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Verdades absolutas, por R. Adler
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Verdades absolutas, por R. Adler

Cuando el ciudadano deja de ser un prosélito y se convierte en crítico de sus propias convicciones, es entonces cuando nace el progreso

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EC.

Estimado director:

Personalmente, solo creo en una verdad absoluta: que no existen las verdades absolutas. Por eso, no termino de comprender este sistema en el que los partidos políticos (con la inestimable colaboración de los medios de comunicación y las redes sociales) lanzan sus soflamas y estas son inmediatamente transformadas en dogmas de fe. En ese punto, aparecen correligionarios y detractores de la doctrina así proclamada, elevándose la ideología a la categoría de religión. Todo el mundo se posiciona a favor o en contra. Todo el mundo tiene las ideas claras en este escenario en el que solo hay blanco o negro, sin matices de gris.

Al leer los comentarios de los lectores al pie de cada noticia, me llama la atención el nivel de convencimiento que tienen muchos de sus autores y la poca sombra de duda que albergan. En un mundo tan confuso y una época de tanta incertidumbre, es remarcable cuánta certeza prolifera. Los argumentos a favor o en contra de cualquier concepto son categóricos, aplastantes, inapelables. La puesta en duda, la revisión de conceptos, la búsqueda de puntos intermedios son enseguida tildados despectivamente como "equidistancia", mientras que se denigra el "yo no soy ni de derechas ni de izquierdas".

La militancia es condición exigida. Cada bando se agarra a sus verdades inmutables, se cavan las trincheras, se establecen posiciones y, como en la Primera Guerra Mundial, los frentes terminan por estancarse sin que sea posible el avance de ninguna de las partes. Como resultado, guerra de desgaste en la que nadie puede ganar.

Esto no es el progreso. Si se quiere que la sociedad avance, tendrá que dejar de asentarse en verdades absolutas. Los ciudadanos deberían comenzar a preguntarse si existe una manera alternativa de interpretar la realidad que conocen, si lo que les han contado o lo que han leído no es tan cierto como parece o si lo que aprendieron en la escuela simplemente es solo una parte de la verdad, un modo de ver la verdad, y no la pura verdad, no la absoluta verdad. Cuando el ciudadano deja de ser un prosélito y se convierte en crítico de sus propias convicciones, cuando empieza a reconocer la posibilidad de verosimilitud en las ideas de otros ciudadanos, es entonces cuando nace el progreso. Porque en ese momento a los líderes ya no les será suficiente con un simple eslogan para gobernar.

R. Adler

Estimado director:

Política