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Ana Botella prueba el ajo de la revolución
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El Conde duque revisa la historia de 'ajoblanco'

Ana Botella prueba el ajo de la revolución

No hay velorio más deprimente que ver entrar a la contracultura en el museo. La cripta de los fallecidos se abre con marcha fúnebre en esta

Foto: Retrospectiva de ajoblanco reivindica la vigencia del espíritu "libertario"
Retrospectiva de ajoblanco reivindica la vigencia del espíritu "libertario"

No hay velorio más deprimente que ver entrar a la contracultura en el museo. La cripta de los fallecidos se abre con marcha fúnebre en esta ocasión para honrar la historia rebelde, revolucionaria, crítica, subversiva e incómoda de Ajoblanco, la revista que nació para comprobar que el franquismo había muerto tocándole las narices a todos aquellos demócratas de nuevo cuño, que 15 minutos antes tenían el puño levantado hacia el señor (dictador).

Con la pólvora mojada por la institucionalización de un discurso contestatario, cuelgan de las paredes de una de las salas del Conde Duque -más cuartel y menos centro cultural después de la reforma faraónica- más de dos décadas de existencia, en las que se repasan las dos vidas de la publicación: primera etapa, de 1974 a 1980, de agitación declarada y con Agustín García Calvo como referente sumo; y la segunda, de 1987 a 1999, menos vehemente y más correcta, con Eugenio Trías como divinidad intelectual.

Oficiando las exequias, Pepe Ribas, fundador, tratando de reavivar el muerto con el suero de la actualidad y haciendo ver que lo que dice el 15M ya lo decían ellos cada mes, que si el mensaje permanece intacto, que si desde entonces no se ha vuelto a hacer nada tan incendiario y revulsivo, que si se mantiene como alternativa social y cultural libertaria, que si supuso la liberación de la mujer, la apertura sexual de un país amojamado, que si nunca se vendieron a la publicidad ni a las censuras ni a las presiones. Y en casi todo tiene razón.

“Este país necesita un cambio político y un cambio en la manera de gobernar”, reivindicaba el mítico Ribas, dos días después de las Elecciones al Parlamento Europeo, en el pase a prensa, con toda la cúpula de las artes del Ayuntamiento de Madrid tirando de sonrisa. Aprovechó para agradecer al protector e impulsor de la muestra (que se puede ver hasta el 21 de septiembre), el antiguo responsable dela política cultural del consistorioFernando Villalonga, protagonista de uno de los momentos más nefastos para la cultura en este país.

De la tumba a la calle

Se ha encargadoValentín Romade comisariar una muestra que aterrizará, probablemente, en 2017 en el MACBA y entonces podrá comprobarse la vitalidad de la revista, porque en su cabeza está desbordar la ciudad con todas esas páginas interiores a tamaño gigante con las que ha forrado los paneles. Escapará del museo, de la tumba, para acoplarse al latido de la calle, donde fue concebida, donde creció y donde murió.

El propio Roma se preguntaba si era posible rescatar Ajoblanco sin hacerle un mero homenaje arqueológico. Lo cierto es que, a pesar de su esfuerzo por dinamizar los contenidos y recomponer los interiores, no dejan de ser paneles con carteles. Por supuesto, no falta la vitrina con ejemplares de la revista. Está el espíritu “intransitivo”, está la ruptura con el consenso, está la contestación a una sociedad marchita, pero algo falla gravemente.

En uno de los vídeos se pasa un reportaje de Televisión Española, se pregunta a dos artistas de los que colaboraban qué es la contracultura. “Lo que la gente quiere esconder”, responden. Cuando la contracultura pacta con el que esconde, ¿qué resulta? ¿Qué ocurre cuando el PP hace POP? Que todo el discurso radical es aniquilado y enterrado en ese momento, absorbido por la fosa de la propaganda política.

Desarticular la revolución

“No hemos pactado nada”, explica Ribas a este periódico. “Conozco mucho aJuan José Herrera[ex director de Conde Duque] y a Fernando Villalonga. No hemos tenido ninguna coacción, ni ninguna presión. Está aquí expuesto y esto es un espacio público y hay que tomarlo porque es nuestro. En este país hay que perder mucho miedo para despertar la conciencia crítica”, añade. Quizá también haya que perder el miedo a hacer autocrítica.

¿Era imprescindible hacerlo en un museo? “El lugar no es importante”, contesta Ribas. “Mira el contenido. Lo único que me importaba es que el lugar fuera gratis”. Pero el envoltorio importa y mucho. Para Ribas el personal se ha dejado comer el coco por el consumo y la propaganda, por los medios que dicen lo que se tiene que pensar. “El pensamiento libertario hay que ponerlo al día, mucho de lo que hicimos en los setenta es prioritario para salvar este país”.

Sin indulgencia con el presente, revisa su pasado y a su generación como la única salvación del futuro: “Los indignados es un movimiento espontáneo de la juventud. Pero vamos, que todo lo de los indignados está en las paredes de estas salas. Este país se detuvo en 1978 y sólo lo dijo Ajoblanco. Es una alternativa de cómo puede funcionar una sociedad sin capitalismo”.

Al parecer, ese pensamiento radical y libertario hay que reclamarlo desde el museo. Desde la contemplación de un trofeo precioso. No encuentra contradicciones, ni ve una desarticulación de las reivindicaciones en el beneplácito de aquellos contra los que está levantada la revista. Una alternativa al capitalismo no parece ser una exposición patrocinada por Ana Botella, que ha probado el ajo de la revolución y lo ha devuelto sin sabor, con el permiso de sus fundadores.

No hay velorio más deprimente que ver entrar a la contracultura en el museo. La cripta de los fallecidos se abre con marcha fúnebre en esta ocasión para honrar la historia rebelde, revolucionaria, crítica, subversiva e incómoda de Ajoblanco, la revista que nació para comprobar que el franquismo había muerto tocándole las narices a todos aquellos demócratas de nuevo cuño, que 15 minutos antes tenían el puño levantado hacia el señor (dictador).

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