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Joaquín Sorolla, un “terremoto de entusiasmo” en los Estados Unidos
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llega A ESPAÑA la exposición más taquillera del año

Joaquín Sorolla, un “terremoto de entusiasmo” en los Estados Unidos

Ha pasado poco más de un siglo desde que aquel “pintor bajito y modesto, que no habla una palabra de inglés y tampoco demasiado francés”, llegó

Foto: 'Corriendo por la playa', obra de Joaquín Sorolla, hecha en 1908.
'Corriendo por la playa', obra de Joaquín Sorolla, hecha en 1908.

Ha pasado poco más de un siglo desde que aquel “pintor bajito y modesto, que no habla una palabra de inglés y tampoco demasiado francés”, llegó a Nueva York, con 47 años, y una exposición por delante, en un centro lejos de donde cocían las papas culturales. Y a pesar de todo, en la Hispanic Society, en Broadway con la 156, Joaquín Sorolla (1863-1923) encontró al público que no le abandonaría en más de cien años.

“Lo esperable ha sucedido. En poco más de un par de semanas, lo que en otras circunstancias habría sido un mero temblor de interés artístico se ha convertido en todo un terremoto de entusiasmo”, se pudo leer a los pocos días de su inauguración, en uno de los artículos más elogiosos de la prensa neoyorquina sobre la exposición de un don nadie en la que colgaron 356 cuadros.

El terremoto de entusiasmo desatado por The New York World, el 13 de febrero de 1909, abría de 11 a 9, domingos incluidos, durante un mes, y con entrada gratuita. Han leído bien: gra-tui-ta. La Hispanic estaba “en el fin del mundo” y a pesar de eso tuvo 29.461 visitas el día de máxima afluencia y alcanzó un total de159.831 visitas sólo en un mes, insistimos.

Se agotaron los 20.000 catálogos editados y el pintor vendió 150 cuadros. De Nueva York, la muestra (mermada) caminó hacia Buffalo y Boston. Entre las tres ciudades vende casi 200 cuadros y se embolsa 181.760 dólares… Lo último de Sorolla que salió a subastase colocó por más de tres millones de euros.

Parte de esa diáspora que no regresó nunca del otro lado del Atlántico vuelve a reunirse la próxima semana, en la Fundación Mapfre, en una exposiciónque está llamada a ser el pelotazo de la temporada. De las 160 obras que formarán parte de la muestra (que primero estuvo en el Museo Meadows de Dallas y en el Museo de Arte de San Diego), cerca de 100 no se han vuelto a ver aquí y, de ellas, unas 40 no se han enseñado en público más que en 1909.

Un tesoro artístico

"Resultaría acertado decir quela satisfacción que la ciudad sentiría si se anunciara la adquisición de manera permanente de algunos de los lienzos más importantes de Sorollasería mucho mayor que si se adquiriera cualquier otro tesoro artístico", continuó inflando los ánimos Henry Tyrell en aquel artículo en The New York World. Debieron de hacerle caso, porque hoy es raro ir a un museo de los EEUU y no ver un cachito de Sorolla.

El crítico insistía en los mismos halagos a los que se entregó el resto de la prensa aquellos días, que no había un pintor tan rápido, ni seguro, ni vívido, que nunca nadie se había enfrentado a los problemas de la luz y el movimiento y había salido tan victorioso. “Sorolla intenta siempre, por el bien de la verdad y de la unidad de representación, terminar los cuadros en una única sesión y en la mayoría de las ocasiones ha conseguido lograr tal hazaña”.

En los estudios radiográficos realizados por Laura Alba, restauradora del Museo Nacional del Prado, se precisa que es a partir de 1909 cuando Sorolla ha madurado su eficacia y habilidad. Los análisis descubren a un autor que, durante los años de formación, siempre está dispuesto a modificar e insistir en la composición hasta encontrar el efecto deseado. “Hasta que la evolución de su técnica le permite trabajar de manera más directa, más suelta y quizá con los conceptos más definidos desde la concepción de la obra”, explica la especialista.

