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Leer a España de oído
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Leer a España de oído

Aunque mp3, iPods y otros cacharros tecnológicos -lo que los horteras denominan gadgets- suponen una nueva esperanza, el audiolibro no ha tenido en España, hasta ahora,

Aunque mp3, iPods y otros cacharros tecnológicos -lo que los horteras denominan gadgets- suponen una nueva esperanza, el audiolibro no ha tenido en España, hasta ahora, un desarrollo similar al de otros países europeos como Alemania o Gran Bretaña-. Alfaguara se los comió con patatas en 1996, y tan sonado fracaso del gigante de Prisa ha provocado en el resto de editores un miedo cerril a aventurarse con un soporte que, además, es fácilmente pirateable. Así, con los grandes fuera de juego, este nicho editorial queda para los marginales, para empresas especializadas o, como Funambulista, lo bastante pequeñas e ilusionadas como para correr el riesgo. Los grandes aguardarán a que les hayan abierto camino y volcarán su poderoso catálogo cuando les convenga.

No debemos olvidar, entonces, proyectos como esta nueva colección de audiolibros que ha iniciado Funambulista con La España que te cuento. Pero lo interesante de este libro es que recopila relatos de diversos autores, al margen del CD que incluye con esos mismos cuentos leídos por sus creadores, es la clara unidad temática del volumen. Si Alfaguara, por ejemplo, fue a lo más fácil grabando clásicos y superventas, la compilación de José Ovejero tiene una finalidad comunicativa superior, dirigida, pues evita el recurso al nombre rutilante o el título evidente. Ovejero ha reunido a un grupo de autores, desde los más prestigiosos como José María Merino o Enrique Vila-Matas a otros casi anónimos como Mercedes Cebrián, pasando por el misterioso Colectivo Todoazen o la bloguera Isabel Núñez, y seleccionado piezas que configuran un retrato -"parcial", como no puede por menos que reconocer Ovejero- de las últimas décadas de nuestro país.

España, por mucho que se empeñen en negar ahora, sigue siendo different, y los cuentos aquí recogidos componen un cuadro de esa particularidad hispánica. Así, algunos cuentos como Julia, Pablo y el cubo de Rubik del propio Ovejero -y, más sutilmente, Temperaturas de Cristina Grande-, nos dicen de dónde venimos-, El año que tampoco hicimos la revolución -Colectivo Todoazen- nos dice dónde estamos -éstos conforman el grueso del libro- y Dos chinos en una piscina hinchable de José Machado hacia dónde estamos yendo. Queda claro que no hemos superado la Guerra Civil, que la Transición fue "un parche que a fuerza de tirones se descose una y otra vez" que, en definitiva, somos herederos de una larga tradición que, como poco, se remonta a la Guerra de Sucesión y que consta de un agregado de conflictos irresueltos que brotan por los jirones de nuestra democracia.

Pero esto no es literatura de catástrofes, ni mucho menos. La pieza de Todoazen puede ser lo más parecido; la novela de la que aquí se recogen fragmentos, si es que se le puede llamar novela, es un collage de titulares y retales de noticias aparecidos en la prensa los últimos años, y su lectura es descorazonadora. Que El álbum de fotografías de Luisgé Martín connote una situación de normalidad entre los homosexuales o Tarde en la noche, de Rosa Montero, presente a una mujer totalmente liberada, indica que la sociedad española es, hoy por hoy, una sociedad contemporánea, madura -o, al menos, en un punto avanzado de madurez-. Aún existen márgenes, arrabales donde la modernidad no ha llegado, tal y como narra Fernando Aramburu en La colcha quemada -un relato sobre el terrorismo etarra y esa excusa tan miserable del "algo habrá hecho"-, y puede que, como le ocurre a Isabel Núñez, nos invada una nostálgica melancolía por las cruces que acompañan a las caras.

Lo que ha intentado Ovejero es mostrar una visión de España, la suya. Para ello, ha reunido un conjunto de relatos, de un nivel bastante aceptable -ninguno es especialmente brillante, pero hasta Rosa Montero se deja leer- y ha puesto a sus autores ante un micrófono. No todos ellos leen bien. Vila-Matas lo hace especialmente mal, pero la suya es la mejor aportación del volumen; Merino, en cambio, es un gran intérprete, también Ovejero. Es un mismo punto de vista, compuesto con miradas ajenas y múltiples, lo que es un ejercicio editorial admirable. Que, además, podamos leer en un atasco, o mientras preparamos la cena, es gratificante.

Aunque mp3, iPods y otros cacharros tecnológicos -lo que los horteras denominan gadgets- suponen una nueva esperanza, el audiolibro no ha tenido en España, hasta ahora, un desarrollo similar al de otros países europeos como Alemania o Gran Bretaña-. Alfaguara se los comió con patatas en 1996, y tan sonado fracaso del gigante de Prisa ha provocado en el resto de editores un miedo cerril a aventurarse con un soporte que, además, es fácilmente pirateable. Así, con los grandes fuera de juego, este nicho editorial queda para los marginales, para empresas especializadas o, como Funambulista, lo bastante pequeñas e ilusionadas como para correr el riesgo. Los grandes aguardarán a que les hayan abierto camino y volcarán su poderoso catálogo cuando les convenga.