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Un laberinto de sueños y policía política
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Un laberinto de sueños y policía política

Un “laberinto literario casi perfecto” es, para su traductora y prologuista Patricia Gonzalo de Jesús, este En mitad de la noche un canto, pero será fácil

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Un laberinto de sueños y policía política

Un “laberinto literario casi perfecto” es, para su traductora y prologuista Patricia Gonzalo de Jesús, este En mitad de la noche un canto, pero será fácil y regocijante para el lector perderse en este relato dedálico. En él, Petr, checo nacido en Brno, busca a su padre desconocido enviando cartas sin destino en una Checoslovaquia vigilada por la StB, un país que “necesita mártires como un parterre en flor abejas que lo polinicen” (p. 47). Cualquiera de los habitantes del laberinto puede ser un espía -para saber más de la afable secreta checa, léase Todos los colores del sol y de la noche, o visítese en Praga el Museo del Comunismo-: y éste es “un laberinto tan perfecto que no sólo se pierde en él todo aquél que entra, sino que es a la vez un laberinto que, como un gran animal paticojo, se levanta, se aleja renqueante y con el rabo borra las huellas que va dejando tras de sí, y así, todo lo que voy a relatar a continuación y que aún vas a oír tiene ya lugar sólo en las entrañas de ese animal ahora ya invisible, que camina, cojea y sigue borrando las huellas tras de sí” (p. 55).

 

Jiří Kratochvil trazó este inquieto laberinto en 1989, meses antes de la caída del comunismo checo, pero sólo fue publicado tras la Revolución de Terciopelo. Antes, el público checo había encontrado algunos de sus escritos en la célebre Samizdat. Al contrario que los cajones repletos de obras maestras que nuestros “antifranquistas” atesoraban, Ulises perseguidos por la cultivada secreta franquista, obras demasiado revolucionarias para la España dictatorial y aún para la historia de la literatura; demasiado todavía para la democracia, pues la llave sigue echada. En cambio y por fortuna, los cajones de Kratochvil se abrieron y, durante los noventa, cabalgaron irrefrenables hacia las librerías checas hasta seducir a autores rutilantes como Milan Kundera.

Kratochvil se confiesa admirador del célebre autor de La broma, pero quizá su obra recuerde más a Bohumil Hrabal y, si pensamos en imágenes, a Emir Kusturica. Porque los años de aquella Checoslovaquia -de su Brno natal- gris, tan distinta de la actual, el autor checo los cuenta a través de “mundos posibles”; Moravia aparece entre el costumbrismo y el sueño, entre la lírica y la violencia, entre Hrabal y Kafka -esa pulga sobredimensionada y asesina; ese padre, como el castillo, que no se puede alcanzar-, entre el posmodernismo y el cuento popular checo, permanentemente referido por el autor -y anotado por la traductora-. Entre la fantasía y la historia, porque sobre el fondo histórico de los “emigrados” -exiliados políticos- erige Petr su historia vital: “Fui concebido bajo un firmamento iluminado por proyectiles y con la tos asfixiante de los lanzacohetes katiusha como ruido de fondo”.

El mundo privado que crea Petr, desde su fantástica concepción a sus draculíneos poderes sobrenaturales, tiene su paralelo en la huida, ésta física, de tantos checos. Un fenómeno histórico que padeció el autor en sus propias carnes, pues su padre y su tío huyeron del totalitarismo comunista a principios de los cincuenta. Hay un fondo autobiográfico, pues, inseparable del histórico, por razones obvias. Pero, como buen posmoderno, Kratochvil deconstruye su propio pasado y el de Checoslovaquia, “por eso te lo cuento de esta forma: la narración como un sistema abierto, algo que aún se puede desmontar en cualquier momento y volver a montar desde el mismísimo principio de otra manera. Y esto es, no en vano, lo que siempre te ha interesado más de mis historias” (p. 148). Mas, por encima de la estructura, de las imágenes surreales, está la escritura, irónica y chispeante, rica en diminutivos y adjetivos en -il (pezgordil, relojil, murcielaguil), en jerga coloquial de Brno, juegos de palabras -muchas veces intraducibles-. Un elixir mágico, como la misma Europa central donde fue mezclado.

 En mitad de la noche un canto. Ed. Impedimenta. 304 págs. 21,95 €

Un “laberinto literario casi perfecto” es, para su traductora y prologuista Patricia Gonzalo de Jesús, este En mitad de la noche un canto, pero será fácil y regocijante para el lector perderse en este relato dedálico. En él, Petr, checo nacido en Brno, busca a su padre desconocido enviando cartas sin destino en una Checoslovaquia vigilada por la StB, un país que “necesita mártires como un parterre en flor abejas que lo polinicen” (p. 47). Cualquiera de los habitantes del laberinto puede ser un espía -para saber más de la afable secreta checa, léase Todos los colores del sol y de la noche, o visítese en Praga el Museo del Comunismo-: y éste es “un laberinto tan perfecto que no sólo se pierde en él todo aquél que entra, sino que es a la vez un laberinto que, como un gran animal paticojo, se levanta, se aleja renqueante y con el rabo borra las huellas que va dejando tras de sí, y así, todo lo que voy a relatar a continuación y que aún vas a oír tiene ya lugar sólo en las entrañas de ese animal ahora ya invisible, que camina, cojea y sigue borrando las huellas tras de sí” (p. 55).