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Enfrentándose al cólera
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Enfrentándose al cólera

“En 1854, Londres era una metrópoli victoriana que intentaba arreglárselas con una infraestructura pública isabelina.” Ninguna descripción del Londres de esa época puede evitar referir el

“En 1854, Londres era una metrópoli victoriana que intentaba arreglárselas con una infraestructura pública isabelina.” Ninguna descripción del Londres de esa época puede evitar referir el apestoso hedor de sus calles y del fangoso río. Era una ciudad que acumulaba los excrementos y desechos de dos millones y medio de habitantes sin un alcantarillado operativo, sólo una red bastante deficiente de cloacas que vertía sus fluidos al Támesis. Los victorianos tenían verdadero pánico al hedor que se filtraba a través de grietas y, sin necesidad de filtrado, desde patios llenos de inmundicias. Creían firmemente que aquella peste podía hacerles enfermar, y este miedo les empujó a tomar decisiones que no hicieron sino aumentar sus probabilidades de muerte. Así comenzó el brote de cólera Broad Street y esta historia.

El autor, Steven Johnson, es considerado como una de las personas más influtentes de la Red de redes, desde la atalaya de su blog. En este ensayo, compuesto de forma muy narrativa y accesible, emplea el ejemplo del famoso brote de cólera de 1854 para mostrar el enfrentamiento de la ciencia contra los prejuicios supersticiosos y, al tiempo, eleva un alegato a favor de la vida urbana que, según explica, debe mucho a los protagonistas de la historia -John Snow y Henry Whitehead- y es la principal esperanza de supervivencia de la especie humana ante una explosión demográfica que hace su existencia cada vez más insostenible.

La investigación de Snow y Whitehead es un ejemplo de cómo los prejuicios y supersticiones pueden y deben romperse, y de cómo una decisión errónea puede ser apoyada por una abrumadora mayoría de personas inteligentes y preparadas. Esto ocurrió con los científicos victorianos, afianzados en la cerrazón de la teoría miasmática, dominados por sus miedos e incapaces de reconocer la pertinencia de la hipótesis de la transmisión hídrica del cólera. Las buenas intenciones de los higienistas victorianos resultaron contraproducentes porque no habían superado, intelectualmente, el estado de superstición. Al impulsar una red de eliminación de residuos que trasladaba al río los desechos de la ciudad, estaban contaminando el agua que bebían. Esto, que nos puede parecer de Perogrullo, no les parecía a ellos tan grave como el mal olor de sus calles. Aquello era “la locura resultante de estar hechizado por una teoría”.

Ya desde el primer momento, el avance de la epidemia resultaba contradictorio para los prejuicios de la época. Las víctimas no siempre se aparecían donde se las esperaba y, sin embargo, se registraban en lugares inopinados. La distribución de los enfermos, que a la postre se acabaría plasmando en el célebre e influyente mapa de Snow, dio la clave del enigma. Si bien no había atravesado Regent Street hacia los barrios más acomodados, las peores zonas del Soho como Green’s Court se mantenían intactas. Y, en cambio, alrededor del puro grifo de Broad Street la enfermedad se desarrollaba con una virulencia y crueldad inusitadas, mientras la cervecería Lion Brewery, el asilo de St. James, las casas de Green’s Court y las viudas del barrio se mantenían inmunes. Ninguna de las teorías más aceptadas explicaban este caprichoso patrón, y fue precisamente la publicación del mapa lo que abrió los ojos del público.

La idea de Snow a la hora de presentar su mapa, además de abrir camino a la teoría contagista y de comenzar a eliminar la teoría miasmática, cambió la forma de presentar la información de ahí en adelante. Por otra parte, al concebir la ciudad como un sistema de partes interconectadas Snow no sólo dio con la clave de la epidemia, sino que además cambió la percepción de la ciudad misma al comenzar a concebirse como un sistema cuasiorgánico sobre el que las autoridades tienen capacidad de acción. Al cabo de años, cuando Snow ya había muerto, Londres le escuchó y se puso manos a la obra. El diseño del alcantarillado Bazalgette terminó por alejar el cólera de la ciudad y, a la larga, de todas las ciudades del mundo desarrollado. El camino iniciado por Snow ha permitido a las ciudades organizarse como barreras contra las enfermedades y, según Johnson -que es apasionadamente optimista-, para 2025 la humanidad ya no tendrá que temer -sobre el papel- a las enfermedades infecciosas. Ojalá sea cierto.

LO MEJOR: el pulso narrativo del ensayo.

LO PEOR: la descuidada labor editorial.

“En 1854, Londres era una metrópoli victoriana que intentaba arreglárselas con una infraestructura pública isabelina.” Ninguna descripción del Londres de esa época puede evitar referir el apestoso hedor de sus calles y del fangoso río. Era una ciudad que acumulaba los excrementos y desechos de dos millones y medio de habitantes sin un alcantarillado operativo, sólo una red bastante deficiente de cloacas que vertía sus fluidos al Támesis. Los victorianos tenían verdadero pánico al hedor que se filtraba a través de grietas y, sin necesidad de filtrado, desde patios llenos de inmundicias. Creían firmemente que aquella peste podía hacerles enfermar, y este miedo les empujó a tomar decisiones que no hicieron sino aumentar sus probabilidades de muerte. Así comenzó el brote de cólera Broad Street y esta historia.