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Conversaciones 'offline'

La Inqusición. Esa institución tan denostada, tan atractiva, que no deja de fascinar a propios y extraños. Estudiada hasta lo más ínfimo y desconocida absolutamente por

La Inqusición. Esa institución tan denostada, tan atractiva, que no deja de fascinar a propios y extraños. Estudiada hasta lo más ínfimo y desconocida absolutamente por la mayoría; se le imputan crímenes que no cometió y algunas de sus actuaciones son elevadas al plano de lo legendario. Buena parte del carácter español se ha forjado bajo la atenta mirada de los inquisidores, durante tres largos siglos de fisgoneo y denuncias anónimas, que la llevaron a convertirse en mero instrumento de venganzas personales de quienes tenían suficiente valor como para servirse de ella como instrumento. Un instrumento eminentemente racional que sirvió a la causa de la irracionalidad. Compleja, contradictoria, no había dado sin embargo el salto al hiperespacio. De alguna manera, esto lo ha llevado a cabo Lorenzo Silva en su nueva novela El blog del Inquisidor.

 

En ella, una historiadora escocesa especialista en la Inquisición, alejada de Escocia y de la Historia, se encuentra con un misterioso blog que novela la anécdota de las monjas endemoniadas de San Plácido. Inmediatamente se siente atraída, tanto por el relato como por el autor, que ha elegido enfocar la narración desde el punto de vista del Inquisidor; sin embargo, a los pocos días el blog deja de actualizarse. Su autor parece haber perdido el interés, pero no así ella que intenta contactar con él, algo que logra, e inicia con el Inquisidor un relación virtual que les lleva, a ambos, a desnudar su alma.

 

La novela es eso, el chateo entre ambos, el cruce de correos y, en general, toda la conversación electrónica que por diversos medios llevan a cabo los personajes. Personajes atormentados, zarandeados por la vida pero que encuentran un punto espiritual en común que está simbolizado en la anécdota de Teresa Valle. Es esta muy famosa, que causó gran revuelo en la corte de Felipe IV por la implicación de importantes personajes de la vida política, como el mismísimo Conde-Duque de Olivares –y que vimos en la gran pantalla, intepretado por Javier Gurruchaga, en la película El rey pasmado, adaptación de la novela de Torrente Ballester–. Ambos encuentran en la figura de la monja un punto de encuentro y, aparentemente, también de controversia que les llevará a una trabazón íntima a la que la narración va engarzando tanto sus historias personales como diversas conversaciones intelectuales en torno a la Inquisición y al propio desarrollo vital del individuo.

 

La novela es una reflexión sobre la libertad y la forma de encarar la vida, en la que oscuros secretos se van revelando cotidianos. Pero adolece de falta de ritmo, de pesantez, y los personajes no terminan de adquirir un carácter propio, distinguible. Tanto el uno como el otro son meros vehículos de reflexiones del narrador –identificado con el propio Silva– y de una forma de afrontar la existencia que, siendo admirable, no resulta suficiente para mantener el interés.

 

 

LO MEJOR: la variedad de los materiales con que se narra el proceso de San Plácido.

LO PEOR: los rollos del Inquisidor.

La Inqusición. Esa institución tan denostada, tan atractiva, que no deja de fascinar a propios y extraños. Estudiada hasta lo más ínfimo y desconocida absolutamente por la mayoría; se le imputan crímenes que no cometió y algunas de sus actuaciones son elevadas al plano de lo legendario. Buena parte del carácter español se ha forjado bajo la atenta mirada de los inquisidores, durante tres largos siglos de fisgoneo y denuncias anónimas, que la llevaron a convertirse en mero instrumento de venganzas personales de quienes tenían suficiente valor como para servirse de ella como instrumento. Un instrumento eminentemente racional que sirvió a la causa de la irracionalidad. Compleja, contradictoria, no había dado sin embargo el salto al hiperespacio. De alguna manera, esto lo ha llevado a cabo Lorenzo Silva en su nueva novela El blog del Inquisidor.