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Una velada en un corral de comedias de hoy
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Una velada en un corral de comedias de hoy

Quizá por casualidad, sin que nadie lo haya proyectado ni apercibido, los Jardines del Galileo se convierten en verano en un corral de comedias como lo

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Una velada en un corral de comedias de hoy

Quizá por casualidad, sin que nadie lo haya proyectado ni apercibido, los Jardines del Galileo se convierten en verano en un corral de comedias como lo era el del Príncipe, o el de la Cruz, allá por el diecisiete. No es sólo porque se represente en él a Calderón, ni porque la apuesta de Manuel Canseco vele más por la recepción que por la innovación. También es un escenario abierto y descubierto, como lo eran los corrales, en el que se plantea un espectáculo más largo que en el teatro normal, alzado y bajado de telón y sanseacabó. El espectáculo comienza en torno a las nueve de la noche, con villancicos y mojigangas, como en el Siglo de Oro, que prolongan la estancia y amenizan la cena.

Porque, como ya es tradición, en el Jardín del Galileo se cena. Esta nueva alojería, servida este año por el Museo del Jamón, dispensa cerveza -el "orín de burro" de Lope- y cocacola, en vez de aloje, hidromiel que pocos pasarían hoy, siquiera por curiosidad. Las viandas, algo caras pero no malas, son las típicas de las terrazas estivales: ensaladas, croquetas, algunos embutidos a la brasa -el criollo, sabroso- o calamares a la andaluza y salmorejo -refrescante-. En el patio se confunden, como no lo hacían cuando Calderón hizó reír por vez primera, clases sociales y sexos. Aposentos y cazuela, mosqueteros y tertulianos, confundidos en las mesas del patio; ya no se da el contraste entre el progresismo del texto y el conservadurismo de la sociedad que acudía a venerarlo: las damas del escenario y las del patio son igual de pizpiretas. La súplica -o amenaza- del "¡sombreros!" se ha sustituido por el apagado de móviles. Comienza la representación.

El escenario dispone el patio -o corral- del palacete urbano de don Pedro Enríquez, noble madrileño, padre de dos hijas muy bellas pero de muy diferente virtud. Fábrica de ladrillo, dos alturas, soportal adintelado y balconada. Una puerta divide la planta baja: la alacena de vidrios que tanto juego va a a dar. No hay burlas con el amor es una comedia juvenil, animada, de enredo, en la que el gran acierto de Calderón son los personajes de don Alonso y doña Beatriz. Ésta, resabiada y algo impertinente, siempre tiene un latinajo o un verbo imposible en los labios y ni ama ni es amada, pese a su belleza. Calderón compone un don Alonso burlador, pero luego burlado, al que tira de un balcón o encierra en una pequeña alacena, al que hace sucumbir al amor del que tanta burla hacía. Ambos personajes están magníficamente interpretados, con un punto de exceso molieresco, por Alejandra Torray y Gabriel Moreno; les acompañan brillantemente Joan Llaneras -el severo don Senén en Amar en tiempos revueltos- y Alberto Closas, hijo del gran actor del mismo nombre, que interpreta a don Juan con gran porte y distinción.

Como ya hemos dicho, el montaje de Canseco es tradicional, con un escenario figurativo y sencillo al igual que la composición de la escena, con una adaptación muy fiel del texto, pues es evidente que siempre tiene en mente al espectador, más que al crítico. El vestuario de José Antonio Cidrón, corriente en cuanto a los patrones, tiene un guiño de original simpatía en el tejido, que es tela de vaquero. De vez en cuando, montajes así suponen un desahogo de tanta pretensión que se gastan muchos directores cuando acometen la adaptación de un texto del Siglo de Oro; el espléndido teatro barroco, despojado de añadiduras que sólo en contados casos suman, y en la mayoría restan, se recibe mejor, se goza más y emociona más hondo. Este verano, las noches en el Galileo van a ser cálidas y divertidas.

Quizá por casualidad, sin que nadie lo haya proyectado ni apercibido, los Jardines del Galileo se convierten en verano en un corral de comedias como lo era el del Príncipe, o el de la Cruz, allá por el diecisiete. No es sólo porque se represente en él a Calderón, ni porque la apuesta de Manuel Canseco vele más por la recepción que por la innovación. También es un escenario abierto y descubierto, como lo eran los corrales, en el que se plantea un espectáculo más largo que en el teatro normal, alzado y bajado de telón y sanseacabó. El espectáculo comienza en torno a las nueve de la noche, con villancicos y mojigangas, como en el Siglo de Oro, que prolongan la estancia y amenizan la cena.