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Alta literatura para acercarse a la eternidad
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Alta literatura para acercarse a la eternidad

Nadie sabe, a ciencia cierta, el origen del juego de la oca. Pudo ser un invento griego, y el disco de Phaistos, fechado en torno al

Nadie sabe, a ciencia cierta, el origen del juego de la oca. Pudo ser un invento griego, y el disco de Phaistos, fechado en torno al 2000 a. C., podría ser uno de los primeros tableros. Otros atribuyen su origen a los caballeros templarios, que en seguida se hacen beneficiarios de todo misterio irresoluble. Ligada a esta teoría está la que atribuye un significado esotérico al infantil tablero; el juego de la oca sería una guía encriptada del Camino de Santiago, que debería hacerse siguiendo las marcas que los Maestros Constructores -templarios, claro- habrían ido dejando en el recorrido, en los monumentos y estructuras que levantaban, ya fueran catedrales o posadas. Y este viaje, que como todo viaje auténtico -no turístico- tiene una dimensión espiritual que, en el caso del Camino es más que evidente -en tanto que viaje al fin del mundo y, por tanto, simbólicamente, a la frontera del Más Allá-, es el que ha elegido José Antonio Ramírez Lozano (Nogales, Badajoz, 1950) para componer esta novela-fábula en torno a la palabra como sustancia espiritual, material y literaria.

Los antiguos consideraban a las ocas depositarias de la sabiduría sagrada y, por ello, se las suponía guías enviadas por la divinidad para orientar al hombre en su viaje hacia la eternidad. Así, Felicitas, la oca de Lucas, el narrador, habla en un lenguaje que se le hace incomprensible, que es la voz divina que Ramírez Lozano, como San Juan, asocia a la Palabra. La palabra es lo que hace real el mundo y de ahí que el lema del libro sea: "El sol no se aposenta / jamás sobra las cosas / si antes no las nombras", versos del propio autor. Esa Palabra es lo recóndito del diccionario, el saco mistrerioso al que recurre el escritor, porque esta es también una novela metaliteraria, una novela que se escribe a sí misma y en la que el lector es absorbido hasta presentarse al final del relato como competidor barthesiano del autor, que se ve obligado a reivindicar su autoría con cierta severidad.

Cuando la oca Felicitas desaparece, Lucas debe emprender un viaje iniciático y espiritual que no emula, sino que es, el tablero mismo de la oca. La novela se compone pues de sesenta y tres viñetas, que se pueden leer aleatoria aunque unidireccionalmente, con ayuda de un dado. En ese viaje la Palabra, como en la Creación, se hace sólida, constitutiva de la realidad. Nada existe hasta que no se le nombra, y lo innombrado o aquello que ha perdido el nombre, desaparece. La oca le guía hasta la casilla final, el Jardín de las Ocas. El Jardín, que en la novela es la poesía, evoca la divinidad. Es una casilla fuera del juego, y significa que se ha sobrepasado el límite de este mundo, se ha rebasado el Finis Terrae y penetrado en el mundo divino que para Lozano es, como se ha dicho, la poesía. Allí, la oca le iniciará en los secretos de la poética y Lucas habrá de abandonar la mera mortalidad.

La novela, breve y fragmentaria, que juega con su estructura así como con el lenguaje, está surcada por la ironía y el humor. Pese a esa brevedad, la profundidad a la que alude es grande, enorme, pues se refiere a culturas milenarias. Ya los celtas cruzaban el norte de la Península a honrar al sol poniente en Fisterra, y quién sabe cuándo comenzó esa tradición que la Iglesia asimiló en el siglo VIII. La novela adquiere toda la fascinación de este cúmulo de tradiciones y añade el propio de la metaliteratura. Y si, además, se quiere leer con un dado, la lectura se torna infinita, como el mismo viaje hacia la eternidad.

LO MEJOR: todo.

LO PEOR: nada, evidentemente.

Para leer más sobre el significado esotérico del Juego de la Oca: http://www.juegodelaoca.com/

Nadie sabe, a ciencia cierta, el origen del juego de la oca. Pudo ser un invento griego, y el disco de Phaistos, fechado en torno al 2000 a. C., podría ser uno de los primeros tableros. Otros atribuyen su origen a los caballeros templarios, que en seguida se hacen beneficiarios de todo misterio irresoluble. Ligada a esta teoría está la que atribuye un significado esotérico al infantil tablero; el juego de la oca sería una guía encriptada del Camino de Santiago, que debería hacerse siguiendo las marcas que los Maestros Constructores -templarios, claro- habrían ido dejando en el recorrido, en los monumentos y estructuras que levantaban, ya fueran catedrales o posadas. Y este viaje, que como todo viaje auténtico -no turístico- tiene una dimensión espiritual que, en el caso del Camino es más que evidente -en tanto que viaje al fin del mundo y, por tanto, simbólicamente, a la frontera del Más Allá-, es el que ha elegido José Antonio Ramírez Lozano (Nogales, Badajoz, 1950) para componer esta novela-fábula en torno a la palabra como sustancia espiritual, material y literaria.