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La perspicacia emocional de Pier Vittorio Tondelli
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La perspicacia emocional de Pier Vittorio Tondelli

Es un recurso habitual en literatura el referir un viaje interior, que en gran número se equipara a un dantesco descenso a los infiernos, a través

Es un recurso habitual en literatura el referir un viaje interior, que en gran número se equipara a un dantesco descenso a los infiernos, a través de otro exterior que, también usualmente, tiene su paralelo en viajes reales, físicos, del autor. Este es también el procedimiento que siguió Pier Vittorio Tondelli para su última novela que, por haber sido publicada dos años antes de su muerte -1991; la novela se publicó en 1989-, ha sido catalogada como testamento o “rendición de cuentas”. Lo cierto es que, en la segunda mitad de los ochenta, Tondelli comienza su retiro social así como una serie de viajes que recuerdan mucho a la reacción introspectiva y peregrina de Leo, el protagonista de Habitaciones separadas.

En la novela se dice que el único ser humano capaz de amar “es el emitaño, y él [Leo], a su manera, es un monje”. La muerte de Thomas, su amor contradictorio y apasionado, lleva a Leo a tomar conciencia de su propia mortalidad y lo empuja a la soledad y al ansia por lo sagrado. Comenzará un viaje sin destino ni planificación, un errático vagabundeo que no comporta su apertura sino, al contrario, una reclusión en sí mismo, una soledad como la del ermitaño en la que se siente seguro mientras transforma “su obsesión [por Thomas] en una mirada abierta sobre si mismo (p. 108). Leo descubre que sólo puede amar desde “habitaciones separadas”, un contacto relativo, una compañía solitaria, pues entiende el amor “como unas maravillosas vacaciones lejos de su vida” (p. 187).

Mas, al morir Thomas -algo que sabemos desde las primeras páginas, pues Tondelli emplea una estructura cíclica que intensifica el dramatismo-, Leo desencadena dentro de sí una tormenta; esta novela está narrada desde el borde del abismo, pero no desde el fondo. No es un testamento, sino un signo de cambio. La tormenta de Leo dará lugar a un nuevo ciclo estacional, que al cabo llevará a la muerte, como no puede ser de otra manera, pero ya aceptada. Así, aunque Leo se sienta viejo y fofo, experimenta un renacer que será melancólico, desesperado, pero no nihilista. Tondelli, explica Picone, se enfrentaba al problema de su propio sufrimiento y en esta novela todo el discurrir es doliente, aunque conserva algunos consuelos, como la literatura o la religión.

Religión y militancia gay

Es a lo que la crítica católica se ha aferrado para incluirlo en su nómina de libertinos arrepentidos, pero que a la luz de su obra, es difícil aceptarlo. En la novela declara, a través de su alter ego:“No puedo vivir sin Dios, pero puedo vivir sin religión”. Una religión que le hace avergonzarse, que le margina. “-Yo quiero vivir según mi naturaleza ¿Por qué mi libertad tiene que ser juzgada por la conciencia de los demás? ¿Por qué tengo que ser reprobado por cosas por las que doy gracias?”. Este rechazo de la religión católica -‘oficial’- destierra cualquier intento de apropiación", pues “la separación de Thomas lo empuja hacia la religiosidad y la sacralidad de lo humano” y el catolicismo es “una religión sin sexo para hombres que temen las pasiones y la fuerza del amor”.

En las páginas 51-52 y 125-126 encontramos un emotivo rechazo de las convenciones religiosas y sociales sobre el amor homosexual que lo fuerzan a la marginalidad: “Él no podía exhibir su dolor. Ya que ninguna sociedad reconocería como auténtico un luto como el suyo; ni, por consiguiente, poseería aquella ritualidad capaz de resolver, socialmente, una catástrofe todavía no oficializada: en definitiva, lo que los antropólogos llaman, para diferenciarlo del luto burocrático, ‘el luto del corazón’” (p.204). Su rechazo de la inhumanidad convencional no le evitó la reprobación de ciertos críticos gay por su escasa militancia, y es que en Habitaciones separadas el amor homosexual se trata con absoluta naturalidad, pues la novela, confesaba el autor, “no trataba de la homosexualidad. Hablaba del amor. Estoy cansado de estas diferencias con respecto a una forma de querer que es en todo similar a la de los demás”.

Todo lo anterior sugiere una abundancia de matices emocionales, afectivos y reflexivos que hace que el lenguaje se le quede pequeño. Es precisamente el estilo de Tondelli lo que ha llamado más la atención de la crítica; un uso “libertino” del lenguaje -según Eva Muñoz Raya, jugando con el título de su polémica novela Otros libertinos, publicada por Anagrama- y, según Claudio Piersanti, “exuberante, abierto, sin miedo a las muchas infiltraciones y aparentes impurezas que encontramos a menudo en sus páginas” (p. 5, Prólogo). Un mensaje tan rico que el lenguaje se hincha y expande, se afana en contenerlo dentro de sus costuras pero que termina por desbordarlo. No obstante, este defecto indica que la verdadera exuberancia era el propio Tondelli.

LO MEJOR: su emotivo lamento por el rechazo social de la homosexualidad.

LO PEOR: es fácil perderse en los vericuetos emocionales de Leo.

Es un recurso habitual en literatura el referir un viaje interior, que en gran número se equipara a un dantesco descenso a los infiernos, a través de otro exterior que, también usualmente, tiene su paralelo en viajes reales, físicos, del autor. Este es también el procedimiento que siguió Pier Vittorio Tondelli para su última novela que, por haber sido publicada dos años antes de su muerte -1991; la novela se publicó en 1989-, ha sido catalogada como testamento o “rendición de cuentas”. Lo cierto es que, en la segunda mitad de los ochenta, Tondelli comienza su retiro social así como una serie de viajes que recuerdan mucho a la reacción introspectiva y peregrina de Leo, el protagonista de Habitaciones separadas.