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Magnífico ejercicio metateatral
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Magnífico ejercicio metateatral

Vaya por delante que no soy muy dado al teatro contemporáneo; que creo, y difícil va a ser sacarme de ahí a estas alturas, que el

Vaya por delante que no soy muy dado al teatro contemporáneo; que creo, y difícil va a ser sacarme de ahí a estas alturas, que el teatro murió el 25 de mayo de 1681 aunque de cuando en cuando le dé algún estertor afortunado -es decir, que del todo yerto no está-. A veces toca ir a una sala alternativa, que es como se llaman los teatros modernos, de estructura más flexible -la Sala Cuarta Pared es un claro ejemplo-, y ver qué cuece hoy la nueva cocina teatral; a veces, hasta salgo feliz tras haber visto una representación interesante, estimulante. En ocasiones, veo que no está tan muerto como creía.

Una historia de fantasmas, que no es teatro de suspense como La mujer de negro, otra obra estimulante, sino una comedia "zurda", es una divertida reflexión metateatral, llevada adelante con un humor intelectual, en la que los actores-personajes se rebelan contra su autor, "Fernández", aunque no del todo. El hilo narrativo base es la representación de la obra de teatro que hemos ido a ver, en la que Silvia, la hermana muerta de Pedro, se resiste a partir al más allá porque no ha visto "la luz esa de los cojones" y porque tampoco está muy dispuesta a dejar este mundo en el que se lo pasa tan bien. Ello descoloca a su hermano, que no termina de adaptarse a una vida en la que no sabe cuándo se le presentará su hermana.

Sobre este hilo se teje otro, el de los actores que están representándolo y a quienes disgusta el texto, rechazan las obsesiones del autor que, por otro lado, no manifiesta demasiado interés marchándose a París y dejándoles que terminen ellos la obra. Afortunadamente, el Fernández de carne y hueso ha sido bastante más responsable y les ha dejado un texto brillante, en el que los personajes saltan entre diversos planos, interactúan en un espacio escénico múltiple, cantan -espléndida voz de Beatrice Binotti cantando la Meravigliosa creatura de Gianna Nannini- y juegan con la tradición teatral -insipirándose en ¿Pirandello?, ¿Unamuno?, en ese punto no se deciden- y construyen un espectáculo vivo y divertido sobre la creación dramática y la muerte. Que no es del teatro, parece.

Vaya por delante que no soy muy dado al teatro contemporáneo; que creo, y difícil va a ser sacarme de ahí a estas alturas, que el teatro murió el 25 de mayo de 1681 aunque de cuando en cuando le dé algún estertor afortunado -es decir, que del todo yerto no está-. A veces toca ir a una sala alternativa, que es como se llaman los teatros modernos, de estructura más flexible -la Sala Cuarta Pared es un claro ejemplo-, y ver qué cuece hoy la nueva cocina teatral; a veces, hasta salgo feliz tras haber visto una representación interesante, estimulante. En ocasiones, veo que no está tan muerto como creía.