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El verdadero drama desconocido de la destrucción de Pompeya
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El verdadero drama desconocido de la destrucción de Pompeya

Una exposición organizada en el Coliseo de Roma evoca las relaciones entre la colonia y la gran urbe, demostrando que la víctima del Vesubio 'era' la ciudad del futuro

Foto: La erupción del Vesubio y la destrucción de Pompeya por Karl_Briullov
La erupción del Vesubio y la destrucción de Pompeya por Karl_Briullov

Irónicamente o no, el filósofo napolitano Luciano di Crescenzo sostenía que Pompeya es una fotografía realizada con la cámara del Padre Eterno para “inmortalizar” una edad del hombre. Dios sorprendió a los pompeyanos in fraganti el 24 de octubre año 79 después de Cristo y después de cenar. No les dio tiempo a reaccionar, aunque la erupción del Vesubio resultó extraordinariamente cuidadosa con la villa romana.

La sepultura, el sudario de fragmentos minúsculos de piedra pómez preservó a Pompeya no como si la erupción ocurriera entonces, sino como bien pudiera ocurrir mañana. Pompeya no es meramente un yacimiento arqueológico, sino una ciudad erecta. Pompeya no representa un regreso al pasado ni un ejercicio contemplativo, sino un regreso al futuro. Hasta el extremo de que la estupefacción de recorrer sus calles, sus teatros y sus espacios deportivos replantea el sentido lineal de la Historia que la cultura judeocristiana ha impuesto a la mentalidad occidental. Pompeya es la prueba de que el transcurso del tiempo camino del juicio final no equivale necesariamente al progreso ni a la evolución.

Foto: Representación de la flotilla con la que Plinio el Viejo se habría dirigido al Vesubio

Quizá por ello, Luciano di Crescenzo habla de Pompeya en su libro de Heráclito. No porque la lava fluya, que también, o porque sea Heráclito el filósofo del fuego, que también, sino porque la Historia gira de manera circular, a decir del pensador griego. Desde esta misma perspectiva giratoria, Pompeya permanece como un motivo de acomplejamiento. El criterio urbanístico, el sentido del civismo, la concepción pagana de la religión y la reivindicación del hedonismo sin moralina inquietan los pilares del mundo que fueron construyéndose a la vera de la Atlántida romana y de la colonia que asombró a la gran urbe.

Deslumbramiento

Es el pretexto de la exposición que se ha inaugurado en el Coliseo de Roma. Y que estudia las relaciones entre la capital imperial y la víctima del Vesubio. Un juego de espejos que ilustra el deslumbramiento de la civilización y que permite una reconstrucción literal del modo de vivir y hasta del modo de ser: la comida, la religión, el arte, la convivencia, el derecho, el ocio, la vida y la muerte.

Y no se trata de idealizar el pasado ni de descontextualizarlo, sino de confrontar la experiencia de visitar Pompeya desde la decadencia de nuestra civilización. Impresiona coger el tren en la estación de Napoli Centrale. Subir a la líne ferroviaria de la “circunvesuviana”. Recorrer las faldas del Vesubio. Observar la degradación urbanística, el atropello medioambiental, la extorsión camorrista, la proliferación de ranchitos, el amontonamiento de las basuras.

Confrontamos la experiencia de visitar Pompeya desde la decadencia de nuestra civilización

Y bajar en la estación de Pompeya para contrastar la experiencia de los que fuimos y de lo que somos. Empezando por la mojigatería y embarazo con que, aún hoy, los estudiantes buscan en el mapa de Pompeya los lupanares a espaldas del profesorado. Y la inscripción en grafiti –hay 20.000 en toda la villa- que incita el aprendizaje del latín: “Hic ego puellas multas futui”. Traducción: “Aquí me he cepillado muchas chicas”. Llama la atención, en efecto, que el lupanar de Pompeya permanezca como el hito de la visita y como el espacio de mayor concentración de turistas. Que es una manera de reflejar el problema que tenemos con el sexo.

