolución personal y colectiva. Sin impugnarse a uno mismo no se puede crecer. ¿Y lo grande que es acercarse a una película con ánimo descubridor? ¿Y lo enriquecedor que es discutir nuestras creencias más profundas? No sea que acabemos cambiando de opinión.

También están los que dicen “no puedes separar la obra de su creador”, o mejor eso de “todo es política”. Lo será para ti.

Daniel Palencia

La cultura de la cancelación ha llegado para quedarse. Procedente de las universidades estadounidenses y patrocinada por las redes sociales y los líderes de opinión es ya, junto con la demagogia, el único valor transversal a casi todo el espectro político español. Casos recientes como el de "A propósito de nada" (Alianza), "Cuties" (Netflix) y "Patria" (HBO) nos lo recuerdan.

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