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Músculos sentimentales y sociales
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Músculos sentimentales y sociales

EL BESO Autor: Alain Montandon. Editorial: Siruela. Páginas: 144 Precio: 15,90 €. Comprar libro Dice la Wikipedia –y si lo dice, será verdad– que la canción de Consuelo Velázquez, Bésame mucho,

Dice la Wikipedia –y si lo dice, será verdad– que la canción de Consuelo Velázquez, Bésame mucho, es la “más cantada y más grabada, fuera de los villancicos y canciones de cumpleaños”. Sin duda, todos la hemos tarareado alguna vez, aunque nuestros gustos musicales vayan más por la vereda un poco guarra del punk; es inevitable. Y es que es difícil resistirse a un beso, aunque sea cantado, y mejor, dicen, si es robado –ante un gesto de rechazo o estupefacción, siempre se puede reclamar el beso dado–. No obstante, aunque tendemos a pensar que se trata de un gesto universal, resulta que no es así. El filósofo francés Alain Montandon, en las primeras páginas de El beso, se apresura a señalar que en culturas como la africana o asiática resulta ser algo desagradable e incluso malvado, pues por la boca se puede secuestrar el espíritu del otro –¡y cuántos besos no persiguen precisamente eso!–.

Nos son conocidos, además, el beso de Judas o el que manda dar el Padrino a quien va a conocer el fondo del estuario del Hudson; porque el número de besos, como el de tontos, es infinito. En una cultura tan besucona como la europea la variabilidad es inmensa. Hay besos curativos –el que nos da mamá en la rodilla magullada– y besos punzantes –el que la pariente lejana da mientras retuerce con saña las mejillas del tierno infante–; besos apasionados – Jennifer Jones y Gregory Peck en Duelo al sol– y besos castos –los de los padres de antes–. Pero los besos no se dan sólo en la boca: todo el cuerpo es susceptible de ser besado –y dejémoslo aquí–.

Montandon realiza en este breve ensayo una fenomenología del beso, a través de numerosos ejemplos literarios que en su mayor parte extrae del acervo cultural francés –por lo que muchos de los nombres resultan poco familiares–, aunque lamentablemente se queda ahí. Apunta hacia una antropología del beso a la que no llega y la casuística es tan amplia que termina echándose en falta una sistematicidad más trabada. A la sensación general de premura contribuye el que, al repetir algunos autores, vuelva a presentarlos como si fuera la primera vez. No obstante, responde satisfactoriamente a la pregunta formulada en el subtítulo: “¿Qué se esconde tras este gesto cotidiano?”, al explicar los diferentes significados sociales y convencionales del beso.

Los labios no son los únicos músculos –orbicular, risorio, cigomático…– relacionados con los sentimientos; de hecho, la cultura europea identifica a uno como fuente de toda emoción: el corazón. O así era hasta que la neurociencia comenzó a identificar las partes del cerebro responsables de las emociones. Para los egipcios, el cerebro no era importante; durante el proceso de embalsamamiento lo sacaban por las narices de la futura momia, con la ayuda de un inquietante gancho y de ahí iba a la basura. En cambio, el corazón, considerado fuente de vida y canal de comunicación con la divinidad, era devuelto al cuerpo pues debía hablar por el muerto el día del Juicio. Claro que, para las culturas babilónicas, tales funciones las cumplía el hígado y no el corazón. Y los aztecas preferían arrancárselo y ofrecerlo a la divinidad en sacrificio.

El profesor Høystad traza una Historia del corazón hasta llegar a las coordenadas culturales europeas presentes para, a partir de esta perspectiva diacrónica elaborar toda una teoría de la cultura europea. Puede hacerlo porque, según su tesis, el corazón es –era– el centro de la vida espiritual occidental, pero tal vida espiritual tiene una gran influencia musulmana, herencia del medievo. Que la tradición griega y hebrea tienen gran incidencia sobre nuestra cultura es sabido, pero la influencia arábiga no es reconocida con tanta facilidad y sin embargo la apuesta de Høystad es clara y contundente. Este puede ser el punto más polémico del ensayo –así como el capítulo sobre los aztecas, un ejemplo de cómo una persona culta e inteligente puede ser víctima de prejuicios étnicos e históricos– pero la explicación es convincente y clara, tanto como este sencillo y atractivo ensayo al completo.

Dice la Wikipedia –y si lo dice, será verdad– que la canción de Consuelo Velázquez, Bésame mucho, es la “más cantada y más grabada, fuera de los villancicos y canciones de cumpleaños”. Sin duda, todos la hemos tarareado alguna vez, aunque nuestros gustos musicales vayan más por la vereda un poco guarra del punk; es inevitable. Y es que es difícil resistirse a un beso, aunque sea cantado, y mejor, dicen, si es robado –ante un gesto de rechazo o estupefacción, siempre se puede reclamar el beso dado–. No obstante, aunque tendemos a pensar que se trata de un gesto universal, resulta que no es así. El filósofo francés Alain Montandon, en las primeras páginas de El beso, se apresura a señalar que en culturas como la africana o asiática resulta ser algo desagradable e incluso malvado, pues por la boca se puede secuestrar el espíritu del otro –¡y cuántos besos no persiguen precisamente eso!–.