placeholder Inscripción en un lupanar de Pompeya: 'Aquí me he cepillado a muchas chicas'
Inscripción en un lupanar de Pompeya: 'Aquí me he cepillado a muchas chicas'

Bien lo saben los napolitanos supersticiosos, valga la redundancia. Heredaron de los romanos y de los pompeyanos el símbolo fálico de la buena suerte -inequívoco, explícito-, pero la moral y el oscurantismo, valga otra vez la redundancia, transformaron el orgullo viril en un cuerno de diablo, retorcieron el atributo. No concierne la censura ni la lectura a los frescos y relieves del transitado lupanar. Allí aparecen falos gigantes y posiciones del kamasutra. Tan explícitas eran las imágenes que la entrada estaba prohibida cuando Luciano di Crescenzo visitó Pompeya con el colegio en 1946.

“¡Qué civilización la de los romanos!”, exclamaban los compañeros de clase del filósofo. Pensaba la profesora, la señora Rigosi, que el alumnado se refería al hallazgo estético del estilo italo-cortintio, pero estaba claro que las criaturas aludían a los frescos del lupanar. Por eso llevaban consigo desde casa un mapa para localizarlo. No constaba entonces en el itinerario oficial, pero los escolares se desplazaban a Pompeya con una hoja de ruta clandestina que habían memorizado y hasta interiorizado.

¿Una nueva erupción?

Residían 20.000 personas en el año 79, tres millones lo hacen hoy alrededor del volcán, de tal manera que la peligrosidad del Vesubio no estriba tanto en que sea verosímil una nueva erupción como en las víctimas que podría acarrear tamaña vomitona. El último susto de cierta seriedad se produjo en el año 1944, aunque los vesubianos conocieron un repunte inquietante en 2001. Fue entonces cuando los vecinos de Torre Annuziata sacaron de procesión a la Virgen de las Nieves –le atribuyen la protección ejercida un siglo antes- y cuando los habitantes de Torre del Greco evocaron el lema que los convierte en acreedores del pasado: "Post fata resurgo" ("Después del desastre, resurjo"), puede leerse todavía hoy entre los laureles del escudo municipal.

Sorprenda o no, la amenaza del 'fiume rosso' (río rojo) se concretó inmediatamente en las combinaciones de la lotería, hasta el punto de que los jugadores napolitanos se disputan los números 'favoritos' a la sombra de los grandes desastres: el 79, agotado en cualquier negocio del género, representa la mítica erupción del Vesubio sobre Pompeya y Herculano, mientras que el 90 simboliza el concepto del miedo por razones mucho menos precisas.

Hoy sigue creciendo la colonia de pompeyanos y las autoridades y vecinos siguen apostando con los ojos cerrados al mito del letargo

¿Puede despertar otra vez el mítico volcán napolitano? La escandalosa pregunta tuvo plena justificación hace una década porque el Instituto Sismológico italiano registró un temblor de 3,6 grados Richter en sospechosa correspondencia con el borde meridional del cráter. Fue entonces también cuando el profesor Longo, sismólogo de la Universidad de Nápoles, lamento que no existieran medidas preventivas, que siguiera creciendo como crece la colonia de pompeyanos y que las autoridades y los vecinos sigan apostando con los ojos cerrados al mito del letargo.

Plinio el Joven, abogado, escritor y hasta científico, los tenía bien abiertos el 24 de octubre -es la fecha que consideran más verosímil los historiadores, después de haberse consolidado la del 24 de agosto- porque se encontraba a 35 kilómetros del Vesubio, en un cabo de la localidad septentrional de Miseno. Desde allí asistió al fin del mundo, o al principio. "Una nube negra y terrible, desgarrada por llamas serpenteantes de fuego, se abría en amplios destellos de fuego: parecían llamaradas, pero eran más luminosas. Después de poco tiempo esa nube se bajó hacia la tierra y cubrió el mar. Escuché los gemidos de las mujeres, los gritos de los jóvenes, el clamor de los hombres: unos buscaban a sus padres, otros a sus hijos".

