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Acosando al escritor
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Acosando al escritor

Tenía que pasar. Si algo ha caracterizado al artista desde que el romanticismo lo consagrara como héroe -que vence las limitaciones de lo físico, de

Tenía que pasar. Si algo ha caracterizado al artista desde que el romanticismo lo consagrara como héroe -que vence las limitaciones de lo físico, de lo humano; que vence al poder, a la sociedad, a la muerte- ha sido la vanidad. Y en una época que esconde conspiradores detrás de todos los tabiques, no podía tardar en aparecer una conspiración cuyo objeto serían los artistas. También ellos quieren experimentar el placer de ser mecido por los hilos del titiritero, gozar de la fantasía de la irresponsabilidad de ser manejado por poderes ocultos, mejor cuanto más clandestinos. Esta fabulación, por otro lado muy sugerente, debió surgir en algún tenebroso brainstorming de la editorial 451 a partir de una novela de Fernando Marías, publicada en 1996 en Destino y, si se me permite la crueldad, justamente olvidada.

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ESTA NOCHE MORIRÉ

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Autor: Fernando Marías.

Editorial: 451 Editores.

Páginas: 144.

Precio: 14,50 €.

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La novela de Marías, que es un buen narrador, sencillo y ágil, y un buen urdidor de tramas, es sin embargo bastante plana. Los personajes, bien por inverosímiles, bien por superficiales, se muestran incapaces de llenar la acción. Y es que se les deja poco lugar pues todo está hecho de antemano; no hacen camino al andar, sino que deben subirse al tren que pasa y ocupar un puesto asignado. Por continuar con símiles andarines, Esta noche moriré es un agradable descenso, en el cual el lector se deja llevar por lo inclinado de la pendiente, con un buen ritmo, pero con poco esfuerzo. Cuánto más gratificante es el trabajoso ascenso, los trabajos sobre planos más que agudos, obtusos, hasta alcanzar la cima, la satisfactoria culminación de un esfuerzo.

Lo mejor de esta novela es, sin duda, esta idea de la Corporación, esa organización mafiosa o sociedad secreta que extorsiona o manipula a creadores de toda laya con el fin de obtener obras maestras que, al cabo de los años, o de los siglos, aparecerán inopinadamente en un desván o polvoriento almacén, convenientemente revalorizados. De ahí brota Historia secreta de la Corporación, un volumen de relatos firmado por varios autores que, al contrario que la novela de Marías, cuyo narrador era un miembro de dicha Corporación, en este caso lo vemos desde el punto de vista de víctimas de la misma o testigos de sus acciones. Así, a Marta Rivera de la Cruz tratan de colarle una novela original de Pavese que no se ha revalorizado tanto como esperaban y a Juan Bas le confiesa un exmiembro que pronto va a aparecer una película inédita nada menos que de Alfred Hitchcock.

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HISTORIA SECRETA DE LA CORPORACIÓN

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Autor: Varios.

Editorial: 451 Editores.

Páginas: 198.

Precio: 15,50 €.

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En este tipo de antologías no puede evitarse una gran varianza en cuanto a la calidad, como no puede evitarse la dispersión de enfoques -sólo que esto último tiene mucho de positivo-. Especialmente interesante resulta el relato de José Carlos Somoza, Hamlet, cuyo narrador-testigo es en este caso un perro que adopta William Shakespeare -otra víctima de la Corporación- y que termina tan influido por la obra del genial inglés que acabará contaminado por la autoconsciencia y por el trágico personaje del que toma su propio nombre. Sin embargo, la sensación de credibilidad que intentan transmitir la presentación de Javier Azpeitia o el epílogo de Costantino Bértolo la rompen buena parte de los autores del libro, que no entran en el juego y entregan relatos al uso. Lo que tenía de interesante en cuanto juego metaliterario, quizá lo más atractivo del proyecto, queda así diluido por una quizá poco clara directriz de la editorial.

LO MEJOR: lo sugerente de la idea de la Corporación.

LO PEOR: que no se llega a explotar.

Tenía que pasar. Si algo ha caracterizado al artista desde que el romanticismo lo consagrara como héroe -que vence las limitaciones de lo físico, de lo humano; que vence al poder, a la sociedad, a la muerte- ha sido la vanidad. Y en una época que esconde conspiradores detrás de todos los tabiques, no podía tardar en aparecer una conspiración cuyo objeto serían los artistas. También ellos quieren experimentar el placer de ser mecido por los hilos del titiritero, gozar de la fantasía de la irresponsabilidad de ser manejado por poderes ocultos, mejor cuanto más clandestinos. Esta fabulación, por otro lado muy sugerente, debió surgir en algún tenebroso brainstorming de la editorial 451 a partir de una novela de Fernando Marías, publicada en 1996 en Destino y, si se me permite la crueldad, justamente olvidada.