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Oriol Regàs, el rey de la noche de Barcelona, era “el único catalán que funcionaba”
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TUVO QUE VENDER PARTE DE SU HOLDING A JAVIER DE LA ROSA

Oriol Regàs, el rey de la noche de Barcelona, era “el único catalán que funcionaba”

Los hay que jamás dejan de aprender. Llega un momento en que aprenden y enseñan, aunque en la balanza de su cuenta pesa ya más lo

Foto: Oriol Regàs, el rey de la noche de Barcelona, era “el único catalán que funcionaba”
Oriol Regàs, el rey de la noche de Barcelona, era “el único catalán que funcionaba”

Los hay que jamás dejan de aprender. Llega un momento en que aprenden y enseñan, aunque en la balanza de su cuenta pesa ya más lo último. Eso es lo que le pasó a Oriol Regàs, uno de los amos de la noche barcelonesa: tuvo la osadía de licenciarse en Geografía e Historia ya pasados los 40. Pero hacía ya casi veinte años que le plantaba cara al mundo.

Con 22 años ideó su propia aventura: viajar en moto desde Barcelona a Hong Kong y hacer la travesía de vuelta en un junco. La ida sólo se materializó a medias, ya que no hizo el viaje en motocicleta pero sí regresó en el junco, una rudimentaria embarcación de 18 metros de eslora por cinco de manga con seis amigos. “Oriol no quería hacer cosas trascendentes, pero las cosas que hacía trascendían”, dijo de él el escritor Eduardo Mendoza, vecino suyo para más inri (ambos viven en la zona alta de Barcelona), cuando, en mayo del año pasado, asistió a la presentación del libro de memorias de Regàs, Los años divinos (Destino).

Su sed de aventuras le llevó, con 25 años, a cruzar África de sur a norte, de Ciudad del Cabo a Túnez, junto a sus amigos Tei Elizalde, Enrique Vernis, Manolo Maristany y Rafa Marsans a bordo de motocicletas, una aventura para la que encontró patrocinadores enseguida. Al finalizar la hazaña, Montesa le regaló una Impala.

Su bisabuelo, Tito Regàs, fue un emprendedor, De casta le viene al galgo. Abrió un restaurante de categoría, uno de los más afamados de la capital catalana: Can Culleretes. Su abuelo, Miquel Regàs, fue un maestro de los fogones. Quizá por ello Oriol Regàs le cogió apego a la buena mesa y se fue a aprender cocina a la escuela de Hostelería de Toulouse. Ello le sirvió para abrir, años después, el restaurante Via Venetto, en la calle Ganduxer de Barcelona, un establecimiento de referencia de la alta cocina por cuyos reservados han pasado reyes, príncipes, empresarios o artistas. Y restaurante a donde se iba (y algunos siguen yendo) a mirar y a ser mirado, por supuesto.

Alma bohemia

Su padre, Xavier Regàs, fue un reputado dramaturgo, pero él no siguió sus pasos. Oriol Regàs tenía alma bohemia. Y por ello llegó a ser uno de los amos de la noche de Barcelona. De hecho, llevaba siendo El Rey desde hace cuatro décadas. Emprendedor e inquieto, tuvo especial olfato con los negocios, aunque también contó con fracasos duros. Su primer gran éxito fue la apertura de Bocaccio, en la zona alta de la ciudad, una sala casi rococó con sillones tapizados de color rojo y varios ambientes. Eran 36 socios que apostaron por una estética decadente y esnob. Y tuvieron un éxito sin precedentes.

Por el local pasó toda la progresía de la época. La gauche divine, según unos, o los pijoprogres, según otros. Políticos, periodistas, escritores, cantantes, actores, fotógrafos, arquitectos, médicos, escultores, abogados... cualquiera que se preciase, había de recalar en Bocaccio. Sus tertulias eran famosas. Y allí fraguó amistad con algunos de los grandes nombres de las letras: Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa -que casi siempre iban juntos-, Carlos Barral, Julio Cortázar, Jaime Gil de Biedma, Manuel Vázquez Montalbán, Terenci Moix, los Goytisolo...

Pero no sólo de literatura vive el hombre. También compartió experiencias con Salvador Dalí, Pasqual Maragall, Narcís Serra, Lluís Llongueras, e, incluso, Juan Antonio Samaranch. Y, por supuesto, Rosa Regàs, ganadora del Premio Planeta, su hermana, que en las próximas elecciones municipales integrará la candidatura socialista que encabeza Jordi Hereu al Ayuntamiento de Barcelona. En Madrid, repitió la experiencia, convirtiéndose en otro lugar emblemático de la capital española. En sus locales, acogió a estrellas de relumbrón. Sidney Poitier, sin ir más lejos. O Helmut Berger. O Michael Caine. O Robert Mitchum. O Charles Aznavour, que se convirtió en gran amigo suyo.