Los muertos de la catástrofe

Todavía hoy, los historiadores discrepan de las cifras de la catástrofe. Algunos cálculos redondean los 2.000 casos. Otros, duplican y hasta triplican las estadísticas. Se han recuperado 1.150 cuerpos. Muchos de ellos conservados como estatuas contorsionadas y sorprendidos 'in fraganti' mientras dormían o realizaban tareas cotidianas. También ellos, asfixiados por el veneno del Vesubio, forman parte de la fotografía del 'Padre Eterno'. La peculiaridad de Pompeya no estriba sólo en viajar en el tiempo, sino consiente reencontrarse con sus gentes, con sus útiles, con sus pertenencias, con las huellas de sus grafitis y con sus epitafios arañados sobre las piedras.

Es la razón por la que interesa asomarse a la exposición del Coliseo romano. Y de las historias que la habitan a medida de una intrahistoria, o la historia doméstica, de tal forma que a los espectadores ocupa la sensación de estar ultrajando una casa, una memoria, una intimidad, a medida en que se nos reconstruye la agonía vesubiana y la percepción del acontecimiento en la megalópolis,

A Pompeya la sepultó el Vesubio y la desenterró Carlos III, pues fue una iniciativa del rey español el origen del hallazgo

A Pompeya la sepultó el Vesubio y la desenterró Carlos III, pues fue una iniciativa del rey español –y napolitano- el origen del hallazgo. Reviste interés el año, 1748, porque a mediados del siglo XVIII ya se había adquirido conciencia del valor del patrimonio y de la conservación. Es decir, que Pompeya resurgió de las cenizas cuando existía una sensibilidad cultural capaz de comprender su importancia. De haberse encontrado antes los restos, es muy probable que se hubieran expoliado y reciclado como sucedía con los vestigios del pasado. De hecho, la conciencia de la arqueología y el modelo estético, urbanístico, de Pompeya dieron alas a una corriente artística que se arraigaba en el valor de la cultura grecorromana: el neoclasicismo.

Era costumbre de pintores y de poetas acercarse a la ciudad de los prodigios, como era destino recurrente de los urbanistas. Tenían delante de ellos una estructura topográfica que no había variado ni podía variar. Es cierto que la irregularidad del terreno exigía transgresiones a la geometría perfecta, pero sus calles forman una rejilla y se ordenan en horizontal y en vertical como pueda ordenarse Manhattan. Con escuadra y cartabón.

Pompeya predispone la experiencia de someterse a un ejercicio de asombro, de humildad. También lo hizo, lo experimentó, Luciano di Crescenzo. El objetivo absoluto de visitar el lupanar se convirtió en una tontería cuando vino a visitarle el síndrome de Schliemann. Fue Heinrich Schielemann un millonario prusiano a quien fascinó la lectura de la 'Iliada'. Tanto le fascinó que dedicó su fortuna a encontrar Troya. Y dio con su paradero. Exactamente como Di Crescenzo halló en Pompeya la vocación de la filosofía.

La explicación estriba en que aquella visita escolar le deparó la sorpresa de toparse con un hombre pelirrojo que trataba de dar forma a un inmenso mosaico pompeyano. Lo hacía con paciencia, a la luz de una bombilla mortecina. Pero ya se dibujaba el rostro de Alejandro entre las teselas de aquel puzzle, y puede que una pata de Bucéfalo.

Irónicamente o no, el filósofo napolitano Luciano di Crescenzo sostenía que Pompeya es una fotografía realizada con la cámara del Padre Eterno para “inmortalizar” una edad del hombre. Dios sorprendió a los pompeyanos in fraganti el 24 de octubre año 79 después de Cristo y después de cenar. No les dio tiempo a reaccionar, aunque la erupción del Vesubio resultó extraordinariamente cuidadosa con la villa romana.

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