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Glorioso reciclaje
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Glorioso reciclaje

Parecería que, para un escritor cubano, el único tema posible y admisible es la dictadura castrista. Las condiciones de vida en la que fuera la perla

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Glorioso reciclaje

Parecería que, para un escritor cubano, el único tema posible y admisible es la dictadura castrista. Las condiciones de vida en la que fuera la perla del Caribe han empeorado en progresión geométrica desde la caída del Muro de Berlín y, al menos para quienes creen que la literatura debe consistir en la crítica de la realidad social inmediata, la función del escritor se limita a retratar esa miseria y demoler sus máscaras, en un generalmente fútil -a efectos sociales, que no artísticos o psicológicos- acto de rebelión.

Ronaldo Menéndez, autor cubano, de prosa poética y filosófica -y ya en el hecho de aunar lenguajes tan opuestos como la poesía y la filosofía se puede intuir su talento-, con maestros como Borges o Rulfo como guía, se ha alejado del realismo socialista -siguiendo el consejo de uno de sus personajes-, cambiándolo por la exuberante luz caribeña y sus estallidos de color y optando por lo universal, por hacer de esa opresión un prototipo de ‘la Opresión’, con todos sus contenidos (‘Contenidos’), político, gastronómico o erótico. El tema de su obra no es pues, la dictadura castrista, sino todas aquellas dictaduras que oprimen al ser humano, sea cual sea el sistema político que lo atormente.

 

En Covers en soledad y en compañía, su nuevo libro de relatos -el género en el que el autor es más celebrado y reconocido- que publica Páginas de Espuma, el lector ya fogueado sabrá reconocer sus temas, imágenes y obsesiones: las mujeres que se sueñan, los personajes socráticos, las muchas formas de canibalismo, sin excluir el amor, o el Menú Insular, esa lista negativa, de platos ausentes; pero no sólo eso: a poco que su memoria se encuentre en forma, reconocerá los textos mismos.

Como una forma de glorioso reciclaje, este otro Ronaldo corta aquí y allá pedazos de su obra, les otorga un estatus autónomo y los retoca apenas, pero esos miembros mutilados cobran una significación nueva y propia. Este recurso estructural tiene su clave y relación en el cuento de este mismo volumen, La ciudad de abajo, en el que se informa de la existencia, en las catacumbas parisinas, de una secta de enamorados cuyo único dogma es la entrega de partes del propio cuerpo al amante.

Así encontramos el primero de los relatos, La caza de las moscas, que aparecía con pocos cambios en la novela Río Quibú (Lengua de Trapo, 2008), aunque el desenlace se encuentra allá -en la novela- por si el lector tiene curiosidad; si es que estamos hablando del mismo relato. Aunque pueda oler a trampa, lo cierto es que ambos textos, al margen de la coincidencia casi perfecta del discurso, son completamente diferentes.

Despojado del contexto, vaciado el personaje femenino de su contenido novelístico -y su compañero desaparece hasta el punto de perder el nombre- se nos aparece otro bien distinto. Lo primero que surge es un juego; ignoramos, en la oscuridad del cine en el que se desarrolla la anécdota, el sexo del narrador, casi hasta el final. El mecanismo del relato juega con las emociones y los deseos de personajes y lectores. Y más allá se establece otro juego a varios niveles, con la película que están presenciando -en la novela se apunta el título, La caza de las moscas, de Andrzej Wajda- y con el texto que aparecía en Río Quibú.

Ya aquí el lector tendrá una primera impresión del formidable manejo del erotismo por parte del autor, algo sobre lo que volverá en otro gran relato, Singles, en el que aparece otra de las constantes de su obra, la mujer que se sueña y que cobra una entidad mayor que aquélla que habita la vigilia. Ronaldo Menéndez tiene esa convicción tan lawrenciana -de David Herbert- de que “lo más profundo es la piel” (p. 75); de ahí, a entregar partes del propio cuerpo como muestra de amor, sólo hay un paso (La ciudad de abajo, p. 39). Tan macabra afición se desliza sobre una prosa que hace bellas las imágenes más escabrosas; sumamente poética, curada de la opacidad de sus primeras obras, presenta el horror con tan hermosa envoltura que sólo muy tarde, cuando ya está ahí, al lado mismo, lo percibimos. Y, de cerca, es aún más terrible.

En este completo volumen, en el que no faltan tampoco piezas más convencionales como El bucle de Villa Búho, no puede faltar la crítica directa al régimen castrista -y a la actitud internacional, al bloqueo, dos caras de una misma moneda-, a su brutalidad e inhumanidad. Lo hace a través de la gastronomía, de ese Menú Insular de sabores que se olvidan, de cerdos criados en bañeras y “conejos de altura” -de los que nuestros abuelos tienen también anécdotas que contar-, de supermercados frecuentados sólo por turistas. Pero el lector puede hallar también textos totalmente alejados de la crítica social, como ese espléndido “juego de cajas chinas armado entre sueño y recuerdo” (p. 33) que es Singles, o un divertidísimo ‘cuentirreportaje’ sobre el mundillo del arte contemporáneo. Mucho contenido, en pocas páginas, y mediante una escritura de una eficacia y belleza difíciles de encontrar juntas en la literatura de hoy.

 Covers en soledad y compañía. Ed Páginas de Espuma. 112 págs. 13 €. 

Parecería que, para un escritor cubano, el único tema posible y admisible es la dictadura castrista. Las condiciones de vida en la que fuera la perla del Caribe han empeorado en progresión geométrica desde la caída del Muro de Berlín y, al menos para quienes creen que la literatura debe consistir en la crítica de la realidad social inmediata, la función del escritor se limita a retratar esa miseria y demoler sus máscaras, en un generalmente fútil -a efectos sociales, que no artísticos o psicológicos- acto de rebelión.