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Rabos de pasa históricos
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Rabos de pasa históricos

“Recuerden que olvidamos” es el lema de este libro que también adopta una frase de George Borrow -ya saben, aquél irlandés que se pateó España vendiendo

“Recuerden que olvidamos” es el lema de este libro que también adopta una frase de George Borrow -ya saben, aquél irlandés que se pateó España vendiendo biblias protestantes, con las consecuencias imaginables, y que ejecutó una divertida venganza literaria-  referida a una de nuestras manías patrias: “España, tierra de olvido, donde fluye el río Leteo”. Y es que los españoles tendemos a olvidar nuestro pasado aunque, como dijera Menéndez Pelayo “pueblo que no sabe su historia es pueblo condenado a irrevocable muerte”. Pueblo éste suicida y caprichoso en cuanto a su memoria colectiva, que recuerda derrotas como la de la Armada Invencible pero olvida flagrantemente la victoria sobre la Contraarmada, que recuerda con incomprensible orgullo al torpísimo almirante Cervera y deja en tinieblas al inventor Jerónimo de Ayanz, el Da Vinci español.

 

Según los autores, “es bueno asomarse a los rincones oscuros de nuestra historia y rascar la pátina de falsos oropeles para desvelar el material más innoble que se oculta debajo. Pero también lo es hacerlo para sacar a la luz esos elementos brillantes a los que nuestra tradicional desidia ha permitido que se cubran tanto de polvo que su resplandor ha acabado por quedar oculto” (p. 235). De este modo se pretende una ampliación de la memoria colectiva con la adición de “rincones” -término muy bien escogido por su significado de “residuo de algo que queda en un lugar apartado de la vista”-, como las invasiones de Irlanda y Escocia, la peripecia de Ibarreta en el Chaco argentino o la aventura del navío Glorioso frente a la fatalidad. El target de este libro es pues un lector aficionado a la historia mas no experto o, a lo sumo, iniciado en algún periodo de la historia; sepa este lector que a los siglos imperiales se dedican seis capítulos; otros tantos al XIX; mientras que al XVIII sólo tres, y a los siglos XX y XV dos y uno respectivamente.

Sepa también este lector que no va a encontrar un texto patriótico, sino de afán justiciero. El capítulo IV, “Peores parientes”,  es buena muestra de ello. En él califica a la España decimonónica, con gracia y puntería, de “enano irascible y agresivo” porque maltrató a sus antiguas colonias -no siempre, no a todas- con exhibiciones de fuerza rayanas en la ridiculez. Y aunque no podamos considerar la Anexión de Santo Domingo (1861) como un agresión, ni tampoco la intervención española en los antecedentes de la Guerra de los Pasteles (1862), la esperpéntica “vuelta al mundo de la Numancia” es uno de los ejemplos de acciones de violencia injustificada con las que, si nada se perdió, tampoco nada se obtuvo. Menos aún infiera el lector que el libro pertenece al subgénero de “historia antiespañola de España”, porque los autores reconocen los “elementos brillantes”,  aquellos dignos de orgullo aunque fueran meras anécdotas que resultaran intrascendentes en el gran teatro del mundo, como la emotiva defensa de Castelnuovo.

No están todos los que son -y nada hay anterior a 1453- pero todos los que están merecen, por una razón u otra, ser recuperados. Los autores han seleccionado hechos y personajes que juzgaron atractivos, junto con otros que conocen bien –capítulo VII, “La suerte de Guéret”- y los presentan con claridad y sencillez, aunque algunas páginas (como la 243) podrían revisarse para ordenar mejor la exposición. El estilo es el didáctico de toda la colección aunque con menor carga visual que títulos precedentes.

LO MEJOR: encontrar en el rincón un arpa y despertar sus dormidas cuerdas.

LO PEOR: que para interesarse por un rincón primero hay que haber penetrado en la estancia.

“Recuerden que olvidamos” es el lema de este libro que también adopta una frase de George Borrow -ya saben, aquél irlandés que se pateó España vendiendo biblias protestantes, con las consecuencias imaginables, y que ejecutó una divertida venganza literaria-  referida a una de nuestras manías patrias: “España, tierra de olvido, donde fluye el río Leteo”. Y es que los españoles tendemos a olvidar nuestro pasado aunque, como dijera Menéndez Pelayo “pueblo que no sabe su historia es pueblo condenado a irrevocable muerte”. Pueblo éste suicida y caprichoso en cuanto a su memoria colectiva, que recuerda derrotas como la de la Armada Invencible pero olvida flagrantemente la victoria sobre la Contraarmada, que recuerda con incomprensible orgullo al torpísimo almirante Cervera y deja en tinieblas al inventor Jerónimo de Ayanz, el Da Vinci español.