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Del edén victoriano al barro del Somme
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Del edén victoriano al barro del Somme

El libro de los niños, finalista del Man Booker el año pasado, supone el regreso a la novela, tras siete años, de A. S. Byatt, autora

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Del edén victoriano al barro del Somme

El libro de los niños, finalista del Man Booker el año pasado, supone el regreso a la novela, tras siete años, de A. S. Byatt, autora de obras como Posesión y Naturaleza muerta, que le han permitido colocarse como una de las grandes autoras británicas de esta época. Dado el volumen del libro, no cuesta imaginar a qué ha dedicado todo ese tiempo. Escrita con el saber de la gran literatura, la que surca los años, las generaciones, los siglos, y con la experiencia de toda una vida dedicada a la escritura, la novela, hasta cierto punto fallida y hasta cierto punto espléndida, recorre las vidas de dos familias británicas, los Wellwood y los Fludd y de otros nombres que envuelven en sus espirales, a lo largo de veinticinco años, entre 1895 y 1919.

 

Asistimos al final de la época victoriana -no hay que olvidarlo, una época gemela a la nuestra-, que bajo sus glorias imperiales y su prosperidad económica esconde la miseria de las fábricas, las minas y el trabajo infantil. Una miseria de la que huye Philip Warren, dotado de un portentoso talento artístico y verdadera pasión por la alfarería. Rescatado por los Wellwood, saltará desde una cama en la que se apretaban sus cinco hermanos, más un sexto que, estando muerto, no sabían dónde poner, hasta la agradable mansión de Todefright, un lugar de libertad, donde niños y mayores, hombres y mujeres, se mezclan en aparente igualdad. Un lugar idílico como la propia sociedad victoriana que tanto critican allí, pero que esconde similares grietas, que el paso del tiempo irá agrandando.

La amplitud de la novela es impresionante. Al proponerse narrar la decadencia del mundo victoriano recurre a toda la literatura de la época, abundando en referencias que, más allá de la mera cita aportan textura y profundidad. Sin embargo, eso crea una sensación de previsibilidad o familiaridad en el lector, que reconoce los relatos de internados ingleses, los pastoriles, los góticos, los niños que huyen de las fábricas, hasta encontrarnos con la crudeza de la Gran Guerra. La novela completa con grandiosidad ese objetivo histórico, aunque quizá se entretiene demasiado en pintar la época, generando una sensación pesante. Así, en algunos tramos, El libro de los niños deja de funcionar como novela, aunque resulte un competente fresco histórico. Las páginas dedicadas a explicar el sufragismo y sus acciones violentas, o el relato de los viajes del káiser Guillermo, por ejemplo, con todo su interés acaban sumiendo a los personajes en un segundo plano. El paisaje, especialmente en la parte final de la novela, pasa al papel protagonista -en el caso de la Guerra es comprensible, y la imagen de la muerte de Geraint es paradigmática-.

 

Otra razón para la previsibilidad de los hechos es la perfección del trazado de los personajes, con esa habitual pericia británica, que el lector termina conociendo tan bien que prevé sus reacciones. Estos personajes que se mueven en un entorno vivo, animado por un más allá mágico. El relato adquiere el brillo del polvo de hadas, aunque por momentos se cubra del hollín de la City o quede todo velado por la niebla de los Downs. La variedad de ambientes, tanto como de personajes, añadido a la fantasía, crea esa atmósfera tan peculiar a la autora. Pues la relevancia del componente fantástico, mágico, es absoluta. Lo encarna Olive, también escritora de cuentos de hadas algo oscuros, como los de Byatt en El libro negro de los cuentos. Ello hace inevitable que por doquier aparezcan guiños a los personajes de Lewis Carroll, a la obra de Lang, Andersen o los hermanos Grimm, o a Peter Pan, a cuyo estreno asisten los personajes de la novela -lo mismo que rememoramos a Dickens o a Zola en los relatos más sociales de la infancia de Olive, o de Philip-.

Los mitos populares juegan un papel tan relevante, como fondo primitivo o atavismo que organiza su estructura desde la edad de oro, la infancia, hasta la edad de plomo, la Primera Guerra Mundial, que arrastra a aquellos niños que retozaban inocentes en los Downs, llevándose aún la melancolía. Por doquier ese mundo infantil de los cuentos aparece bajo diversas formas, incluyendo la revelación familiar de Dorothy, hasta que la guerra, la brutal guerra, borra todo rastro del paraíso o la infancia -que ya está insiuado en esas hadas peligrosas que defendiera Tolkien-. En las trincheras del Somme no queda lugar para la fantasía o el arte, aunque el amor y la amistad quizá puedan sacar al soldado herido del barro asesino.   

El libro de los niños. Lumen. 896 páginas. 25,90 €. Comprar libro.

El libro de los niños, finalista del Man Booker el año pasado, supone el regreso a la novela, tras siete años, de A. S. Byatt, autora de obras como Posesión y Naturaleza muerta, que le han permitido colocarse como una de las grandes autoras británicas de esta época. Dado el volumen del libro, no cuesta imaginar a qué ha dedicado todo ese tiempo. Escrita con el saber de la gran literatura, la que surca los años, las generaciones, los siglos, y con la experiencia de toda una vida dedicada a la escritura, la novela, hasta cierto punto fallida y hasta cierto punto espléndida, recorre las vidas de dos familias británicas, los Wellwood y los Fludd y de otros nombres que envuelven en sus espirales, a lo largo de veinticinco años, entre 1895 y 1919.