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Lujo y secreto de Estado
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Lujo y secreto de Estado

A finales del siglo XVII, en la corte del último rey de los austrias españoles, Carlos II el Hechizado, un grupo de artesanos encontraron la fórmula

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Lujo y secreto de Estado

A finales del siglo XVII, en la corte del último rey de los austrias españoles, Carlos II el Hechizado, un grupo de artesanos encontraron la fórmula que les permitiría construir las mejores armas de fuego del mundo. El entorno cinegético madrileño junto a la desmedida afición a la caza de los monarcas españoles y la necesidad de proteger la vida de los integrantes de la corte de posibles fallos de funcionamiento de las escopetas de caza obligaron a los artesanos arcabuceros a refinar sus técnicas. Las escopetas madrileñas se convirtieron, durante algo más de un siglo, en objeto de envidia y admiración, en magníficas piezas no sólo de maestría mecánica, sino también artística.

La muestra que se expone en el Palacio Real se compone de 300 piezas distribuidas en siete salas. Las más espectaculares son las escopetas y pistolas provinentes de la Armería de la Real Ballestería, pero además incluye 257 punzones de arcabucero -que se creían perdidos hasta ser redescubiertos en 2000-, tapices, muebles, libros y óleos, entre los que destaca Carlos III cazador, de Francisco de Goya. La exposición intenta recordar a los arcabuceros madrileños, artífices cuyos nombres sonaban en toda Europa y cuyas obras alcanzaban elevadísimos precios. Así, la muestra incluye tanto el objeto finalizado como algunas de las herramientas utilizadas para su confección y textos que dan noticia de las normas que regían la profesión de arcabucero y los reconocimientos de que fueron objeto.

Aunque la escopeta más antigua data de 1687, la mayor parte de los objetos expuestos pertenecen al siglo XVIII. La Armería de la Real Ballestería fue fundada por Carlos III en 1767 para fabricar, conservar y mantener las armas de fuego acumuladas por la familia real desde Felipe V, en cuyo reinado se alcanzó el esplendor en la fabricación de armas de lujo. Los artesanos arcabuceros introdujeron algunos elementos franceses e italianos que se sumaron a la tradición armera española, dando lugar a escopetas de bellísima factura. El secreto de su eficacia se guardaba con sumo celo y, aunque las potencias europeas trataron de revelarlo por medio de espías, la fórmula permaneció a salvo. La armería llegó a contar con 380 escopetas, hasta su descomposición durante la Guerra de Independencia. La Regencia ordenó en 1812 su rescate para evitar la rapiña francesa, aunque sólo se consiguió poner a salvo una pequeña parte, la más selecta. No obstante, la invasión napoleónica supuso el fin de la arcabucería madrileña y también el de la Armería borbónica, demolida por José I durante la reforma urbana del entorno del Palacio Real.

Las escopetas madrileñas eran objetos muy codiciados, tanto como difíciles de conseguir. Sólo se hacían para la familia real, y por iniciativa de ésta, o con su consentimiento, para terceros. Además de la decoración, que seguía la moda marcada por la Francia de Luis XIV, su mayor virtud era la eficacia de su funcionamiento. La vida del rey dependía de la calidad del arma, y los artesanos juraban que su arma no fallaría, esto es, que no le saldría el tiro por la culata. El secreto no eran las arenas del Manzanares, como creyeron algunos espías ingleses, sino el empleo de viejas herraduras como base para la obtención del acero, sistema inventado por Nicolás Bis para conferir mayor resistencia al cañón. La llave que empleaban era llamada ‘madrileña’, y suponía el perfeccionamiento de la llave de patilla española. Para terminar, el artesano grababa las marcas de localidad y autoría con los punzones que se pueden ver en la exposición. La escopeta más cara de la colección fue realizada por José Cano para Felipe V, y en 1813 se valoró en 29.000 reales -más que un cuadro de Goya de dos metros de altura-.

El pintor aragonés, a quien la muestra dedica la última de las salas, era un gran aficionado a la caza y buen conocedor de estas armas. Las reprodujo en algunas de sus pinturas, algunas de los cuales pueden verse en la exposición, como Carlos III cazador, junto con la misma escopeta que aparece en el cuadro, claramente inspirado en el retrato de Felipe IV pintado por Velázquez.

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A finales del siglo XVII, en la corte del último rey de los austrias españoles, Carlos II el Hechizado, un grupo de artesanos encontraron la fórmula que les permitiría construir las mejores armas de fuego del mundo. El entorno cinegético madrileño junto a la desmedida afición a la caza de los monarcas españoles y la necesidad de proteger la vida de los integrantes de la corte de posibles fallos de funcionamiento de las escopetas de caza obligaron a los artesanos arcabuceros a refinar sus técnicas. Las escopetas madrileñas se convirtieron, durante algo más de un siglo, en objeto de envidia y admiración, en magníficas piezas no sólo de maestría mecánica, sino también artística.