Años después, cambió Bocaccio por otro local de nuevo cuño: Up & Down, que pilotaba en persona, junto a la que entonces era su mujer, Dolly Fontana. Fue un local de categoría. El Down, o sea, la planta inferior, era cosmopolita, pero la de arriba era elitista. Tanto que estaba prohibida la entrada a cualquier caballero que no llevase americana. Para los que no llevaban la requerida prenda, tenía todo un armario de diferentes tallas para prestar y no aguar la noche al respetable. Y en último extremo, cualquiera de los porteros se prestaba a cederla al sufrido cliente.

Por Up & Down volvieron a desfilar toda la farándula nacional e internacional. Por allí desfilaron desde Ana Obregón y Alessandro Lecquio hasta Sara Montiel o Ana Belén. Pero también Enrique Lacalle, Antonio Catalán, Enric Carulla, el cirujano Antonio Tapia, Antonio Vives-Fierro, Tita Cervera, Pepe Navarro... Para hacerse una idea, allí terminaban las noches de los invitados de prestigio internacional que Ángel Casas traía a su programa de televisión.

En brazos de Javier de la Rosa

Up & Down fue durante una década el local de referencia de Barcelona, por donde pasaban todos los famosos que aterrizaban en la ciudad, fuesen nacionales o extranjeros. Tal fue el éxito que abrió el Tropical Playa, que pretendía ser la continuación de Up & Down pero en la localidad de Gavà, a pocos kilómetros al sur de Barcelona. Con esa aventura casi se arruinó. Ni su socio y amigo Xavier Ribó, ni siquiera el entonces intocable Javier de la Rosa pudo salvarlo. Recurrió incluso a vender a éste el 35% del capital de su holding, Decamerón. Pero aún así, el local se fue al garete. Y para pagar las deudas, Oriol no tuvo más remedio que vender una casa que años antes había adquirido en Calella de Palafrugell, en plena Costa Brava.

Pero su iniciativa no se limitó a la capital catalana. A lo largo de la costa, fue abriendo salas de referencia: Revolution (Lloret), Paladium (Palamós) o Madox (Platja d’Aro), donde él mismo cuenta que acudía el propio Josep Pla.

Paralelamente, Regàs fue un personaje comprometido con la política. Antifranquista confeso, se convirtió también en promotor de artistas a través de la compañía Gay & Co, de la que fue uno de los socios fundadores. Entre otros, fue promotor de conciertos y trabajos de Joan Manuel Serrat, de Antonio Gades, de Cristina Hoyos, de Raimon, de Lluís Llach...

Su compromiso con la Nova Cançó no fue teatro, sino que se implicó de lleno en ella. Famosa es la historia de la vuelta de Serrat del exilio, que apeló a sus buenos oficios porque temía que lo encarcelara el régimen. O la anécdota de cuando cocinó una exquisita cena donde no faltaban el caviar y el champán para un grupo de intelectuales encerrados en Montserrat. Como la Policía no le dejó pasar para darles los alimentos, volvió a Barcelona y se los regaló a las monjitas del Cottolengo, una institución que acoge a disminuidos psíquicos.

Su larga experiencia le dejó una larguísima lista de amigos que le adoraban. Elegante y educado, Oriol Regàs era menudo, afable y tímido, tan sencillo como culto. En su casa, guarda un dibujo de Salvador Dalí con una reveladora dedicatoria: A l’únic català que funciona (Al único catalán que funciona). Estaba de vuelta de todo. Ahora, la noche barcelonesa está de luto. Y si la noche tuviese alma, su silueta sería muy probablemente la de Oriol Regàs, el hombre que, aunque hacía brillar la noche, trabajaba también durante el día. Porque, como decía en muchas ocasiones, “para que la noche funcione, hay que trabajar por el día”. El pasado 8 de febrero, padeció un infarto cerebral. Desde entonces, su estado de salud se fue deteriorando hasta el fatal desenlace. Y esta vez, de verdad, porque, como cuenta en sus memorias, la primera vez que murió fue en la noticia de su óbito que, por error, publicó La Vanguardia hace un tiempo.

Los hay que jamás dejan de aprender. Llega un momento en que aprenden y enseñan, aunque en la balanza de su cuenta pesa ya más lo último. Eso es lo que le pasó a Oriol Regàs, uno de los amos de la noche barcelonesa: tuvo la osadía de licenciarse en Geografía e Historia ya pasados los 40. Pero hacía ya casi veinte años que le plantaba cara al mundo.

Cataluña Pedro Martínez de la Rosa