Rastro imborrable

Las hemerotecas muestran el eco del paso de Sorolla por Nueva York, con un sello vital y alegre, colorista y vibrante. El pintor “modesto y bajito” escribe por carta a su amigo Pedro Gil-Moreno de Mora: “No se habla hoy en Nueva York más que de Sorolla”. El mayor coleccionista del artista valenciano entonces, Archer Milton Huntington(1870-1955), filántropo heredero de una de las fortunas más importantes de los EEUU, escribe a su madre: “Fue lo que se dice un triunfo. Los artistas la vieron como una invasión. Para los coleccionistas supuso la oportunidad de darle, por asociación, todavía más lustre a algunos nombres de latón”.

Fue la pieza que publicó The New York Times, el 5 de febrero, la que trató de templar ánimos... Hacía referencia a la combinación de un mensaje personal y nacional. “Su obra luce el sello de su raza”. ¿La española? “Se encuentra más cercano a Goya que a Velázquez, pero no muestra la crueldad de temperamento ni la brutalidad de visión del aragonés. Su España está llena de plácidos paisajes, poblados por gentes amables e inteligentes”.

Los halagos no cesaban. The Evening Postse mostrótajante: "Si el público neoyorquino no aprovecha la ocasión de ver la obra de Sorolla expuesta en el Museo de la Hispanic Society, se habrá ganado una merecida reputación de no saber apreciar el arte con mayúsculas. Esta exposición es la más importante que hemos tenido en este país en mucho tiempo".

Alabanzas para sus paisajes, críticas para sus retratos. Los especialistas preferían las escenas de “colores luminosos”, su “técnica viril y segura”, su “versatilidad increíble”.En el New York Herald descubrimos que el museo “no resulta adecuado para una muestra de tal tamaño”. A pesar de ello, ensalza “la iluminación artificial” porque logra que “Nueva York se haga una idea de uno de los más grandes pintores que ha dado España”.

Un genio independiente

¡Es el rey del “realismo alegre"! Signifique lo que signifique eso. “Sorolla no sigue tendencia alguna, ni se proclama a sí mismo como cabecilla de ninguna escuela, sino que se marca su propio camino hacia el reino del realismo alegre […] En unas obras muestra una tendencia hacia el impresionismo francés, pero en otras pinta con la exactitud de los retratistas ingleses”.

Sorolla les conmueve y emociona, adoran sus bocetos, dicen que "pinta con la mano de dios" porque nunca realiza corrección al dibujar y le ponen la etiqueta de “colorista”. La reseña enThe Nationes la más industrial de todas: “Su pincelada es tan firme como un pistón, talmente parece que el color fuera aplicado a chorro”. Para el articulista, el artista valenciano lo mismo trabaja a bulto, que “consigue plasmar los más mínimos matices del sol español”. Hasta da consejo al visitante: “Si lo inundas de luz, él te iluminará a ti”.

También hubo teorías para el fino paladar de los conspiranoicos, como la que se publica en un editorial de New York Herald y asegura que desde el “desastroso conflicto” que enfrentó a España y EEUU, en 1989, “ha comenzado una nueva conquista en el mundo del arte”. Son los primeros atisbos de la Marca España, y “la influencia ejercida por el arte contemporáneo español empieza a ser cada vez más notable”.

¿Y los niños desnudos corriendo por la playa? ¿Ni una reticencia en el país del miedo y la castidad? “A Sorolla le tienen que encantar los niños. Cuadro tras cuadro corretean por la playa, se zambullen en el agua o aparecen repanchingados al sol de la arena”, se leía el 20 de febrero en The Newark Evening News. El artículo continua y centrala atención sobre la claridad del agua y los pecados que desvela… “El agua demasiado transparente como para oscurecer sus extremidades y sus cuerpos cuando están sumergidos. Están repletos de acción. Son la personificación de la torpeza y la gracia de la niñez. O mejor todavía, de su inocencia sana e inconsciente: como si la serpiente nunca hubiera entrado en el Jardín del Edén. Además, su belleza no muestra pudor alguno”. El pudor, esa reliquiadel siglo XIX.

Ha pasado poco más de un siglo desde que aquel “pintor bajito y modesto, que no habla una palabra de inglés y tampoco demasiado francés”, llegó a Nueva York, con 47 años, y una exposición por delante, en un centro lejos de donde cocían las papas culturales. Y a pesar de todo, en la Hispanic Society, en Broadway con la 156, Joaquín Sorolla (1863-1923) encontró al público que no le abandonaría en más de cien años.

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